/ martes 17 de mayo de 2022

Carrereando la chuleta | ¿Qué hacen nuestros jóvenes ilustres cuando amanecen cursis?

“No es que muera de amor, muero de ti / Muero de ti, amor, de amor de ti / de urgencia mía de mi piel de ti / de mi alma, de ti y de mi boca / y del insoportable que yo soy sin ti”. Sí, aunque no lo crea, me lo sé de memoria y puedo recitarlo en un momento de gran ternura, o cursilería, si le quiere llamar así.

Efectivamente es de nuestro orgullo chiapaneco, Jaime Sabines, y se llama así, No es que muera de amor. No es el único que me sé, también recuerdo fragmentos de grandes novelas, cosas que te quedaban grabadas porque había que leerlas pero también porque eran tema común, porque antes, los señores y las señoras leían y guardaban en la memoria esos fragmentos que para ellos eran significativos. Y no importaba –en aquel entonces– que el chamaquito fuera a ser astronauta, biólogo o músico, tenía que aprenderse las matemáticas y la oratoria, no había más, aunque las considerara inútiles.

Hemos dejado de hacer muchas cosas que nos hacían bien como sociedad, la lectura es una de ellas. Quién no recuerda en el librero de su papá o de su abuelo las colecciones de los clásicos, y si la economía no daba para tanto, aunque sea los montones de Selecciones que veíamos por la casa. Ahora los jóvenes no leen, no le ven la utilidad, bueno sí, se la pasan hooooras leyendo mensajes, en el mejor de los casos blogs, pero eso no cuenta del todo, no son capaces de recitar un fragmento de nada, por el mero gusto de hacerlo y ya no hablemos de escribir una frase bien estructurada. Mis hijos me ven como lunático cuando comienzo a recitar las preposiciones: a, ante, bajo, cabe, con… (sígale usted). Nos las sabíamos en orden alfabético y no se nos han olvidado.

Pero no es lo único, ¿dónde quedaron las conversaciones con los vecinos? En el mejor de los casos se redujeron al “chat de seguridad de la colonia”, pero nada más. Aún recuerdo a los ancianitos con los que platicaba en la calle cuando de casualidad andaba en la vagancia y antes de que escuchara los gritos de la filósofa de Xochiltepec buscándome. Me contaban historias, leyendas, o cosas útiles para la vida, por ejemplo, la mejor manera de bajarte de un árbol cuando crees que todo está perdido ya que por alguna razón mientras subías las ramas se separaban.

Cierto, la seguridad ahora no da para esos lujos, pero no hablo de darle santo y seña al que pasa por la calle, sino a conocer a los vecinos, a darles la bienvenida y presentarse cuando recién se mudan a nuestros territorios.

Los trueques de cosas es otra más que hemos perdido. ¿Se acuerda cuando la o lo mandaba su mamá con la señora que tenía maíz, a ver si tenía unas tortillas y a cambio le llevaba chocolate o pan?, o cuando sin penas ni ascos la prima que sabía que ya no iba a tener bebés le daba toda esa ropita a la embarazada en turno para ayudarle, muchas veces a cambio solo de un“gracias”.

Y no se diga del valor que tenía la palabra, no se necesitaba nada más, ni contratos con cada vez más hojas, ni avales, deudores solidarios o pólizas jurídicas, nada de eso. Si alguien se comprometía a algo, lo cumplía, no había más, o puede ser que no, pero era señalado y hasta relegado.

No vivo en el pasado, yo menos que nadie, no sé qué haría sin internet, por ejemplo, sin saber a cada momento dónde están mis hijos o sin poder comunicarme fácilmente con la gente que quiero y que está lejos, pero sí hay cosas que quisiera ver en los jóvenes y no las encuentro, por ejemplo que no sepan quién fue Sabines, o que no sepan a qué me refiero cuando digo “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”; que no sepan quién es su vecino ni tengan una atención con la ancianita de un lado que a duras penas puede caminar.

Me enoja darme cuenta que no se toman las cosas enserio, que no se comprometen con nada, y por supuesto no son todos, pero es lo que se respira en el ambiente en estos días. Que vuelvan el respeto, el interés, el gusto por la música clásica y la lectura, que eso combinado con los avances y los ágiles chamacos que tenemos hoy día, a los que nada se les dificulta, puede ser que resulte en una nueva sociedad menos autodestructiva.

Mentadas y poemas al correo rgonzalez@diariodelsur.com.mx

“Nos morimos, amor, y nada hacemos / sino morirnos más, hora tras hora, / y escribirnos y hablarnos y morirnos”.

