/ viernes 24 de junio de 2022

Alma Humana | Las falsas sonrisas

Durante muchos años hemos visto en cualquier parte del país y del estado que los niños forman parte del negocio de la calle. Muchas veces los hemos visto vendiendo dulces, comida, juguetes, alguna que otra artesanía y limpiando parabrisas. Nuestra cultura ya lo ha denotado como algo normal. Sin embargo, cuando lidiamos con el trasfondo de cada historia, es decir, con el pasado y el presente de cada niño que encontramos en la calle, no podemos decir mucho. No es porque no conozcamos a cada uno de ellos, lo que viven, lo que ven o lo que sienten cada día de su joven vida; nosotros no podemos hablar de ello, porque apenas nos introducimos al tema se nos revuelve el estómago con demasiada facilidad el qué es lo que hacen con ellos al terminar el día de la venta. Muchas veces no podemos siquiera hablar con ellos, por el temor al que los maten de la manera más violenta, sádica y enferma posible en los anales de los estados más pequeños.

Con el movimiento migratorio, es un peligro inminente ponernos a investigar a fondo sobre esto. Una fundación cuya misión sería el rescate de niños en estas situaciones es casi ponerse la soga al cuello; pero al final, es algo que todos sabemos y que todos vemos.

Vemos a los niños en los puentes riéndose, burlándose, persiguiendo a sus amiguitos, hermanos, primos, y gente dentro de esa pequeña cultura que lucha por tener algo que comer. Algunas veces, ni ellos mismos se dejan regalar ropa, juguetes o artículos de primera necesidad, porque lo que quieren y lo que en verdad necesitan es la mera moneda, y a lo mucho un plato de comida. Hay que ser sinceros con nosotros mismos, en alguna ocasión un niño, mexicano o migrante, que es limosnero nos ha parecido molesto por lo insistentes que son. Sin embargo, muchas veces esa moneda que nos piden puede venir de gente dispuesta a abusar de sus jóvenes cuerpos, sin importar lo perturbada que puede estar su mente, y solo así poder estar pocos días con algo para comer.

En este mundo, toda suposición referente a la explotación, la trata de blancas y la pederastia es válida, teniendo en cuenta lo perversa que puede ser la mente con el dinero y los placeres que conlleva. Quizá estemos tan acostumbrados a imaginar lo que no nos gustaría que sufrieran nuestros hijos, nuestros hermanos y hermanas menores. Sin embargo, aquel menor que pide limosna, que te limpia el parabrisas, que te vende droga o que te ofrecen para las más enfermas fantasías, pueda pasar por ello y más, las veces que nunca podrás imaginarte.


Correo: Fundacionchimumi@outlook.com


Durante muchos años hemos visto en cualquier parte del país y del estado que los niños forman parte del negocio de la calle. Muchas veces los hemos visto vendiendo dulces, comida, juguetes, alguna que otra artesanía y limpiando parabrisas. Nuestra cultura ya lo ha denotado como algo normal. Sin embargo, cuando lidiamos con el trasfondo de cada historia, es decir, con el pasado y el presente de cada niño que encontramos en la calle, no podemos decir mucho. No es porque no conozcamos a cada uno de ellos, lo que viven, lo que ven o lo que sienten cada día de su joven vida; nosotros no podemos hablar de ello, porque apenas nos introducimos al tema se nos revuelve el estómago con demasiada facilidad el qué es lo que hacen con ellos al terminar el día de la venta. Muchas veces no podemos siquiera hablar con ellos, por el temor al que los maten de la manera más violenta, sádica y enferma posible en los anales de los estados más pequeños.

Con el movimiento migratorio, es un peligro inminente ponernos a investigar a fondo sobre esto. Una fundación cuya misión sería el rescate de niños en estas situaciones es casi ponerse la soga al cuello; pero al final, es algo que todos sabemos y que todos vemos.

Vemos a los niños en los puentes riéndose, burlándose, persiguiendo a sus amiguitos, hermanos, primos, y gente dentro de esa pequeña cultura que lucha por tener algo que comer. Algunas veces, ni ellos mismos se dejan regalar ropa, juguetes o artículos de primera necesidad, porque lo que quieren y lo que en verdad necesitan es la mera moneda, y a lo mucho un plato de comida. Hay que ser sinceros con nosotros mismos, en alguna ocasión un niño, mexicano o migrante, que es limosnero nos ha parecido molesto por lo insistentes que son. Sin embargo, muchas veces esa moneda que nos piden puede venir de gente dispuesta a abusar de sus jóvenes cuerpos, sin importar lo perturbada que puede estar su mente, y solo así poder estar pocos días con algo para comer.

En este mundo, toda suposición referente a la explotación, la trata de blancas y la pederastia es válida, teniendo en cuenta lo perversa que puede ser la mente con el dinero y los placeres que conlleva. Quizá estemos tan acostumbrados a imaginar lo que no nos gustaría que sufrieran nuestros hijos, nuestros hermanos y hermanas menores. Sin embargo, aquel menor que pide limosna, que te limpia el parabrisas, que te vende droga o que te ofrecen para las más enfermas fantasías, pueda pasar por ello y más, las veces que nunca podrás imaginarte.


Correo: Fundacionchimumi@outlook.com


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