/ miércoles 7 de abril de 2021

Alma Humana | La falda amarilla


“Pedí ayuda a mi madrina para que me sacara de mi casa, ya no quería seguir sufriendo. Ella me llevó a un pueblo de Guatemala llamado Comapa, donde me dejó en un putero con una señora que regenteaba chicas grandes y niñas como yo. Me obligó a ponerme un top blanco, una falda amarilla y tacones, pero yo no sabía caminar y tropezaba. Atendía de 20 a 30 hombres diarios, hasta que me escape un día…….”

Bety, de 28 años de edad, oriunda de El Salvador, sufrío violencia psicológica, física y sexual desde los 9 años, primero por su padrastro, luego, su hermano la violaba constantemente cuando ella tenía 11 años y él 16 años. El resultado fue un triste embarazo a los 12 años. Su madre la maltraba física y psicológicamente. Bety decidió dejarle a su bebé y huir con la ayuda de su madrina, la cual, la vendió en una población llamada Comapa, Guatemala. Desde entonces, ella ha estado en diferentes lugares sufriendo violencia de todo tipo. Con una necesidad inconsciente de mitigar el maltrato que sufrió ,y que, hasta el día de hoy, es prisionera de su dolor.

Dos de cada tres mujeres sufre abuso sexual en la infancia. La pedofília o paidofília del griego paidos (niños) y filia (amor o amistad) no es exclusiva de una país, ni estrato social, y es una anomalia sexual muy difundida en casi todas las civilizaciones y el abuso lo consienten los padres en algunos casos para obtener un beneficio económico (explotación sexual).

En Tapachula los migrantes son la “mercancía sexual” del crimen organizado, ya que, caminan solos niños, niñas, adolescentes y mujeres, las cuales, son explotados en plena luz del día, pero, más, en la madrugada en el cuadro del centro de la ciudad. En los arrabales hay niños hacinados en cuartos, con una persona armada, cuidando que no escapen. Carros de lujo circulan en las calles buscando al proxeneta que les venda una niña o niño. Tristemente es un tema silente, todos nos damos cuenta de que abusan diariamente a un niño o niña. La sociedad es esclava del miedo a denunciar. El 99% del ser humano, sea mexicano o migrante, ha sufrido abuso sexual de cualquier forma. Las historias de los migrantes están bañadas de sangre, mutilaciones, vejaciones y violaciones desde su infancia.

Medios de comunicación tergiversan la realidad por convenios con la autoridad y recalcan una estadística que, ni siquiera, está cerca de la realidad. Si platicas con niños que deambulan en las calles pidiendo limosna, notarás la tristeza de sus ojos que reflejan abusos, sin derechos, sin que nadie los auxilie, sin que las autoridades tomen el asunto en serio. La verdad nunca ha estado oculta, está a plena luz del día, dentro y fuera de la ley; y a la misma ley se le ha visto en esos carros y burdeles de mala muerte solicitando un servicio con un infante. Así es mi estimado lector, esta es la realidad en Tapachula, una realidad explícita y expuesta en el día y la noche, pero no difiere de otros países, ni cultura, ni posición económica. El abuso infantil siempre pasa.





“Pedí ayuda a mi madrina para que me sacara de mi casa, ya no quería seguir sufriendo. Ella me llevó a un pueblo de Guatemala llamado Comapa, donde me dejó en un putero con una señora que regenteaba chicas grandes y niñas como yo. Me obligó a ponerme un top blanco, una falda amarilla y tacones, pero yo no sabía caminar y tropezaba. Atendía de 20 a 30 hombres diarios, hasta que me escape un día…….”

Bety, de 28 años de edad, oriunda de El Salvador, sufrío violencia psicológica, física y sexual desde los 9 años, primero por su padrastro, luego, su hermano la violaba constantemente cuando ella tenía 11 años y él 16 años. El resultado fue un triste embarazo a los 12 años. Su madre la maltraba física y psicológicamente. Bety decidió dejarle a su bebé y huir con la ayuda de su madrina, la cual, la vendió en una población llamada Comapa, Guatemala. Desde entonces, ella ha estado en diferentes lugares sufriendo violencia de todo tipo. Con una necesidad inconsciente de mitigar el maltrato que sufrió ,y que, hasta el día de hoy, es prisionera de su dolor.

Dos de cada tres mujeres sufre abuso sexual en la infancia. La pedofília o paidofília del griego paidos (niños) y filia (amor o amistad) no es exclusiva de una país, ni estrato social, y es una anomalia sexual muy difundida en casi todas las civilizaciones y el abuso lo consienten los padres en algunos casos para obtener un beneficio económico (explotación sexual).

En Tapachula los migrantes son la “mercancía sexual” del crimen organizado, ya que, caminan solos niños, niñas, adolescentes y mujeres, las cuales, son explotados en plena luz del día, pero, más, en la madrugada en el cuadro del centro de la ciudad. En los arrabales hay niños hacinados en cuartos, con una persona armada, cuidando que no escapen. Carros de lujo circulan en las calles buscando al proxeneta que les venda una niña o niño. Tristemente es un tema silente, todos nos damos cuenta de que abusan diariamente a un niño o niña. La sociedad es esclava del miedo a denunciar. El 99% del ser humano, sea mexicano o migrante, ha sufrido abuso sexual de cualquier forma. Las historias de los migrantes están bañadas de sangre, mutilaciones, vejaciones y violaciones desde su infancia.

Medios de comunicación tergiversan la realidad por convenios con la autoridad y recalcan una estadística que, ni siquiera, está cerca de la realidad. Si platicas con niños que deambulan en las calles pidiendo limosna, notarás la tristeza de sus ojos que reflejan abusos, sin derechos, sin que nadie los auxilie, sin que las autoridades tomen el asunto en serio. La verdad nunca ha estado oculta, está a plena luz del día, dentro y fuera de la ley; y a la misma ley se le ha visto en esos carros y burdeles de mala muerte solicitando un servicio con un infante. Así es mi estimado lector, esta es la realidad en Tapachula, una realidad explícita y expuesta en el día y la noche, pero no difiere de otros países, ni cultura, ni posición económica. El abuso infantil siempre pasa.




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