“No es que muera de amor, muero de ti / Muero de ti, amor, de amor de ti / de urgencia mía de mi piel de ti / de mi alma, de ti y de mi boca / y del insoportable que yo soy sin ti”. Sí, aunque no lo crea, me lo sé de memoria y puedo recitarlo en un momento de gran ternura, o cursilería, si le quiere llamar así.

Efectivamente es de nuestro orgullo chiapaneco, Jaime Sabines, y se llama así, No es que muera de amor. No es el único que me sé, también recuerdo fragmentos de grandes novelas, cosas que te quedaban grabadas porque había que leerlas pero también porque eran tema común, porque antes, los señores y las señoras leían y guardaban en la memoria esos fragmentos que para ellos eran significativos. Y no importaba –en aquel entonces– que el chamaquito fuera a ser astronauta, biólogo o músico, tenía que aprenderse las matemáticas y la oratoria, no había más, aunque las considerara inútiles.

Hemos dejado de hacer muchas cosas que nos hacían bien como sociedad, la lectura es una de ellas. Quién no recuerda en el librero de su papá o de su abuelo las colecciones de los clásicos, y si la economía no daba para tanto, aunque sea los montones de Selecciones que veíamos por la casa. Ahora los jóvenes no leen, no le ven la utilidad, bueno sí, se la pasan hooooras leyendo mensajes, en el mejor de los casos blogs, pero eso no cuenta del todo, no son capaces de recitar un fragmento de nada, por el mero gusto de hacerlo y ya no hablemos de escribir una frase bien estructurada. Mis hijos me ven como lunático cuando comienzo a recitar las preposiciones: a, ante, bajo, cabe, con… (sígale usted). Nos las sabíamos en orden alfabético y no se nos han olvidado.

Pero no es lo único, ¿dónde quedaron las conversaciones con los vecinos? En el mejor de los casos se redujeron al “chat de seguridad de la colonia”, pero nada más. Aún recuerdo a los ancianitos con los que platicaba en la calle cuando de casualidad andaba en la vagancia y antes de que escuchara los gritos de la filósofa de Xochiltepec buscándome. Me contaban historias, leyendas, o cosas útiles para la vida, por ejemplo, la mejor manera de bajarte de un árbol cuando crees que todo está perdido ya que por alguna razón mientras subías las ramas se separaban.

Cierto, la seguridad ahora no da para esos lujos, pero no hablo de darle santo y seña al que pasa por la calle, sino a conocer a los vecinos, a darles la bienvenida y presentarse cuando recién se mudan a nuestros territorios.

Los trueques de cosas es otra más que hemos perdido. ¿Se acuerda cuando la o lo mandaba su mamá con la señora que tenía maíz, a ver si tenía unas tortillas y a cambio le llevaba chocolate o pan?, o cuando sin penas ni ascos la prima que sabía que ya no iba a tener bebés le daba toda esa ropita a la embarazada en turno para ayudarle, muchas veces a cambio solo de un“gracias”.

Y no se diga del valor que tenía la palabra, no se necesitaba nada más, ni contratos con cada vez más hojas, ni avales, deudores solidarios o pólizas jurídicas, nada de eso. Si alguien se comprometía a algo, lo cumplía, no había más, o puede ser que no, pero era señalado y hasta relegado.

No vivo en el pasado, yo menos que nadie, no sé qué haría sin internet, por ejemplo, sin saber a cada momento dónde están mis hijos o sin poder comunicarme fácilmente con la gente que quiero y que está lejos, pero sí hay cosas que quisiera ver en los jóvenes y no las encuentro, por ejemplo que no sepan quién fue Sabines, o que no sepan a qué me refiero cuando digo “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”; que no sepan quién es su vecino ni tengan una atención con la ancianita de un lado que a duras penas puede caminar.

Me enoja darme cuenta que no se toman las cosas enserio, que no se comprometen con nada, y por supuesto no son todos, pero es lo que se respira en el ambiente en estos días. Que vuelvan el respeto, el interés, el gusto por la música clásica y la lectura, que eso combinado con los avances y los ágiles chamacos que tenemos hoy día, a los que nada se les dificulta, puede ser que resulte en una nueva sociedad menos autodestructiva.

Mentadas y poemas al correo rgonzalez@diariodelsur.com.mx

“Nos morimos, amor, y nada hacemos / sino morirnos más, hora tras hora, / y escribirnos y hablarnos y morirnos”.