/ domingo 14 de febrero de 2021

[Especial] Felisa y Vicente, una historia de amor eterno

El matrimonio tuvo dos hijas, y luchó siempre contra las habladurías y la inquina incluso por parte de la familia de él


Felisa Guadarrama y Vicente Iniesta, nacieron ambos en San Isidro Bucio, un lugar del que, según nos cuentan, sólo saben que existe quienes lo habitan.

Es un pequeño poblado a media hora de Atlacomulco en el estado de México, que por aquellos ayeres del 5 de abril del 58 cuando nació Vicente y aún el 20 de noviembre del 1960 que es cuando Felisa vino al mundo, apenas si se reconocía como una ranchería habitada por pocas familias, apenas unos cientos de personas, todas se conocían entre sí.

Vicente era el mejor amigo del hermano de Felisa a quien casi vio nacer y crecieron juntos en fraterna convivencia, un pequeño lugar, una gran amistad.

Ambos personas inquietas y trabajadoras, con la llegada de la adolescencia, las fuerzas y el entendimiento para desenvolverse, se mudaron a vivir al estado de México, cada quien por su lado, cada quien haciendo su vida pero encontrándose ocasionalmente en el camión que les llevaba de regreso al lugar que les vio nacer.



Era entonces cuando las horas del viaje se hacían cortas platicando, contándose mutuamente sus experiencias, el camión y su pueblo era el punto de coincidencia, el resto del tiempo, la ciudad les absorbía, no había espacio para una reunión.

Consumado trabajador, Vicente tuvo una relación con una prima de Felisa, pero no pasó a más de los 24 meses que duró el noviazgo pues cuando quiso formalizar se topó con la dura verdad: la madre de su entonces novia, pensaba que él "era poca cosa" para su hija.

Decepcionado, Vicente se entregó con más ahínco al trabajo iba a la ciudad, venía a San Isidro y platicaba con Felisa, iba a la ciudad, venía a San Isidro y se encontraba con Felisa, iba a la ciudad y en la ciudad, también ahora, encontraba el tiempo para ver a Felisa, iba a la ciudad y volvía a San Isidro, pero además ya no iba y vanía solo, ahora los viajes los hacia acompañado de Felisa.

"Nunca pensé que seríamos algo más que amigos" diría la protagonista de esta historia, Vicente fue siempre parte de su vida, desde la infancia, se conocían bien y una vez que iniciaron su noviazgo, ya no hubo nada que pudiera separarlos, ni siquiera la madre de Vicente quien toleró la relación de su hijo con Felisa, hasta que él le habló de querer casarse con ella.

"No es buena mujer, le habría dicho la madre, siempre está enferma" y era cierto, desde temprana infancia, Felisa padecía fuertes dolores de cabeza, muy fuertes, tanto que a veces, incluso convulsionaba. Fue a muchos médicos, pero ninguno pudo diagnosticar qué padecía así que el tratamiento que podía llevar era sólo un muy ligero paliativo.

Aún así a Felisa nada la frenaba y a Vicente menos, así que pese a la desaprobación de la madre de Vicente, se casaron en San isidro y formaron su hogar en el estado de México donde la pareja pasaría toda su vida matrimonial luchando contra la enfermedad.


Felisa y Vicente, disfrutando de unas vacaciones en familia. / Foto: Cortesía | Familia Iniesta Guadarrama


Alejandra, la primera hija del matrimonio cuenta "me siento muy orgullosa de mi papá, él siempre fue muy participativo dentro de su matrimonio" y sigue la historia pues la madre de Alejandra, Felisa, debido a la rara enfermedad que padecía, en ocasiones pasaba días sin poder levantarse de la cama.

Entonces, Vicente que trabajaba por aquellos años en el turno de noche de una fábrica, llegaba de su turno, atendía a Felisa, veía que Alejandra se fuera a la escuela, ordenaba la casa y luego descansaba un poco. "ambos siempre fueron un gran equipo", agrega la hija.

