/ martes 29 de junio de 2021

Carrereando la chuleta | ¿Usted ha sentido hambre?


Mientras el semáforo cambiaba a verde, un joven se atravesó a mitad del camino y empezó a ofrecer unos jarrones (de mediano tamaño) pintados a mano, decorados con flores. Llevaba uno en cada mano. Sin importar la lluvia que le caía en el rostro, después de ofrecer sus jarrones entre los coche,s hizo una mueca de dolor, en sus labios se podía leer claramente “tengo hambre”.


Yo venía en el coche acompañado de alguien muy importante para mí. Todos los días salgo a carrerear la chuleta para que a ella (más que a mí mismo) no le falte alimento, ni techo, ni estudios. No sé si aquel joven tenga hijos, o gente que dependa de que venda sus jarrones, tampoco sé por qué está en esas condiciones, lo que era seguro es que ahí no estaban aterrizadas las promesas de ningún político (y mire que hace no mucho nos volvieron a bajar el cielo y las estrellas y nos volvieron a prometer que seríamos del primer mundo), los programas sociales tampoco se veían, en cambio predominaban las constantes de este país: la falta de trabajo, de oportunidades, de estudios; cuando hay talento pero no hay recursos, no había vestigio de lo que alardean los diputados federales o el gobierno en la República, ahí no estaban los programas que lucen los gobernadores en sus discursos.


No sé quién era, desgraciadamente; yo no necesitaba sus jarrones. ¿Cómo apoyar a alguien así?, ¿qué se podría hacer como ciudadano común?, o mejor aún ¿en dónde se gesta la esperanza?, ¿cómo puede alguien así tener cobijo, trabajo, comida, desarrollo, progreso? No estaba pidiendo limosna, estaba trabajando, estaba vendiendo algo. Mojado, golpeado por la necesidad, bastante flaco, de hambre y de futuro.


Dónde están las cifras danzantes del desarrollo y del progreso, dónde están las millonarias cuentas de apoyo, dónde están los que afirman han combatido de manera eficiente la pobreza y que tienen ahora la esperanza de que la gente tenga una mejor vida. Me sentí infeliz, me sentí mal, no lo pude ayudar, sólo pude tomar su ejemplo para plasmarlo en estas líneas, y sin su consentimiento… y viéndolo así, al menos el costo de varios periódicos deberían ser para quien inspiró estas líneas, así que regresaré.


Regresaré a decirle que no deje de luchar, a decirle que si bien la revolución le falló, puede haber otras maneras. Seguramente él me enseñará cosas valiosísimas, a no doblarme a pesar de la adversidad y bajo ninguna circunstancia. Ya les contaré, con el único interés de que no se nos olvide que existen, que personas como este joven son producto de un montón de cosas que no funcionan y que nos toca a nosotros hacerlas funcionar, ya sea por intervención directa, ya sea pidiendo que rindan cuentas los responsables de erradicar la pobreza, los responsables de que en este país haya oportunidades.

Permanecer indiferentes hace que estas situaciones parezcan normales, y no lo son. El hambre no es normal, la angustia no es normal, la falta de salud, de educación tampoco. Hagamos algo.


Mientras el semáforo cambiaba a verde, un joven se atravesó a mitad del camino y empezó a ofrecer unos jarrones (de mediano tamaño) pintados a mano, decorados con flores. Llevaba uno en cada mano. Sin importar la lluvia que le caía en el rostro, después de ofrecer sus jarrones entre los coche,s hizo una mueca de dolor, en sus labios se podía leer claramente “tengo hambre”.


Yo venía en el coche acompañado de alguien muy importante para mí. Todos los días salgo a carrerear la chuleta para que a ella (más que a mí mismo) no le falte alimento, ni techo, ni estudios. No sé si aquel joven tenga hijos, o gente que dependa de que venda sus jarrones, tampoco sé por qué está en esas condiciones, lo que era seguro es que ahí no estaban aterrizadas las promesas de ningún político (y mire que hace no mucho nos volvieron a bajar el cielo y las estrellas y nos volvieron a prometer que seríamos del primer mundo), los programas sociales tampoco se veían, en cambio predominaban las constantes de este país: la falta de trabajo, de oportunidades, de estudios; cuando hay talento pero no hay recursos, no había vestigio de lo que alardean los diputados federales o el gobierno en la República, ahí no estaban los programas que lucen los gobernadores en sus discursos.


No sé quién era, desgraciadamente; yo no necesitaba sus jarrones. ¿Cómo apoyar a alguien así?, ¿qué se podría hacer como ciudadano común?, o mejor aún ¿en dónde se gesta la esperanza?, ¿cómo puede alguien así tener cobijo, trabajo, comida, desarrollo, progreso? No estaba pidiendo limosna, estaba trabajando, estaba vendiendo algo. Mojado, golpeado por la necesidad, bastante flaco, de hambre y de futuro.


Dónde están las cifras danzantes del desarrollo y del progreso, dónde están las millonarias cuentas de apoyo, dónde están los que afirman han combatido de manera eficiente la pobreza y que tienen ahora la esperanza de que la gente tenga una mejor vida. Me sentí infeliz, me sentí mal, no lo pude ayudar, sólo pude tomar su ejemplo para plasmarlo en estas líneas, y sin su consentimiento… y viéndolo así, al menos el costo de varios periódicos deberían ser para quien inspiró estas líneas, así que regresaré.


Regresaré a decirle que no deje de luchar, a decirle que si bien la revolución le falló, puede haber otras maneras. Seguramente él me enseñará cosas valiosísimas, a no doblarme a pesar de la adversidad y bajo ninguna circunstancia. Ya les contaré, con el único interés de que no se nos olvide que existen, que personas como este joven son producto de un montón de cosas que no funcionan y que nos toca a nosotros hacerlas funcionar, ya sea por intervención directa, ya sea pidiendo que rindan cuentas los responsables de erradicar la pobreza, los responsables de que en este país haya oportunidades.

Permanecer indiferentes hace que estas situaciones parezcan normales, y no lo son. El hambre no es normal, la angustia no es normal, la falta de salud, de educación tampoco. Hagamos algo.