/ jueves 7 de marzo de 2019

A Doble Espacio

Fueron tres los premios Óscar que recibió la película “Roma” en la entrega de las estatuillas de la Academia de Hollywood. En el caso de la película de Alfonso Cuarón, el galardón resulta sui géneris por varias razones: el ritmo con influencia de Antonioni; la nostalgia del blanco y negro para retratar una época sincrónica de México, época donde se gestó lo que ahora hemos llegado a ser, sin calificativos; la autenticidad del personaje principal, novedoso porque la servidumbre siempre era un figurante más en las tramas cinematográficas y ahora el drama de una “subclase” lleva el papel protagónico. Y, además, el enriquecimiento con escenas documentales que de por sí son un juicio histórico.

No debemos dejar de lado la serie de recuerdos que se remueven en el espectador testigo de esa reciente historia, rematada por una conducta tan heroica como cotidiana de las empleadas domésticas indígenas, siempre sometidas, humilladas y despreciadas por la “clase superior”.

Yalitza Aparicio llegó a una cumbre jamás soñada, pero más que merecida. Ha enfrentado críticas descalificadoras como la del actor Sergio Goyri, quien seguramente en estos momentos está más arrepentido que nunca de haber dicho lo que dijo, pero ya no hay remedio: el pez por su boca muere. Y si no, que lo digan Nicolás Alvarado y otros imprudentes con fobias que salen a flote de manera reveladora.

Alfonso Cuarón se reafirma como el cineasta creativo e innovador. No sé si en la concepción de la cinta imaginó la trascendencia salvífica de las etnias originales de México o si fue un efecto secundario de su película, de cualquier manera, ese efecto flota, existe y reivindica a un amplio sector no solamente de nuestro país, sino de distintas latitudes del mundo, donde el racismo y el clasismo ejercen su pernicie terca, a pesar del avance de las sociedades en otros rubros.

En este caso, como en muchos otros, el cine llegará a modificar conductas erráticas y las encaminará por la senda del humanismo, sin la estridencia del panfleto ni la intención sobredramatizada como la que tanto estilan para recordarnos anualmente el Holocausto. Aquí, en Roma, el cine recobró su entonces ingenua hechura de escenas documentales y se combinó venturosamente con la trama de la ficción que devino en una historia contada de manera sobria y magnífica.

Fueron tres los premios Óscar que recibió la película “Roma” en la entrega de las estatuillas de la Academia de Hollywood. En el caso de la película de Alfonso Cuarón, el galardón resulta sui géneris por varias razones: el ritmo con influencia de Antonioni; la nostalgia del blanco y negro para retratar una época sincrónica de México, época donde se gestó lo que ahora hemos llegado a ser, sin calificativos; la autenticidad del personaje principal, novedoso porque la servidumbre siempre era un figurante más en las tramas cinematográficas y ahora el drama de una “subclase” lleva el papel protagónico. Y, además, el enriquecimiento con escenas documentales que de por sí son un juicio histórico.

No debemos dejar de lado la serie de recuerdos que se remueven en el espectador testigo de esa reciente historia, rematada por una conducta tan heroica como cotidiana de las empleadas domésticas indígenas, siempre sometidas, humilladas y despreciadas por la “clase superior”.

Yalitza Aparicio llegó a una cumbre jamás soñada, pero más que merecida. Ha enfrentado críticas descalificadoras como la del actor Sergio Goyri, quien seguramente en estos momentos está más arrepentido que nunca de haber dicho lo que dijo, pero ya no hay remedio: el pez por su boca muere. Y si no, que lo digan Nicolás Alvarado y otros imprudentes con fobias que salen a flote de manera reveladora.

Alfonso Cuarón se reafirma como el cineasta creativo e innovador. No sé si en la concepción de la cinta imaginó la trascendencia salvífica de las etnias originales de México o si fue un efecto secundario de su película, de cualquier manera, ese efecto flota, existe y reivindica a un amplio sector no solamente de nuestro país, sino de distintas latitudes del mundo, donde el racismo y el clasismo ejercen su pernicie terca, a pesar del avance de las sociedades en otros rubros.

En este caso, como en muchos otros, el cine llegará a modificar conductas erráticas y las encaminará por la senda del humanismo, sin la estridencia del panfleto ni la intención sobredramatizada como la que tanto estilan para recordarnos anualmente el Holocausto. Aquí, en Roma, el cine recobró su entonces ingenua hechura de escenas documentales y se combinó venturosamente con la trama de la ficción que devino en una historia contada de manera sobria y magnífica.

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