/ martes 21 de diciembre de 2021

Joyas Chiapanecas | El tuerto y la enana


Cómodamente sentada en su asiento de primera clase, mientras hojeaba la última edición de Vanity Fair y bebía una copa de champaña, Inmaculada descubrió con terror que uno de los pasajeros que pasaron junto a ella en camino hacia la clase turista era tuerto.

Olvidó la revista, dejó a un lado la copa y empezó a temblar y a sudar frío. Cuando era niña, su nana, una sirvienta indígena de raza pura, le había dicho que los tuertos atraían la mala suerte y ella estaba a punto de atravesar el océano Atlántico con uno de ellos, en un vuelo que duraría aproximadamente diez horas.

Muerta de pavor, Inmaculada pidió a su esposo que bajarán de la nave, que no quería despegar del suelo en compañía del tuerto, que ya no quería ir a París.

“Cálmate, pareces loca”, le respondió su marido y le hizo saber que no estaba dispuesto a secundarla en semejante estupidez, que todo el mundo tenía marcada la hora de su muerte y que aquel tuerto no tenía nada que ver con la suya.

Mientras las azafatas hacían la rutina de demostración de los equipos de emergencia y el avión se deslizaba lentamente sobre la pista para colocarse en la plataforma de despegue, Inmaculada tragó dos píldoras de Válium 10 con un trago de whisky para tratar de calmar sus nervios, pero no lo logró, estaba a punto de estallar.

Lívida, se sumergió en el abullonado asiento de piel y trató de olvidarse del tuerto, pero no lo consiguió.

Tampoco podía dormir ni concentrarse en la lectura, por lo que sacó un rosario que traía en la bolsa y empezó a rezar de manera automatizada.

Su esposo roncaba cuando una azafata, que había percibido su inquietud, se acercó para tratar de calmarla. “¿Es la primera vez que vuela?”, le preguntó, e Inmaculada le contó la historia del tuerto y le pidió que la llevara a verlo, disimuladamente.

Al principio, la empleada dudó, pero pensando en que aquello podría evitar una crisis de pánico en la pasajera accedió. Inmaculada siguió a la chica por el largo pasillo de la clase turista hasta llegar al lugar en que se encontraba el tuerto, quien dormía plácidamente.

Sin decir una sola palabra, Inmaculada rompió en llanto, y la aeromoza tuvo que ayudarla a caminar para regresar discretamente a su asiento y no desatar un escándalo.

Antes de llegar a la sección de primera clase, Inmaculada descubrió a una señora enana que dormitaba en uno de los asientos del pasillo.

Sin decir nada, se le fue encima a la enana y la empezó a besar y a acariciar la cabeza. Desconcertada, la enana, que era rusa, tuvo que hacer un gran esfuerzo para entender, cuando la sobrecargo le explicó que Inmaculada era una mujer supersticiosa y que adoraba a las personas enanas porque los enanos, según dicen, son de buena suerte.


Cómodamente sentada en su asiento de primera clase, mientras hojeaba la última edición de Vanity Fair y bebía una copa de champaña, Inmaculada descubrió con terror que uno de los pasajeros que pasaron junto a ella en camino hacia la clase turista era tuerto.

Olvidó la revista, dejó a un lado la copa y empezó a temblar y a sudar frío. Cuando era niña, su nana, una sirvienta indígena de raza pura, le había dicho que los tuertos atraían la mala suerte y ella estaba a punto de atravesar el océano Atlántico con uno de ellos, en un vuelo que duraría aproximadamente diez horas.

Muerta de pavor, Inmaculada pidió a su esposo que bajarán de la nave, que no quería despegar del suelo en compañía del tuerto, que ya no quería ir a París.

“Cálmate, pareces loca”, le respondió su marido y le hizo saber que no estaba dispuesto a secundarla en semejante estupidez, que todo el mundo tenía marcada la hora de su muerte y que aquel tuerto no tenía nada que ver con la suya.

Mientras las azafatas hacían la rutina de demostración de los equipos de emergencia y el avión se deslizaba lentamente sobre la pista para colocarse en la plataforma de despegue, Inmaculada tragó dos píldoras de Válium 10 con un trago de whisky para tratar de calmar sus nervios, pero no lo logró, estaba a punto de estallar.

Lívida, se sumergió en el abullonado asiento de piel y trató de olvidarse del tuerto, pero no lo consiguió.

Tampoco podía dormir ni concentrarse en la lectura, por lo que sacó un rosario que traía en la bolsa y empezó a rezar de manera automatizada.

Su esposo roncaba cuando una azafata, que había percibido su inquietud, se acercó para tratar de calmarla. “¿Es la primera vez que vuela?”, le preguntó, e Inmaculada le contó la historia del tuerto y le pidió que la llevara a verlo, disimuladamente.

Al principio, la empleada dudó, pero pensando en que aquello podría evitar una crisis de pánico en la pasajera accedió. Inmaculada siguió a la chica por el largo pasillo de la clase turista hasta llegar al lugar en que se encontraba el tuerto, quien dormía plácidamente.

Sin decir una sola palabra, Inmaculada rompió en llanto, y la aeromoza tuvo que ayudarla a caminar para regresar discretamente a su asiento y no desatar un escándalo.

Antes de llegar a la sección de primera clase, Inmaculada descubrió a una señora enana que dormitaba en uno de los asientos del pasillo.

Sin decir nada, se le fue encima a la enana y la empezó a besar y a acariciar la cabeza. Desconcertada, la enana, que era rusa, tuvo que hacer un gran esfuerzo para entender, cuando la sobrecargo le explicó que Inmaculada era una mujer supersticiosa y que adoraba a las personas enanas porque los enanos, según dicen, son de buena suerte.