Pero el amor y devoción que Vicente le tenía a Felisa, no sólo se quedaba en su hogar, cuando visitaban ambos la casa de la madre de Viente en San Isidro, la atenta mujer buscaba complacer a su hijo llevándole incluso atole a su habitación, sólo uno, sólo para él. Era entonces cuando Vicente decía "no te lo acepto hasta que también se lo des a mi esposa" y, aún a regañadientes, la mujer tuvo que acostumbrarse a que la visita de su hijo incluiría a su esposa y la atención debería ser, sino igual, al menos similar pues su hijo no permitiría un desaire para su esposa, a la que amaba entrañablemente.

Esta pareja en la que ambos eran "muy trabajadores y disciplinados, hacían muy buen equipo y se apoyaban uno al otro." según nos cuenta Alejandra, su hija mayor, vivió siempre la certeza del mutuo amor que se tenían, "claro que hubo problemas, como en cualquier relación, pero siempre los solucionaban, siempre su amor era más grande que todo", dice Alejandra.

Quien continúa: "mi padre, nunca le hizo un reclamo a mi madre, siempre estuvo ayudando mientras mi madre se recuperaba". Ambos sin dudar, se enfrentaron a las críticas pues la madre de Vicente nunca se sintió tranquila de que su hijo realizara labores del hogar "se está haciendo la enferma" le decía pero Vicente no dudaba, se entregaba a los cuidados de su esposa con alegría, él tenía generalmente buen humor, recuerda su hija, mientras que, confiesa que Felisa no siempre, estaba feliz debido a sus padecimientos no adecuadamente diagnosticados, que le provocaban terribles dolores.

Fue entonces, luego de 13 años de feliz matrimonio, cuando la sombra de la desgracia entró al hogar de los Iniesta Guadarrama, luego del cumpleaños de Alejandra, su padre, Vicente se sentó en un sillón y sin decir palabra calló al suelo en medio de convulsiones que alarmaron a toda la familia, inmediatamente lo llevaron a un hospital, le realizaron una gran cantidad e estudios y entonces comenzó la verdadera pesadilla.

Les dijeron que Vicente tenía hidrocefalia, así que no se explicaban cómo había podido no sólo vivir tanto tiempo, sino llevar una vida completamente normal. Pero además ahora, tenía un tumor cerebral y el pronóstico era reservado.



A partir de ese momento, Felisa sacó fuerzas del amor que tenía por su esposo y se dedicó en cuerpo y alma a cuidarlo, practicamente vivió en el hospital desde el día en que su esposo fue internado, sus hijas pasaron esos dos años casi solas pues sólo veían a su madre en ocasiones, intentando comprender lo que pasaba, asimilando el dolor de no poder ver a su padre y que su madre los pocos momentos que pasaba en casa, a veces, se hacía cargo de sus propios dolores, el físico y el que más le dolía: el emocional.

Aunque para la inquina no hay devoción que baste, así que a pesar de que fueron en muy pocas ocasiones la madre y la hermana de Vicente, no dejaron pasar la oportunidad para hacer saber que "no entendían qué hacía Felisa pues Vicente siempre que ellas llegaban a verlo, estaba solo o al cuidado de alguien más".

Esto sembró dudas en el corazón de la primogénita de la familia quien, cuando pudo visitar a su padre en el hospital, recibió el regalo de la tranquilidad: "Me encuentro a una enfermera, le pregunto por la cama de mi papá, la enfermera me dijo: --en 30 años de enfermera, jamás había visto una pareja que se amaran y cuidaran tanto como ellos. Después de eso se fué, nunca supe de dónde salió y nunca la volví a ver, pero me hizo olvidar las palabras de mi abuela paterna." narra la joven.

Vicente estuvo casi 2 años hospitalizado y todo ese tiempo Felisa llevó sobre sí el cuidado de su esposo, no había quién la ayudara así que ambos compartían la comida que el hospital daba al enfermo, cuando las enfermeras de dieron cuenta la regañaron, entonces Vicente, hizo huelga de hambre, hasta que el hospital determinó que se destinaran dos platos de comida para esa cama.

Felisa no sólo veía el cuerpo de su esposo deteriorarse, sino que también su mente retrocedía cada vez más, no se acordaba en qué país vivía, no ubicaba el año, perdió muchas memorias, excepto el recuerdo de su amada. "no me sueltes la mano, le decía, sólo tu calor me ayuda con el dolor"

Llegó un punto en que no identificaba quién entraba a la habitación que compartía con varios enfermos más como suele ser en los hospitales públicos, entonces, cuando alguien pasaba la puerta él decía "todo es de la flaca" como cariñosamente se refería a Felisa.

