/ martes 30 de marzo de 2021

Joyas Chiapanecas | Los motivos de la primera dama


Cuando a Jacinto, después de muchos años de intentarlo, logró que el partido en el poder lo postulara para presidente municipal de su ciudad, le llovieron amigos, parientes, pero, sobre todo, muchos consejos, entre los que el más reiterado era que se consiguiera una buena esposa, pues los electores no verían con buenos ojos la soltería de un candidato de 48 años.

“Obviamente debes aprovechar para que tu mujer sea lo suficientemente guapa y el pueblo se identifique con ella…”, le recomendó el presidente del partido, y Jacinto, entornando los ojos, se imaginó a Jacqueline Kennedy de su brazo.

Lo malo es que en la ciudad de Jacinto no había mujeres de ese estilo. Las señoras más ricas de la sociedad se mandaban a hacer la ropa con sus costureras de toda la vida o si acaso viajaban a Tuxtla o a Tapachula para comprar vestidos de marcas famosas en las plazas comerciales de renombre.

Por más que lo pensaba, Jacinto no encontraba una chica a la medida de sus necesidades, hasta que su propia madre le hizo notar que cualquiera de las cuatro hijas del tendero español más acaudalado de la comunidad, sería la candidata perfecta para convertirse en la esposa del candidato “¿Total?, si la gachupina no te sirve en la política, podrá darte gusto en la cama y te mejorará la raza”, dijo la señora para terminar de convencerlo.

Feliz de la vida, el español escuchó la propuesta de Jacinto y ordenó a su hija mayor, María del Pilar, que correspondiera a los galanteos de aquel otoñal pretendiente.

Aunque la chica soñaba en viajar a la tierra de sus padres para encontrar un hombre a su medida, no tuvo más remedio que aceptar pues aquel viaje, mil veces postergado, podría no realizarse jamás, y ahora se le brindaba la oportunidad de ser la primera dama de un municipio costero y rabón, pero primera dama al fin.

Jacinto era 20 años mayor que María del Pilar, pero eso era lo de menos, incluso para la joven, que ya se veía gastando los millones de su futuro marido y, tal como había visto en otras primeras damas, los del Erario Público.

Después de un par de meses de noviazgo formal, se fijó la fecha de la boda en la iglesia parroquial del municipio. La recepción con marimba, grupo salsero, grupo pop y mariachi se llevó a cabo en el salón de actos del ayuntamiento.

María del Pilar se veía radiante vestida de novia, para todos era como una princesa salida de un cuento, pues en aquel pueblo jamás había habido una primera dama de ojos azules y los rasgos finos. El contraste no favorecía a Jacinto, ridículamente chaparro y prieto en su traje de color azul rey y su corbatita de moño rosa.

Como era de esperarse, Jacinto ganó las elecciones e hizo una gran fortuna al vapor. María del Pilar se convirtió no solamente en la primera dama del municipio, sino en una dama de verdad. En los hijos de la pareja predominaron los rasgos autóctonos del padre, lo que incomodó a ella, pero le restó importancia al detalle cuando empezó a gastar a manos llenas.

Al terminar el periodo de gobierno de Jacinto, la familia se instaló en una mansión de la capital del estado, en la que vivió hasta que Jacinto obtuvo un escaño como senador y tuvieron que cambiarse a la Ciudad de México, desde donde María el Pilar decidió volar hacia España, llevándose sus cuentas bancarias, sus joyas y todos los objetos de valor que logró reunir. Nadie podía creer que la esposa del senador lo abandonará a él y a sus hijos, pero ella tenía sus propias razones.


E Mail: santapiedra@gmail.com


Cuando a Jacinto, después de muchos años de intentarlo, logró que el partido en el poder lo postulara para presidente municipal de su ciudad, le llovieron amigos, parientes, pero, sobre todo, muchos consejos, entre los que el más reiterado era que se consiguiera una buena esposa, pues los electores no verían con buenos ojos la soltería de un candidato de 48 años.

“Obviamente debes aprovechar para que tu mujer sea lo suficientemente guapa y el pueblo se identifique con ella…”, le recomendó el presidente del partido, y Jacinto, entornando los ojos, se imaginó a Jacqueline Kennedy de su brazo.

Lo malo es que en la ciudad de Jacinto no había mujeres de ese estilo. Las señoras más ricas de la sociedad se mandaban a hacer la ropa con sus costureras de toda la vida o si acaso viajaban a Tuxtla o a Tapachula para comprar vestidos de marcas famosas en las plazas comerciales de renombre.

Por más que lo pensaba, Jacinto no encontraba una chica a la medida de sus necesidades, hasta que su propia madre le hizo notar que cualquiera de las cuatro hijas del tendero español más acaudalado de la comunidad, sería la candidata perfecta para convertirse en la esposa del candidato “¿Total?, si la gachupina no te sirve en la política, podrá darte gusto en la cama y te mejorará la raza”, dijo la señora para terminar de convencerlo.

Feliz de la vida, el español escuchó la propuesta de Jacinto y ordenó a su hija mayor, María del Pilar, que correspondiera a los galanteos de aquel otoñal pretendiente.

Aunque la chica soñaba en viajar a la tierra de sus padres para encontrar un hombre a su medida, no tuvo más remedio que aceptar pues aquel viaje, mil veces postergado, podría no realizarse jamás, y ahora se le brindaba la oportunidad de ser la primera dama de un municipio costero y rabón, pero primera dama al fin.

Jacinto era 20 años mayor que María del Pilar, pero eso era lo de menos, incluso para la joven, que ya se veía gastando los millones de su futuro marido y, tal como había visto en otras primeras damas, los del Erario Público.

Después de un par de meses de noviazgo formal, se fijó la fecha de la boda en la iglesia parroquial del municipio. La recepción con marimba, grupo salsero, grupo pop y mariachi se llevó a cabo en el salón de actos del ayuntamiento.

María del Pilar se veía radiante vestida de novia, para todos era como una princesa salida de un cuento, pues en aquel pueblo jamás había habido una primera dama de ojos azules y los rasgos finos. El contraste no favorecía a Jacinto, ridículamente chaparro y prieto en su traje de color azul rey y su corbatita de moño rosa.

Como era de esperarse, Jacinto ganó las elecciones e hizo una gran fortuna al vapor. María del Pilar se convirtió no solamente en la primera dama del municipio, sino en una dama de verdad. En los hijos de la pareja predominaron los rasgos autóctonos del padre, lo que incomodó a ella, pero le restó importancia al detalle cuando empezó a gastar a manos llenas.

Al terminar el periodo de gobierno de Jacinto, la familia se instaló en una mansión de la capital del estado, en la que vivió hasta que Jacinto obtuvo un escaño como senador y tuvieron que cambiarse a la Ciudad de México, desde donde María el Pilar decidió volar hacia España, llevándose sus cuentas bancarias, sus joyas y todos los objetos de valor que logró reunir. Nadie podía creer que la esposa del senador lo abandonará a él y a sus hijos, pero ella tenía sus propias razones.


E Mail: santapiedra@gmail.com