/ martes 13 de julio de 2021

Joyas Chiapanecas | ¡Se crucificó en un circo!



A mediados de 1943, mientras los mexicanos se arremolinaban alrededor de los aparatos de radio y se arrebataban los periódicos para enterarse de las novedades de la II Guerra Mundial, en la capital del país se vivió un extraño fenómeno.

Un empresario circense empezó a publicitar como espectáculo, la crucifixión y después presentación durante cien días, de un treintañero, alto, barbado y rubio, nacido en Bombay (India), hijo de un matrimonio conformado por una mujer suiza y un alemán. El acto se ofrecía como la proeza de un faquir, pero la connotación religiosa cristiana era evidente.

La verdad es que lo que movía a Harry von Wieckende, como se llamaba aquel personaje, mejor conocido como El Faquir Harry, era el dinero. Con tres largos y afilados clavos de oro lo sujetarían a una tabla. Él decía que aquellos punzones tenían que ser de ese material, porque el oro tenía propiedades extrasensoriales que lo protegerían contra las infecciones y cualquier tipo de amenazas intangibles.

La empresa habilitó una destartalada carpa ubicada en la avenida San Juan de Letrán, número 5, a la que se bautizó con el pretencioso nombre de “Palacio Hindú”. Se decoró al estilo oriental, se contrataron odaliscas de utilería, prietas y chaparras, además de enanos tuertos y un encantador de serpientes. También había un médico de cabecera y una nalgona enfermera.

El día de la crucifixión, el jueves 26 de agosto de 1943, más de cien personas llenaron la carpa en la que, semidesnudo, el rubio faquir, cubierto con un taparrabos, fue clavado de los dos pies y de la mano izquierda sobre el tablón. Todo sin anestesia.

Harry utilizaba la mano derecha para fumar, ingerir sus alimentos y otros menesteres, como orinar o limpiarse después de defecar. El médico y la enfermera eran indolentes, y la presencia de esta última resultaba incómoda cuando al mover cadenciosamente las nalgas provocaba erecciones en el crucificado, con el consiguiente malestar de algunos miembros del público y el beneplácito de los demás.

Nadie hablaba de Hitler o del emperador Hirohito, todos querían ver al crucificado. Un mes después, muchas personas habían acudido al espectáculo de Harry, incluyendo celebridades como Cantinflas, Antonio Badú, María Teresa Montoya, Tito Junco, Luis Procuna, María Félix, Rita Macedo y muchas otras estrellas más.

Al principio, el faquir respondía preguntas y platicaba con la concurrencia. Dado el parecido de aquella escena con la idea que la generalidad tenía de la crucifixión de Cristo, algunas personas le rezaban y le llevaban “milagritos”, además de pedirle cosas. Blanco, rubio, barbado, semidesnudo y lacerado, aquel redentor artificial lograba remover los sentimientos místicos de una población medrosa y muerta de hambre.

De pronto, el ánimo del faquir empezó a flaquear. Aunque no tenía fiebre, deliraba y tenía dificultades para respirar. Llegó un momento en que el médico de cabecera se alarmó a tal grado, que ordenó desclavar al crucificado de inmediato, inclusive con la rotunda oposición del mismo faquir.

Sin embargo, fue internado en un hospital, en el que se descubrió que tenía una congestión pulmonar que ya le estaba oprimiendo el corazón. Las heridas de los clavos también eran severas, pero después de permanecer una semana en el sanatorio, Harry fue dado de alta.

El empresario decidió hospedar momentáneamente a Harry en el hotel Gilow, de Isabel La Católica. Él y su representante tomaron un taxi y se trasladaron al citado establecimiento. El faquir entró al hotel por su propio pie, después de registrarse subió en el elevador a su habitación, en el tercer piso, y después de atravesar el umbral, se desplomó agonizante. Minutos más tarde ya había muerto.

La expectación generada en la época por los acontecimientos mundiales, terminó por borrar de la memoria colectiva tan estrambótico suceso, el cual fue punto de inspiración para algunos escritores y cineastas, entre ellos José de la Colina y Luis Alcoriza, que se inspiraron en él para realizar el guión del capítulo “Esperanza” del filme Fe, esperanza y caridad, llevado a la pantalla en 1972.


