/ martes 12 de enero de 2021

Joyas chiapanecas | Barbie


Aunque era moreno, chaparro y regordete, a Esteban siempre le había hecho ilusión ser mujer y parecerse a la “Barbie”, una muñequita de plástico que le habían regalado a su sobrina, que tenía cuerpo de señorita y una larga cabellera rubia. A escondidas de la niña, se la pasaba horas y horas acariciando aquel juguete, y se imaginaba mil y un atuendos que sabía podrían quedarle muy bien.


Tanta ilusión le hacía la “Barbie” a Esteban que, con el tiempo, a escondidas de sus padres, se compró la suya propia en una excursión que hizo solo a la juguetería de un centro comercial, y la escondió perfectamente entre sus pertenencias, en donde nadie más que él pudiera encontrarla.


Al principio le confeccionaba sus atuendos con trapos y bisutería que tomaba del costurero de su madre, pero después le compraba vestiditos originales, de la misma marca, que le costaban carísimos pero que le producían mucha satisfacción. También le inventaba peinados y le sujetaba el pelo con ligas y broches.


Se pasaba horas y horas con su muñeca, encerrados los dos en su habitación, y él era feliz vistiendo y desnudando aquel objeto de plástico, sintiéndose reflejado en la muñeca de las grandes tetas.


La ausencia despertó las sospechas de su padre, quien se imaginaba que Esteban escondía una colección de revistas pornográficas con las que se masturbaba. “Son cosas de la edad, pero el exceso puede hacerle daño”, comentaba a la madre, quien le respondía que lo dejara ser, que eran cosas de la adolescencia que se le pasarían con el crecimiento.


Muy por el contrario, Esteban estaba cada vez más obsesionado con su muñeca y hasta conoció a una costurera que le hacía la ropita a su gusto. Le encargó muchos vestidos de noche (sus preferidos), uno de novia con todos sus accesorios, varios de “chiapaneca” y hasta uno de monja.


Llegó un momento en que Esteban ya no tenía vida propia, todas sus acciones y pensamientos se dirigían a la “Barbie”, y esperaba ansioso la hora de salir de la escuela para comer rápidamente e irse a encerrar con su “Barbie”, por eso fue tan trágico el día en que su padre lo descubrió y esperó a que se fuera Esteban a su escuela para quemar a la muñequita con todo su guardarropa en el patio de la casa.


Aterrorizado al principio y compungido después, Esteban se enteró de lo ocurrido cuando se lo contó una de las sirvientas de la casa y lo llevó para que contemplara con sus propios ojos las cenizas que habían quedado de la destrucción de la “Barbie”.


Sin reclamar nada, sin hacer un solo reproche, Esteban pareció haber aceptado el hecho, pero desde ese día, sin ningún pudor, empezó a vestir ropa color rosa, que era algo emblemático de la difunta muñeca, y pidió a una amiga que le decolorara el cabello y se lo tiñera de rubio platino.


Mortificados, los padres intentaron oponerse a aquellas conductas, pero fue inútil, Esteban había dejado morir a la “Barbie” para que ésta renaciera en él, hasta que una noche, en un lupanar de mala muerte, un forajido le rebanó la garganta para robarle su dinero y su coche pintado de rosa.


Aunque era moreno, chaparro y regordete, a Esteban siempre le había hecho ilusión ser mujer y parecerse a la “Barbie”, una muñequita de plástico que le habían regalado a su sobrina, que tenía cuerpo de señorita y una larga cabellera rubia. A escondidas de la niña, se la pasaba horas y horas acariciando aquel juguete, y se imaginaba mil y un atuendos que sabía podrían quedarle muy bien.


Tanta ilusión le hacía la “Barbie” a Esteban que, con el tiempo, a escondidas de sus padres, se compró la suya propia en una excursión que hizo solo a la juguetería de un centro comercial, y la escondió perfectamente entre sus pertenencias, en donde nadie más que él pudiera encontrarla.


Al principio le confeccionaba sus atuendos con trapos y bisutería que tomaba del costurero de su madre, pero después le compraba vestiditos originales, de la misma marca, que le costaban carísimos pero que le producían mucha satisfacción. También le inventaba peinados y le sujetaba el pelo con ligas y broches.


Se pasaba horas y horas con su muñeca, encerrados los dos en su habitación, y él era feliz vistiendo y desnudando aquel objeto de plástico, sintiéndose reflejado en la muñeca de las grandes tetas.


La ausencia despertó las sospechas de su padre, quien se imaginaba que Esteban escondía una colección de revistas pornográficas con las que se masturbaba. “Son cosas de la edad, pero el exceso puede hacerle daño”, comentaba a la madre, quien le respondía que lo dejara ser, que eran cosas de la adolescencia que se le pasarían con el crecimiento.


Muy por el contrario, Esteban estaba cada vez más obsesionado con su muñeca y hasta conoció a una costurera que le hacía la ropita a su gusto. Le encargó muchos vestidos de noche (sus preferidos), uno de novia con todos sus accesorios, varios de “chiapaneca” y hasta uno de monja.


Llegó un momento en que Esteban ya no tenía vida propia, todas sus acciones y pensamientos se dirigían a la “Barbie”, y esperaba ansioso la hora de salir de la escuela para comer rápidamente e irse a encerrar con su “Barbie”, por eso fue tan trágico el día en que su padre lo descubrió y esperó a que se fuera Esteban a su escuela para quemar a la muñequita con todo su guardarropa en el patio de la casa.


Aterrorizado al principio y compungido después, Esteban se enteró de lo ocurrido cuando se lo contó una de las sirvientas de la casa y lo llevó para que contemplara con sus propios ojos las cenizas que habían quedado de la destrucción de la “Barbie”.


Sin reclamar nada, sin hacer un solo reproche, Esteban pareció haber aceptado el hecho, pero desde ese día, sin ningún pudor, empezó a vestir ropa color rosa, que era algo emblemático de la difunta muñeca, y pidió a una amiga que le decolorara el cabello y se lo tiñera de rubio platino.


Mortificados, los padres intentaron oponerse a aquellas conductas, pero fue inútil, Esteban había dejado morir a la “Barbie” para que ésta renaciera en él, hasta que una noche, en un lupanar de mala muerte, un forajido le rebanó la garganta para robarle su dinero y su coche pintado de rosa.