Un día, los médicos dieron de alta a Vicente, no porque se hubiera recuperado, sino porque, dijeron, sería mejor que muriera en su hogar, con su familia, entonces, las pocas semanas que él estuvo en casa, Felisa y sus dos hijas cada noche rezaban por su recuperación.


La familia Iniesta Guadarrama. /Foto: Cortesía | Familia Iniesta Guadarrama


Un día, cuando Vicente contaba 38 años, despertó lúcido: "hoy es cumpleaños de tu mamá, ve a comprar las cosas para hacerle un postre de manzanas" Alejandra, compró todo, feliz. Imaginaba que su padre estaba curado pues por primera vez en meses había demostrado lucidez, la reconoció a ella, recordó el cumpleaños de su madre, le dio la receta del postre de manzanas.... Para un hombre que hasta el día anterior no recordaba ni su nombre, esto era un milagro.

El 20 de noviembre, Felisa celebró su cumpleaños 36 , Alejandra, su hija mayor contaba 14 años y Gladys, la menor, tenía 9. Compartieron el postre de manzana, disfrutaron de estar juntos, volvieron a reír con la esperanza de la recuperación.

Pero, la esperanza no siempre es lo que uno espera, al día siguiente del cumpleaños de Felisa, Vicente cerró los ojos para no volver a abrirlos nunca más.

Fue en el otoño de 1996 cuando Vicente dejó a Felisa. "Se puso mal desde la mañana, dice Alejandra, pero aguantó hasta que yo volví a casa para despedirse de mí, llego a la casa, me da instrucciones y murió en los brazos de mi madre, cuando íbamos al hospital."

Unos años después de la muerte de su esposo, Felisa por fin supo cual era su enfermedad, ha recibido el tratamiento adecuado y ahora tiene una mejor calidad de vida.

¿Y tu mamá no volvió a casarse o a tener pareja? Le cuestiono. No, responde Alejandra, dice que no tiene caso porque nunca va a volver a encontrar a un hombre como mi papá.

Felisa con sus dos hijas Alejandra y Gladys en la actualidad. / / Foto: Cortesía | Familia Iniesta Guadarrama




Felisa Guadarrama y Vicente Iniesta, nacieron ambos en San Isidro Bucio, un lugar del que, según nos cuentan, sólo saben que existe quienes lo habitan.

Es un pequeño poblado a media hora de Atlacomulco en el estado de México, que por aquellos ayeres del 5 de abril del 58 cuando nació Vicente y aún el 20 de noviembre del 1960 que es cuando Felisa vino al mundo, apenas si se reconocía como una ranchería habitada por pocas familias, apenas unos cientos de personas, todas se conocían entre sí.

Vicente era el mejor amigo del hermano de Felisa a quien casi vio nacer y crecieron juntos en fraterna convivencia, un pequeño lugar, una gran amistad.

Ambos personas inquietas y trabajadoras, con la llegada de la adolescencia, las fuerzas y el entendimiento para desenvolverse, se mudaron a vivir al estado de México, cada quien por su lado, cada quien haciendo su vida pero encontrándose ocasionalmente en el camión que les llevaba de regreso al lugar que les vio nacer.



Era entonces cuando las horas del viaje se hacían cortas platicando, contándose mutuamente sus experiencias, el camión y su pueblo era el punto de coincidencia, el resto del tiempo, la ciudad les absorbía, no había espacio para una reunión.

Consumado trabajador, Vicente tuvo una relación con una prima de Felisa, pero no pasó a más de los 24 meses que duró el noviazgo pues cuando quiso formalizar se topó con la dura verdad: la madre de su entonces novia, pensaba que él "era poca cosa" para su hija.

Decepcionado, Vicente se entregó con más ahínco al trabajo iba a la ciudad, venía a San Isidro y platicaba con Felisa, iba a la ciudad, venía a San Isidro y se encontraba con Felisa, iba a la ciudad y en la ciudad, también ahora, encontraba el tiempo para ver a Felisa, iba a la ciudad y volvía a San Isidro, pero además ya no iba y vanía solo, ahora los viajes los hacia acompañado de Felisa.

