/ martes 28 de mayo de 2019

Nuevo regreso a Chiapas: familia, amigos y ciencia

PIEDRA DE TOQUE

Después de mi regreso de Puebla por tercera vez a Chiapas, llegue urgido por los calores de Tuxtla y los fríos vientos de San Cristóbal, los traigo todos en la memoria de los oídos, los ojos y las pieles del alma y el cuerpo.

Los dos primeros días Cinthya Ixchel, mi hija, y yo fuimos recibidos con la grata presencia de un bello grupo de la familia de su madre, Patricia Mota. Cada familia -llegaron cinco- trajeron distintos tipos de camarones: camarones al mojo de ajo, camarones pelados, ensalada de camarón con cebolla tomate, cilantro, chile, limón y camarón seco, con chile blanco y limón, también rodó carne molida con limón, chicharrones y las consabidas cervezas. Y, obviamente, cochito; también no podía faltar tequila y mescal. Su alegría natural, casi todos de origen costeño -de Echegaray, tierra natal de Armando Duvalier- hacen posible que la conversación fluya entre anécdotas, chistes y “temas serios”. Viví la degustación plena del reencuentro. Los costeños tienen el humor a flor de labio. Héctor (tío) juega con las palabras y los gestos a diestra y siniestra (como un danzante antiguo y moderno); Laura (hermana de Patricia) canta y cuenta cuentos gallegos y muchos chiapanecos con gracia e ingenio que nos desparramaba de risas. Y no solo nos arrastraban entre risas y risas, sino también surgían replicas y colofones que nacen y nacen en un juego imaginario que da vida al ser chiapaneco. Sabemos que el costeño chiapaneco no se mide con las palabras pues las deja fluir el son de las frases, los sentidos de las mismas y de los dardos dirigidos a unos y otros de los presentes. Al calor de los mescales la fiesta cobró la dimensión de la alegría de estar vivo en esta tierra. La parte costeña de Patricia es una de los rasgos más gratos de su personalidad, sin olvidar el humor tuxtleco de su padre, don Armando, a quien recuerdo, junto con su esposa, doña Lupita, recientemente fallecida, con suma gratitud.

El domingo estaba dispuesto a salir para San Cristóbal y recibí una llamada del pintor y escultor Gabriel Gallegos para asistir a una reunión y celebrar sus sesenta años. Suspendí en viaje y me fui el lunes para la Quinta de Gabriel y Anita en Berriozábal. A la entrada me encontré con el escultor Robertoni y el narrador Oscar Palacios. Al poco rato arribaron Toto, el músico y mi tocayo, Enrique García Cuéllar y otros más. El tiempo fresco se apoderó del lugar, Berriozábal poseído por la serenidad del clima y gracias a las lluvias la pátina del tiempo es el signo de la majestad del bienestar, pese a las miserias de los días. Para mi Berriozábal es un espacio sacro, no por la realidad real, sino por ser un espacio poético donde habita eternamente la Tía Chofi, a quién tan sabiamente cantó Sabines, pues la poesía tiene el poder imperturbable de sacralizar más allá de los profanos, que pocas cosas entienden. Digo pues que llegamos a la Quinta de Gabriel y Anita, donde siempre encuentro paz y sosiego, como si el tiempo lograra una nueva dimensión espacial y el espacio poseyera una largueza infinita. En fin. Los contertulios nos enfrascamos en temas históricos, bíblicos, poéticos y literarios; deliberadamente dejamos a un lado la política. La música tomó la palabra y escuchamos la poesía de José Alfredo Jiménez. Fui feliz, pues es mi poeta romántico y filósofo mexicano por excelencia. Comimos el imprescindible cochito, quesos y butifarras de diferentes sabrosuras.

Me dio mucho gusto volver a compartir con García Cuéllar (Enrique y no Ricardo), hombre agradable, inteligente, culto, buen y agudo polemista; a Oscar Palacios, personaje real de sus novelas, es un ser humano que vive a plenitud su literatura. Gabriel Gallegos es mi amigo de siempre, es sencillo y caballeroso y claramente afectivo, pese al paso de los años sin vernos; es un conciliador de los extremos y esa actitud es admirable y poco frecuente entre amigos artistas. De él he aprendido esa virtud de conciliar entre poetas y artistas, amigos y políticos.

