/ martes 25 de mayo de 2021

Joyas chiapanecas | La dicha de Amparito


Amparito se sintió feliz el día en que sus padres organizaron una comida íntima, pero con invitados de primera línea, para anunciar su compromiso con el licenciado Martín de Jesús María del Valle Florido Ruiz García.

A sus veinte años de edad, la chica estaba convencida de que las mujeres en general no habían nacido solamente para el matrimonio, antes de eso deberían vivir la vida, ser autosuficientes y esperar a que les sucedieran cosas.

Pero ella no pertenecía al grupo de las mujeres en general, desde pequeña había demostrado que no le interesaba otra cosa que concertar un matrimonio ventajoso para no tener que trabajar y poderse dedicar de lleno a criar a sus hijos, a mantener el orden de su casa y a conservarse guapa para complacer a su marido.

Martín de Jesús María del Valle Florido parecía ser el candidato ideal. Era guapo, alto, blanco, educadísimo, muy simpático y tenía mucho mundo pues había estudiado en una buena universidad de la Ciudad de México, además de dos maestrías, una en Harvard y otra en Oxford.

A diferencia de la mayoría de los chiapanecos, Martín de Jesús María sabía comportarse en sociedad y tratar a una dama. Jamás había faltado el respeto a Amparito, al contrario, desde el momento mismo en que la conoció la hizo sentir como una reina, como el amor de su vida. Él le llevaba 20 años de edad, por lo que tenía 40, pero para todo el mundo es sabido que los 40 son los nuevos 30.

Además, Martín de Jesús María era soltero. En secreto le había confesado a Amparito que se había guardado para la mujer con la que algún día iba a casarse y esa mujer no era otra que la misma Amparo.

El día de la “pedida” la novia se vistió con un precioso traje azul hielo, muy moderno y sensual pero recatado. Recogió su cabello y lo amarró en un moño detrás de la nuca, lo que la hacía lucir muy bella y elegante. Dado el clima caluroso de mayo, él llegó vestido con camisa y pantalón de lino crudo y zapatos de piel en dos tonos contrastantes de café. Lo acompañaban sus padres, quienes se veían felices de emparentar con una familia como la de Amparito que, si bien era nueva rica, había logrado amasar una considerable fortuna.

Inocultable era la dicha de la joven al escuchar la propuesta matrimonial de su novio y dejarse poner en el dedo el anillo de brillantes que le colocó su ahora prometido, además de que los padres de ambos se mostraban de sobra complacidos.

Se descorcharon botellas y botellas de champán cristal, y entre copa y copa, algunas parejas se pusieron a bailar. En ese momento, la abuela de Amparito tomó del brazo a su nieta y la llevó aparte para decirle en secreto: “oí vos Amparo, ese tu pretendiente es mampo”.

Suponiendo que la anciana deliraba por la demencia propia de la edad, Amparito no hizo caso a su abuela, quien siguió repitiendo a quien quisiera escucharla que el prometido de su nieta era maricón.

Por fortuna, los padres de Martín de Jesús María no escucharon aquel rumor, y felices asistieron a la ceremonia en la que su hijo unió su vida a la de Amparo ante Dios, y juró amarla y respetarla el resto de su existencia.

Durante la fiesta, a la que se prefirió no llevar a la abuela de Amparo debido a las incoherencias que profería, como consecuencia de su enfermedad mental, el padrino de brindis, el mejor amigo de Martín de Jesús María, deseó a los novios una larga vida de placer y felicidad, como la que él había tenido, tenía y seguiría teniendo con su amante, el apuesto contrayente.


Amparito se sintió feliz el día en que sus padres organizaron una comida íntima, pero con invitados de primera línea, para anunciar su compromiso con el licenciado Martín de Jesús María del Valle Florido Ruiz García.

A sus veinte años de edad, la chica estaba convencida de que las mujeres en general no habían nacido solamente para el matrimonio, antes de eso deberían vivir la vida, ser autosuficientes y esperar a que les sucedieran cosas.

Pero ella no pertenecía al grupo de las mujeres en general, desde pequeña había demostrado que no le interesaba otra cosa que concertar un matrimonio ventajoso para no tener que trabajar y poderse dedicar de lleno a criar a sus hijos, a mantener el orden de su casa y a conservarse guapa para complacer a su marido.

Martín de Jesús María del Valle Florido parecía ser el candidato ideal. Era guapo, alto, blanco, educadísimo, muy simpático y tenía mucho mundo pues había estudiado en una buena universidad de la Ciudad de México, además de dos maestrías, una en Harvard y otra en Oxford.

A diferencia de la mayoría de los chiapanecos, Martín de Jesús María sabía comportarse en sociedad y tratar a una dama. Jamás había faltado el respeto a Amparito, al contrario, desde el momento mismo en que la conoció la hizo sentir como una reina, como el amor de su vida. Él le llevaba 20 años de edad, por lo que tenía 40, pero para todo el mundo es sabido que los 40 son los nuevos 30.

Además, Martín de Jesús María era soltero. En secreto le había confesado a Amparito que se había guardado para la mujer con la que algún día iba a casarse y esa mujer no era otra que la misma Amparo.

El día de la “pedida” la novia se vistió con un precioso traje azul hielo, muy moderno y sensual pero recatado. Recogió su cabello y lo amarró en un moño detrás de la nuca, lo que la hacía lucir muy bella y elegante. Dado el clima caluroso de mayo, él llegó vestido con camisa y pantalón de lino crudo y zapatos de piel en dos tonos contrastantes de café. Lo acompañaban sus padres, quienes se veían felices de emparentar con una familia como la de Amparito que, si bien era nueva rica, había logrado amasar una considerable fortuna.

Inocultable era la dicha de la joven al escuchar la propuesta matrimonial de su novio y dejarse poner en el dedo el anillo de brillantes que le colocó su ahora prometido, además de que los padres de ambos se mostraban de sobra complacidos.

Se descorcharon botellas y botellas de champán cristal, y entre copa y copa, algunas parejas se pusieron a bailar. En ese momento, la abuela de Amparito tomó del brazo a su nieta y la llevó aparte para decirle en secreto: “oí vos Amparo, ese tu pretendiente es mampo”.

Suponiendo que la anciana deliraba por la demencia propia de la edad, Amparito no hizo caso a su abuela, quien siguió repitiendo a quien quisiera escucharla que el prometido de su nieta era maricón.

Por fortuna, los padres de Martín de Jesús María no escucharon aquel rumor, y felices asistieron a la ceremonia en la que su hijo unió su vida a la de Amparo ante Dios, y juró amarla y respetarla el resto de su existencia.

Durante la fiesta, a la que se prefirió no llevar a la abuela de Amparo debido a las incoherencias que profería, como consecuencia de su enfermedad mental, el padrino de brindis, el mejor amigo de Martín de Jesús María, deseó a los novios una larga vida de placer y felicidad, como la que él había tenido, tenía y seguiría teniendo con su amante, el apuesto contrayente.