/ sábado 22 de enero de 2022

Carrereando la chuleta | ¿De quién es la responsabilidad o el negocio?


La migración es un tema muy delicado porque implica vidas humanas, hombres, mujeres e incluso niños a los que no les queda otra salida que irse de sus tierras, de su patria, a fin de preservar su vida o en un intento por mejorarla, aunque sea un poco. Eso es cierto, pero no se puede negar que en primera instancia su bienestar le corresponde a los países en los que nacieron. Ni modo, uno no escoge ni país, ni familia, ni religión, ni lugar dónde nacer. Yo hubiera querido ser un gordo e imponente vikingo nórdico que recorriera los siete mares, y sólo se pudo lo gordo.

Es una posición muy cómoda la de los gobiernos –incluyendo el nuestro– la de expulsar migrantes y que otros se hagan cargo de sus necesidades de alimentación, salud y bienestar, pero también puede resultar un negocio muy provechoso.

Hace poco vi un documental que me pareció muy interesante justo por eso, porque habla de la situación migratoria, en ese caso de los africanos, pero que no dista mucho de lo que pasa en otros lados del mundo y en nuestro pueblo mismo. Grosso modo la cosa funciona así: los países ricos, a través de tratados, convenios, etc, destinan importantes sumas de dinero a los países expulsores a fin de que mejoren las condiciones de su gente y no se vayan. Los gobiernos de los países pobres reciben esos montos con harto gusto y los usan para todo menos para lo que se supone, es decir, la gente sigue de todas formas en la miseria, ¿le suena conocido?

Pasado un tiempo de las dadivosas aportaciones, “se organiza” una oleada de gente que saldrá, en calidad de indocumentados, para recordarle así a los grandes países que si no se mochan con lo que corresponde, pues llegarán más y más migrantes a sus tierras con todo lo que ello implica, y así, en un bucle infinito de corrupción, como tantos otros que hay en la economía del mundo, ningún gobierno acaba decididamente con los pobres porque es acabar con la gallina proveedora de los huevos de oro.

Aquí en nuestra nariz podemos ver exactamente qué implican esas oleadas de migrantes, nomás que nosotros estamos más torcidos porque ni siquiera somos primer mundo, no tenemos con qué afrontarlo, no tenemos ni para los nuestros pues.

Otra vez el Covid nos trae en jaque, hay contagiados acá y allá, pero ahora, además, hay que sumarle al riesgo, la cantidad de migrantes que no se han podido, ni querido –que es lo peor– vacunar, aumentando las posibilidades de contagios y de caer gravemente enfermos, porque hay que recordar que con la vacuna no viene la inmunidad, pero sí reduce, en mucho, el riesgo de verse en un hospital con pocas esperanzas de vida. Y ya nos estamos quedando otra vez sin cupo.

¿Qué vamos a hacer? No lo sé, si no podemos organizar a los nuestros, menos vamos a poder con los que ni siquiera nos entienden en buen cristiano, y ni la pandemia ni la migración van a terminar hoy o mañana, de hecho, según los mezquinos intereses mundiales que han existido desde que aparecimos en la tierra y comenzamos a “organizarnos”, es un negocio muy redituable del que no se quieren deshacer, así que no nos va a quedar otra que tener el doble de cuidados con nosotros y con los que nos toca cuidar.

Tendremos que aprender a vivir con este bicho al que ya vimos que le gusta mutar, y más vale que también nosotros le encontremos el modo al cambio, la adaptación, o nos va a seguir cargando la más fea.


La migración es un tema muy delicado porque implica vidas humanas, hombres, mujeres e incluso niños a los que no les queda otra salida que irse de sus tierras, de su patria, a fin de preservar su vida o en un intento por mejorarla, aunque sea un poco. Eso es cierto, pero no se puede negar que en primera instancia su bienestar le corresponde a los países en los que nacieron. Ni modo, uno no escoge ni país, ni familia, ni religión, ni lugar dónde nacer. Yo hubiera querido ser un gordo e imponente vikingo nórdico que recorriera los siete mares, y sólo se pudo lo gordo.

Es una posición muy cómoda la de los gobiernos –incluyendo el nuestro– la de expulsar migrantes y que otros se hagan cargo de sus necesidades de alimentación, salud y bienestar, pero también puede resultar un negocio muy provechoso.

Hace poco vi un documental que me pareció muy interesante justo por eso, porque habla de la situación migratoria, en ese caso de los africanos, pero que no dista mucho de lo que pasa en otros lados del mundo y en nuestro pueblo mismo. Grosso modo la cosa funciona así: los países ricos, a través de tratados, convenios, etc, destinan importantes sumas de dinero a los países expulsores a fin de que mejoren las condiciones de su gente y no se vayan. Los gobiernos de los países pobres reciben esos montos con harto gusto y los usan para todo menos para lo que se supone, es decir, la gente sigue de todas formas en la miseria, ¿le suena conocido?

Pasado un tiempo de las dadivosas aportaciones, “se organiza” una oleada de gente que saldrá, en calidad de indocumentados, para recordarle así a los grandes países que si no se mochan con lo que corresponde, pues llegarán más y más migrantes a sus tierras con todo lo que ello implica, y así, en un bucle infinito de corrupción, como tantos otros que hay en la economía del mundo, ningún gobierno acaba decididamente con los pobres porque es acabar con la gallina proveedora de los huevos de oro.

Aquí en nuestra nariz podemos ver exactamente qué implican esas oleadas de migrantes, nomás que nosotros estamos más torcidos porque ni siquiera somos primer mundo, no tenemos con qué afrontarlo, no tenemos ni para los nuestros pues.

Otra vez el Covid nos trae en jaque, hay contagiados acá y allá, pero ahora, además, hay que sumarle al riesgo, la cantidad de migrantes que no se han podido, ni querido –que es lo peor– vacunar, aumentando las posibilidades de contagios y de caer gravemente enfermos, porque hay que recordar que con la vacuna no viene la inmunidad, pero sí reduce, en mucho, el riesgo de verse en un hospital con pocas esperanzas de vida. Y ya nos estamos quedando otra vez sin cupo.

¿Qué vamos a hacer? No lo sé, si no podemos organizar a los nuestros, menos vamos a poder con los que ni siquiera nos entienden en buen cristiano, y ni la pandemia ni la migración van a terminar hoy o mañana, de hecho, según los mezquinos intereses mundiales que han existido desde que aparecimos en la tierra y comenzamos a “organizarnos”, es un negocio muy redituable del que no se quieren deshacer, así que no nos va a quedar otra que tener el doble de cuidados con nosotros y con los que nos toca cuidar.

Tendremos que aprender a vivir con este bicho al que ya vimos que le gusta mutar, y más vale que también nosotros le encontremos el modo al cambio, la adaptación, o nos va a seguir cargando la más fea.