Por fin salí el martes 22 de mayo para San Cristóbal de las Casas para caminarla y buscar información sobre temas que estudio para cerrar tres investigaciones. Al llegar al hotel Casa vieja, invitado por mi amigo Javier Espinosa Mandujano, pasé, al mero frente, a mirar libros en el Centro de investigaciones interdisciplinarias de Chiapas y Centroamérica (CIMSUR) y su director, mi amigo, Gabriel Ascencio Franco, me invitó a asistir al Encuentro Pueblos y Fronteras: La frontera como problema historiográfico en México y Centroamérica, que iniciaba en la tarde. El encuentro fue organizado por Amanda Torres. Allí estuve en todas las cesiones. La primera mesa, La frontera en la colonia contó con brillantes intervenciones de Raquel Güereca (Biblioteca Nacional de Antropología e historia- INAH), Ulises Ramírez (Estudios mesoamericanos-Unam), Sergio Nicolás Gutiérrez (Universidad de ciencias y artes de Chiapas) y la lucida intervención de Cecilia Sheridan (Ciesas-Noreste).



La mesa dos giró en torno a Las fronteras jurisdiccionales con la participación de Carlos Ortega (Dirección de estudios históricos INAH), Sajid Herrera Mena (Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, R. de El Salvador) y Ana María Parrilla (Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas). La mesa tres, fue la que más me interesó en tanto que giro sobre la frontera México-Guatemala durante el siglo XIX, en la cual participó Juan Carlos Sarazúa (Unam), Justus Fenner (Cimsur-Unam), Amanda Úrsula Torres (Cimsur-Unam) y Rocío Ortiz Herrera (Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas). La mesa cuatro se dedicó a Trabajo y migración en la frontera, siglos XIX y XX, con la participación de Armando Méndez Zárate (Ciesas-Peninsular), Dolores Palomo Infante (Ciesas-Surste), David Vásquez (Historia Colmex), Miguel Lisbona Guillén (Cimsur). La mesa cinco fue dedicada a La frontera desde la larga duración con la participación del brillante y renovador historiador Mario Vázquez Olivera (CIALC-Unam) y Juan Carlos Arriaga (Universidad de Quintana Roo). La sexta mesa cerró el encuentro con el tema Política y fronteras del siglo XX, con la participación de Anton Atiud Paredes (Instituto de Educación Medio Superior del Distrito Federal), Gererdo Monterrosa (Cimsur) y Oscar Meléndez ( Universidad centroamericana José Simeón Cañas, R. de El Salvador).

Escuché verdaderos aportes. Lo grato fue encontrar a varios amigos con trabajos muy significativos y conocer a otros tantos. Bello y gratificante regreso a Chiapas.


Después de mi regreso de Puebla por tercera vez a Chiapas, llegue urgido por los calores de Tuxtla y los fríos vientos de San Cristóbal, los traigo todos en la memoria de los oídos, los ojos y las pieles del alma y el cuerpo.

Los dos primeros días Cinthya Ixchel, mi hija, y yo fuimos recibidos con la grata presencia de un bello grupo de la familia de su madre, Patricia Mota. Cada familia -llegaron cinco- trajeron distintos tipos de camarones: camarones al mojo de ajo, camarones pelados, ensalada de camarón con cebolla tomate, cilantro, chile, limón y camarón seco, con chile blanco y limón, también rodó carne molida con limón, chicharrones y las consabidas cervezas. Y, obviamente, cochito; también no podía faltar tequila y mescal. Su alegría natural, casi todos de origen costeño -de Echegaray, tierra natal de Armando Duvalier- hacen posible que la conversación fluya entre anécdotas, chistes y “temas serios”. Viví la degustación plena del reencuentro. Los costeños tienen el humor a flor de labio. Héctor (tío) juega con las palabras y los gestos a diestra y siniestra (como un danzante antiguo y moderno); Laura (hermana de Patricia) canta y cuenta cuentos gallegos y muchos chiapanecos con gracia e ingenio que nos desparramaba de risas. Y no solo nos arrastraban entre risas y risas, sino también surgían replicas y colofones que nacen y nacen en un juego imaginario que da vida al ser chiapaneco. Sabemos que el costeño chiapaneco no se mide con las palabras pues las deja fluir el son de las frases, los sentidos de las mismas y de los dardos dirigidos a unos y otros de los presentes. Al calor de los mescales la fiesta cobró la dimensión de la alegría de estar vivo en esta tierra. La parte costeña de Patricia es una de los rasgos más gratos de su personalidad, sin olvidar el humor tuxtleco de su padre, don Armando, a quien recuerdo, junto con su esposa, doña Lupita, recientemente fallecida, con suma gratitud.

