/ martes 2 de febrero de 2021

Joyas chiapanecas | La promesa de Amparo Montes


A mediados de los años 90 del siglo pasado, vivía enamorado de la entrevista, un género periodístico que no solamente me permitía asomarme a la vida de personajes que admiraba, sino que alimentaban mi espíritu.

En cierta ocasión me encontraba curioseando en una tienda de artesanías de Tuxtla Gutiérrez, cuando me enamoré de un tibor de cerámica bruñida, especialmente grande y especialmente caro, que me gustó tanto que no pude evitar la tentación de comprar.

Al momento de abrazarlo para ir a pagar, una mujer de edad madura, con el pelo cano y algo sobrada de kilos, se acercó a mí y, sin ambages, me dijo con inusual confianza que no podía yo haber hecho mejor elección. Agradecí el comentario y seguí mi camino, pero antes de llegar a la caja registradora, mi madre, que iba conmigo, me preguntó: “¿qué te dijo Amparo Montes?” Fue entonces que caí en cuenta de que aquella dama, vestida con un huipil bordado que le llegaba al piso, era la famosísima cantante, chiapaneca de origen, pero a quien yo conocía de antes por haberla visto y escuchado cantar los boleros más clásicos de México, en su legendario cabaret “La Cueva de Amparo Montes”, en la capital del país.

A pesar no haberla reconocido en un primer momento, me sentí emocionado por el encuentro, y después de pagar mi adquisición me pregunté: “¿le pediré que me conceda una entrevista?” Si no es ahora no será nunca, dijo mi mamá con la voz de la experiencia, y eso me hizo correr hasta donde se encontraba doña Amparo y preguntarle que si podríamos tener una breve charla para la prensa local. Amable, risueña, encantadora, pero, sobre todo, sencilla, la dama me respondió que no tenía inconveniente, a pesar de estar de paso por Tuxtla, y me citó en un domicilio del centro de la ciudad, para el día siguiente a media tarde.

Llegué puntual a la cita en una antigua casona de estilo neoclásico, en la que ella se hospedaba, y me recibió ataviada con otro vestido largo, color vino, que resaltaba la belleza de su cabellera blanca. Nos sentamos en la sala, con vista a un jardín lleno de plantas y pijijis, y yo me sentía encantado por la oportunidad que la casualidad me había brindado.

Me contó que ella era de Tapachula, en donde había pasado su infancia y su temprana juventud, y en la escuela se destacaba por su privilegiada voz. Siendo muy joven se trasladó a la Ciudad de México, en donde logró que la emplearan como cantante en la radiodifusora XEQ, para transmitir en vivo sus interpretaciones de Agustín Lara y Gonzalo Curiel. Después recibió un contrato en exclusiva para la XEW, en donde se dio a conocer internacionalmente. “Mi apellido real no es Montes, sino Meza Cruz”, me dijo abiertamente, y añadió que quien le sugirió que se cambiara en nombre había sido Emilio Azcárraga Vidaurreta, dueño de la estación.

“La fama, los discos y la Cueva de Amparo Montes, son tema de otra historia que te contaré la próxima vez que vuelva a Tuxtla, me dijo para finalizar, promesa que me quedé esperando porque ella falleció después sin haberse dado la ocasión.



Twitter: @hermosoduque

Instagram: Duque Santotón

Correo: santapiedra@gmail.com




A mediados de los años 90 del siglo pasado, vivía enamorado de la entrevista, un género periodístico que no solamente me permitía asomarme a la vida de personajes que admiraba, sino que alimentaban mi espíritu.

En cierta ocasión me encontraba curioseando en una tienda de artesanías de Tuxtla Gutiérrez, cuando me enamoré de un tibor de cerámica bruñida, especialmente grande y especialmente caro, que me gustó tanto que no pude evitar la tentación de comprar.

Al momento de abrazarlo para ir a pagar, una mujer de edad madura, con el pelo cano y algo sobrada de kilos, se acercó a mí y, sin ambages, me dijo con inusual confianza que no podía yo haber hecho mejor elección. Agradecí el comentario y seguí mi camino, pero antes de llegar a la caja registradora, mi madre, que iba conmigo, me preguntó: “¿qué te dijo Amparo Montes?” Fue entonces que caí en cuenta de que aquella dama, vestida con un huipil bordado que le llegaba al piso, era la famosísima cantante, chiapaneca de origen, pero a quien yo conocía de antes por haberla visto y escuchado cantar los boleros más clásicos de México, en su legendario cabaret “La Cueva de Amparo Montes”, en la capital del país.

A pesar no haberla reconocido en un primer momento, me sentí emocionado por el encuentro, y después de pagar mi adquisición me pregunté: “¿le pediré que me conceda una entrevista?” Si no es ahora no será nunca, dijo mi mamá con la voz de la experiencia, y eso me hizo correr hasta donde se encontraba doña Amparo y preguntarle que si podríamos tener una breve charla para la prensa local. Amable, risueña, encantadora, pero, sobre todo, sencilla, la dama me respondió que no tenía inconveniente, a pesar de estar de paso por Tuxtla, y me citó en un domicilio del centro de la ciudad, para el día siguiente a media tarde.

Llegué puntual a la cita en una antigua casona de estilo neoclásico, en la que ella se hospedaba, y me recibió ataviada con otro vestido largo, color vino, que resaltaba la belleza de su cabellera blanca. Nos sentamos en la sala, con vista a un jardín lleno de plantas y pijijis, y yo me sentía encantado por la oportunidad que la casualidad me había brindado.

Me contó que ella era de Tapachula, en donde había pasado su infancia y su temprana juventud, y en la escuela se destacaba por su privilegiada voz. Siendo muy joven se trasladó a la Ciudad de México, en donde logró que la emplearan como cantante en la radiodifusora XEQ, para transmitir en vivo sus interpretaciones de Agustín Lara y Gonzalo Curiel. Después recibió un contrato en exclusiva para la XEW, en donde se dio a conocer internacionalmente. “Mi apellido real no es Montes, sino Meza Cruz”, me dijo abiertamente, y añadió que quien le sugirió que se cambiara en nombre había sido Emilio Azcárraga Vidaurreta, dueño de la estación.

“La fama, los discos y la Cueva de Amparo Montes, son tema de otra historia que te contaré la próxima vez que vuelva a Tuxtla, me dijo para finalizar, promesa que me quedé esperando porque ella falleció después sin haberse dado la ocasión.



Twitter: @hermosoduque

Instagram: Duque Santotón

Correo: santapiedra@gmail.com