Redes:

FB: Julio Domínguez Balboa

Instragram: @gran_duque_julio

E Mail: santapiedra@gmail.com



A mediados de 1943, mientras los mexicanos se arremolinaban alrededor de los aparatos de radio y se arrebataban los periódicos para enterarse de las novedades de la II Guerra Mundial, en la capital del país se vivió un extraño fenómeno.

Un empresario circense empezó a publicitar como espectáculo, la crucifixión y después presentación durante cien días, de un treintañero, alto, barbado y rubio, nacido en Bombay (India), hijo de un matrimonio conformado por una mujer suiza y un alemán. El acto se ofrecía como la proeza de un faquir, pero la connotación religiosa cristiana era evidente.

La verdad es que lo que movía a Harry von Wieckende, como se llamaba aquel personaje, mejor conocido como El Faquir Harry, era el dinero. Con tres largos y afilados clavos de oro lo sujetarían a una tabla. Él decía que aquellos punzones tenían que ser de ese material, porque el oro tenía propiedades extrasensoriales que lo protegerían contra las infecciones y cualquier tipo de amenazas intangibles.

La empresa habilitó una destartalada carpa ubicada en la avenida San Juan de Letrán, número 5, a la que se bautizó con el pretencioso nombre de “Palacio Hindú”. Se decoró al estilo oriental, se contrataron odaliscas de utilería, prietas y chaparras, además de enanos tuertos y un encantador de serpientes. También había un médico de cabecera y una nalgona enfermera.

El día de la crucifixión, el jueves 26 de agosto de 1943, más de cien personas llenaron la carpa en la que, semidesnudo, el rubio faquir, cubierto con un taparrabos, fue clavado de los dos pies y de la mano izquierda sobre el tablón. Todo sin anestesia.

Harry utilizaba la mano derecha para fumar, ingerir sus alimentos y otros menesteres, como orinar o limpiarse después de defecar. El médico y la enfermera eran indolentes, y la presencia de esta última resultaba incómoda cuando al mover cadenciosamente las nalgas provocaba erecciones en el crucificado, con el consiguiente malestar de algunos miembros del público y el beneplácito de los demás.

Nadie hablaba de Hitler o del emperador Hirohito, todos querían ver al crucificado. Un mes después, muchas personas habían acudido al espectáculo de Harry, incluyendo celebridades como Cantinflas, Antonio Badú, María Teresa Montoya, Tito Junco, Luis Procuna, María Félix, Rita Macedo y muchas otras estrellas más.

Al principio, el faquir respondía preguntas y platicaba con la concurrencia. Dado el parecido de aquella escena con la idea que la generalidad tenía de la crucifixión de Cristo, algunas personas le rezaban y le llevaban “milagritos”, además de pedirle cosas. Blanco, rubio, barbado, semidesnudo y lacerado, aquel redentor artificial lograba remover los sentimientos místicos de una población medrosa y muerta de hambre.

De pronto, el ánimo del faquir empezó a flaquear. Aunque no tenía fiebre, deliraba y tenía dificultades para respirar. Llegó un momento en que el médico de cabecera se alarmó a tal grado, que ordenó desclavar al crucificado de inmediato, inclusive con la rotunda oposición del mismo faquir.

Sin embargo, fue internado en un hospital, en el que se descubrió que tenía una congestión pulmonar que ya le estaba oprimiendo el corazón. Las heridas de los clavos también eran severas, pero después de permanecer una semana en el sanatorio, Harry fue dado de alta.

El empresario decidió hospedar momentáneamente a Harry en el hotel Gilow, de Isabel La Católica. Él y su representante tomaron un taxi y se trasladaron al citado establecimiento. El faquir entró al hotel por su propio pie, después de registrarse subió en el elevador a su habitación, en el tercer piso, y después de atravesar el umbral, se desplomó agonizante. Minutos más tarde ya había muerto.

La expectación generada en la época por los acontecimientos mundiales, terminó por borrar de la memoria colectiva tan estrambótico suceso, el cual fue punto de inspiración para algunos escritores y cineastas, entre ellos José de la Colina y Luis Alcoriza, que se inspiraron en él para realizar el guión del capítulo “Esperanza” del filme Fe, esperanza y caridad, llevado a la pantalla en 1972.


Redes:

FB: Julio Domínguez Balboa

Instragram: @gran_duque_julio

E Mail: santapiedra@gmail.com