"Nunca pensé que seríamos algo más que amigos" diría la protagonista de esta historia, Vicente fue siempre parte de su vida, desde la infancia, se conocían bien y una vez que iniciaron su noviazgo, ya no hubo nada que pudiera separarlos, ni siquiera la madre de Vicente quien toleró la relación de su hijo con Felisa, hasta que él le habló de querer casarse con ella.

"No es buena mujer, le habría dicho la madre, siempre está enferma" y era cierto, desde temprana infancia, Felisa padecía fuertes dolores de cabeza, muy fuertes, tanto que a veces, incluso convulsionaba. Fue a muchos médicos, pero ninguno pudo diagnosticar qué padecía así que el tratamiento que podía llevar era sólo un muy ligero paliativo.

Aún así a Felisa nada la frenaba y a Vicente menos, así que pese a la desaprobación de la madre de Vicente, se casaron en San isidro y formaron su hogar en el estado de México donde la pareja pasaría toda su vida matrimonial luchando contra la enfermedad.


Felisa y Vicente, disfrutando de unas vacaciones en familia. / Foto: Cortesía | Familia Iniesta Guadarrama


Alejandra, la primera hija del matrimonio cuenta "me siento muy orgullosa de mi papá, él siempre fue muy participativo dentro de su matrimonio" y sigue la historia pues la madre de Alejandra, Felisa, debido a la rara enfermedad que padecía, en ocasiones pasaba días sin poder levantarse de la cama.

Entonces, Vicente que trabajaba por aquellos años en el turno de noche de una fábrica, llegaba de su turno, atendía a Felisa, veía que Alejandra se fuera a la escuela, ordenaba la casa y luego descansaba un poco. "ambos siempre fueron un gran equipo", agrega la hija.

Pero el amor y devoción que Vicente le tenía a Felisa, no sólo se quedaba en su hogar, cuando visitaban ambos la casa de la madre de Viente en San Isidro, la atenta mujer buscaba complacer a su hijo llevándole incluso atole a su habitación, sólo uno, sólo para él. Era entonces cuando Vicente decía "no te lo acepto hasta que también se lo des a mi esposa" y, aún a regañadientes, la mujer tuvo que acostumbrarse a que la visita de su hijo incluiría a su esposa y la atención debería ser, sino igual, al menos similar pues su hijo no permitiría un desaire para su esposa, a la que amaba entrañablemente.

Esta pareja en la que ambos eran "muy trabajadores y disciplinados, hacían muy buen equipo y se apoyaban uno al otro." según nos cuenta Alejandra, su hija mayor, vivió siempre la certeza del mutuo amor que se tenían, "claro que hubo problemas, como en cualquier relación, pero siempre los solucionaban, siempre su amor era más grande que todo", dice Alejandra.

Quien continúa: "mi padre, nunca le hizo un reclamo a mi madre, siempre estuvo ayudando mientras mi madre se recuperaba". Ambos sin dudar, se enfrentaron a las críticas pues la madre de Vicente nunca se sintió tranquila de que su hijo realizara labores del hogar "se está haciendo la enferma" le decía pero Vicente no dudaba, se entregaba a los cuidados de su esposa con alegría, él tenía generalmente buen humor, recuerda su hija, mientras que, confiesa que Felisa no siempre, estaba feliz debido a sus padecimientos no adecuadamente diagnosticados, que le provocaban terribles dolores.

Fue entonces, luego de 13 años de feliz matrimonio, cuando la sombra de la desgracia entró al hogar de los Iniesta Guadarrama, luego del cumpleaños de Alejandra, su padre, Vicente se sentó en un sillón y sin decir palabra calló al suelo en medio de convulsiones que alarmaron a toda la familia, inmediatamente lo llevaron a un hospital, le realizaron una gran cantidad e estudios y entonces comenzó la verdadera pesadilla.

Les dijeron que Vicente tenía hidrocefalia, así que no se explicaban cómo había podido no sólo vivir tanto tiempo, sino llevar una vida completamente normal. Pero además ahora, tenía un tumor cerebral y el pronóstico era reservado.