El domingo estaba dispuesto a salir para San Cristóbal y recibí una llamada del pintor y escultor Gabriel Gallegos para asistir a una reunión y celebrar sus sesenta años. Suspendí en viaje y me fui el lunes para la Quinta de Gabriel y Anita en Berriozábal. A la entrada me encontré con el escultor Robertoni y el narrador Oscar Palacios. Al poco rato arribaron Toto, el músico y mi tocayo, Enrique García Cuéllar y otros más. El tiempo fresco se apoderó del lugar, Berriozábal poseído por la serenidad del clima y gracias a las lluvias la pátina del tiempo es el signo de la majestad del bienestar, pese a las miserias de los días. Para mi Berriozábal es un espacio sacro, no por la realidad real, sino por ser un espacio poético donde habita eternamente la Tía Chofi, a quién tan sabiamente cantó Sabines, pues la poesía tiene el poder imperturbable de sacralizar más allá de los profanos, que pocas cosas entienden. Digo pues que llegamos a la Quinta de Gabriel y Anita, donde siempre encuentro paz y sosiego, como si el tiempo lograra una nueva dimensión espacial y el espacio poseyera una largueza infinita. En fin. Los contertulios nos enfrascamos en temas históricos, bíblicos, poéticos y literarios; deliberadamente dejamos a un lado la política. La música tomó la palabra y escuchamos la poesía de José Alfredo Jiménez. Fui feliz, pues es mi poeta romántico y filósofo mexicano por excelencia. Comimos el imprescindible cochito, quesos y butifarras de diferentes sabrosuras.

Me dio mucho gusto volver a compartir con García Cuéllar (Enrique y no Ricardo), hombre agradable, inteligente, culto, buen y agudo polemista; a Oscar Palacios, personaje real de sus novelas, es un ser humano que vive a plenitud su literatura. Gabriel Gallegos es mi amigo de siempre, es sencillo y caballeroso y claramente afectivo, pese al paso de los años sin vernos; es un conciliador de los extremos y esa actitud es admirable y poco frecuente entre amigos artistas. De él he aprendido esa virtud de conciliar entre poetas y artistas, amigos y políticos.

Por fin salí el martes 22 de mayo para San Cristóbal de las Casas para caminarla y buscar información sobre temas que estudio para cerrar tres investigaciones. Al llegar al hotel Casa vieja, invitado por mi amigo Javier Espinosa Mandujano, pasé, al mero frente, a mirar libros en el Centro de investigaciones interdisciplinarias de Chiapas y Centroamérica (CIMSUR) y su director, mi amigo, Gabriel Ascencio Franco, me invitó a asistir al Encuentro Pueblos y Fronteras: La frontera como problema historiográfico en México y Centroamérica, que iniciaba en la tarde. El encuentro fue organizado por Amanda Torres. Allí estuve en todas las cesiones. La primera mesa, La frontera en la colonia contó con brillantes intervenciones de Raquel Güereca (Biblioteca Nacional de Antropología e historia- INAH), Ulises Ramírez (Estudios mesoamericanos-Unam), Sergio Nicolás Gutiérrez (Universidad de ciencias y artes de Chiapas) y la lucida intervención de Cecilia Sheridan (Ciesas-Noreste).



La mesa dos giró en torno a Las fronteras jurisdiccionales con la participación de Carlos Ortega (Dirección de estudios históricos INAH), Sajid Herrera Mena (Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, R. de El Salvador) y Ana María Parrilla (Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas). La mesa tres, fue la que más me interesó en tanto que giro sobre la frontera México-Guatemala durante el siglo XIX, en la cual participó Juan Carlos Sarazúa (Unam), Justus Fenner (Cimsur-Unam), Amanda Úrsula Torres (Cimsur-Unam) y Rocío Ortiz Herrera (Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas). La mesa cuatro se dedicó a Trabajo y migración en la frontera, siglos XIX y XX, con la participación de Armando Méndez Zárate (Ciesas-Peninsular), Dolores Palomo Infante (Ciesas-Surste), David Vásquez (Historia Colmex), Miguel Lisbona Guillén (Cimsur). La mesa cinco fue dedicada a La frontera desde la larga duración con la participación del brillante y renovador historiador Mario Vázquez Olivera (CIALC-Unam) y Juan Carlos Arriaga (Universidad de Quintana Roo). La sexta mesa cerró el encuentro con el tema Política y fronteras del siglo XX, con la participación de Anton Atiud Paredes (Instituto de Educación Medio Superior del Distrito Federal), Gererdo Monterrosa (Cimsur) y Oscar Meléndez ( Universidad centroamericana José Simeón Cañas, R. de El Salvador).

Escuché verdaderos aportes. Lo grato fue encontrar a varios amigos con trabajos muy significativos y conocer a otros tantos. Bello y gratificante regreso a Chiapas.


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