A partir de ese momento, Felisa sacó fuerzas del amor que tenía por su esposo y se dedicó en cuerpo y alma a cuidarlo, practicamente vivió en el hospital desde el día en que su esposo fue internado, sus hijas pasaron esos dos años casi solas pues sólo veían a su madre en ocasiones, intentando comprender lo que pasaba, asimilando el dolor de no poder ver a su padre y que su madre los pocos momentos que pasaba en casa, a veces, se hacía cargo de sus propios dolores, el físico y el que más le dolía: el emocional.

Aunque para la inquina no hay devoción que baste, así que a pesar de que fueron en muy pocas ocasiones la madre y la hermana de Vicente, no dejaron pasar la oportunidad para hacer saber que "no entendían qué hacía Felisa pues Vicente siempre que ellas llegaban a verlo, estaba solo o al cuidado de alguien más".

Esto sembró dudas en el corazón de la primogénita de la familia quien, cuando pudo visitar a su padre en el hospital, recibió el regalo de la tranquilidad: "Me encuentro a una enfermera, le pregunto por la cama de mi papá, la enfermera me dijo: --en 30 años de enfermera, jamás había visto una pareja que se amaran y cuidaran tanto como ellos. Después de eso se fué, nunca supe de dónde salió y nunca la volví a ver, pero me hizo olvidar las palabras de mi abuela paterna." narra la joven.

Vicente estuvo casi 2 años hospitalizado y todo ese tiempo Felisa llevó sobre sí el cuidado de su esposo, no había quién la ayudara así que ambos compartían la comida que el hospital daba al enfermo, cuando las enfermeras de dieron cuenta la regañaron, entonces Vicente, hizo huelga de hambre, hasta que el hospital determinó que se destinaran dos platos de comida para esa cama.

Felisa no sólo veía el cuerpo de su esposo deteriorarse, sino que también su mente retrocedía cada vez más, no se acordaba en qué país vivía, no ubicaba el año, perdió muchas memorias, excepto el recuerdo de su amada. "no me sueltes la mano, le decía, sólo tu calor me ayuda con el dolor"

Llegó un punto en que no identificaba quién entraba a la habitación que compartía con varios enfermos más como suele ser en los hospitales públicos, entonces, cuando alguien pasaba la puerta él decía "todo es de la flaca" como cariñosamente se refería a Felisa.

Un día, los médicos dieron de alta a Vicente, no porque se hubiera recuperado, sino porque, dijeron, sería mejor que muriera en su hogar, con su familia, entonces, las pocas semanas que él estuvo en casa, Felisa y sus dos hijas cada noche rezaban por su recuperación.


La familia Iniesta Guadarrama. /Foto: Cortesía | Familia Iniesta Guadarrama


Un día, cuando Vicente contaba 38 años, despertó lúcido: "hoy es cumpleaños de tu mamá, ve a comprar las cosas para hacerle un postre de manzanas" Alejandra, compró todo, feliz. Imaginaba que su padre estaba curado pues por primera vez en meses había demostrado lucidez, la reconoció a ella, recordó el cumpleaños de su madre, le dio la receta del postre de manzanas.... Para un hombre que hasta el día anterior no recordaba ni su nombre, esto era un milagro.

El 20 de noviembre, Felisa celebró su cumpleaños 36 , Alejandra, su hija mayor contaba 14 años y Gladys, la menor, tenía 9. Compartieron el postre de manzana, disfrutaron de estar juntos, volvieron a reír con la esperanza de la recuperación.

Pero, la esperanza no siempre es lo que uno espera, al día siguiente del cumpleaños de Felisa, Vicente cerró los ojos para no volver a abrirlos nunca más.

Fue en el otoño de 1996 cuando Vicente dejó a Felisa. "Se puso mal desde la mañana, dice Alejandra, pero aguantó hasta que yo volví a casa para despedirse de mí, llego a la casa, me da instrucciones y murió en los brazos de mi madre, cuando íbamos al hospital."

Unos años después de la muerte de su esposo, Felisa por fin supo cual era su enfermedad, ha recibido el tratamiento adecuado y ahora tiene una mejor calidad de vida.

¿Y tu mamá no volvió a casarse o a tener pareja? Le cuestiono. No, responde Alejandra, dice que no tiene caso porque nunca va a volver a encontrar a un hombre como mi papá.

Felisa con sus dos hijas Alejandra y Gladys en la actualidad. / / Foto: Cortesía | Familia Iniesta Guadarrama



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