/ miércoles 28 de agosto de 2019

Indígena toca el corazón de la gente, ante su discapacidad visual

Es feliz, no se siente abandonado y goza la bendición de Dios

Don Mariano Hernández López es un indígena tzotzil originario de la comunidad Yaltem del municipio de Chamula, en los Altos de Chiapas, tiene 85 años de edad y desde hace cuatro años migró a Tuxtla Gutiérrez en busca de una mejor condición de vida económica.

En su localidad de origen, junto a sus hijos y esposa, se dedicó muchos años al cultivo del maíz y durazno, enseñanza de sus padres y abuelos, es lo que mejor se desarrolla en la región; sin embargo, cuenta que sus condiciones físicas mermaron sus fuerzas para trabajar en el campo.

El Día del Abuelo o Día de los Abuelos es una fecha conmemorativa que se efectúa el 28 de agosto, dedicado a los abuelos dentro de la familia; pero él no sabe que existe ese día para festejar a los que han entregado su vida por los suyos.

Solo espera la bendición de Dios porque –afirma– no ver, ni para colocarse sus huaraches en sus pies, no obstante confía en la nobleza y solidaridad de la gente; no se siente abandonado por los suyos, más bien, justos les hacen frente a las carencias y salir adelante.

Con sus familiares está en la tarde o noche, en la casa que rentan para compartir el pan y la sal en el centro de la capital; presenta una discapacidad visual que le impide ejercer una actividad que le represente ingresos, por lo que se dedica a pedir limosna en las calles.

Viste pantalón de mezclilla azul y playera negra, le acompaña un bastón de madera, un morral blanco donde guarda un suéter, huaraches negros de hule, una gorra verde y una jícara azul de plástico. Narra que no se siente bien, pero no le da tristeza, se aferra a vivir la vida como a él le ha tocado; es feliz de estar con familiares en Tuxtla Gutiérrez donde juntos pagan renta, los demás se dedican al comercio informal.

Don Mariano se siente contento que la gente le hable y se detenga a platicar con él; siente muchos ánimos, no tiene visibilidad con su entorno, no sabe lo que pasa, lo que tiene frente a él y eso le hace tener mayor confianza con la población, pide disculpas y afirma que su condición le permite salir a las vías para tocar el corazón de la misma.

Desde hace cuatro años radica en la capital, mucho tiempo se dedicó al campo; pero ante los bajos precios del maíz y del durazno, como la gran oferta de este último producto –sobre todo en los Altos–, falta de mercado y de incentivos, optó por la migración.



Se sienta en las banquetas sobre su bordón, arremanga su pantalón, se quita los huaraches, mientras la gorra descansa a un lado sobre el piso y recibe la colaboración de muchas personas, lo que agradece y bendice; además desee que quienes lo ayudan económicamente les vaya bien.

No sabe que existen leyes que protegen a los adultos mayores, que les garantizan atención en muchos ámbitos a ciudadanos con discapacidades, desconoce de sus derechos, más bien insiste que vive el momento, el presente y en paz con los suyos.

Relata que su preocupación es desplazarse de un lugar a otro, confía en que los automovilistas cuando lo vean cruzar las vías lo respeten, que cuando tenga problemas para pasar de una calle a otra la gente lo auxilie; conoce muy bien el centro de Tuxtla Gutiérrez y recorre muchas avenidas, confiando en que el creador está de su lado.

Don Mariano Hernández López es un indígena tzotzil originario de la comunidad Yaltem del municipio de Chamula, en los Altos de Chiapas, tiene 85 años de edad y desde hace cuatro años migró a Tuxtla Gutiérrez en busca de una mejor condición de vida económica.

En su localidad de origen, junto a sus hijos y esposa, se dedicó muchos años al cultivo del maíz y durazno, enseñanza de sus padres y abuelos, es lo que mejor se desarrolla en la región; sin embargo, cuenta que sus condiciones físicas mermaron sus fuerzas para trabajar en el campo.

El Día del Abuelo o Día de los Abuelos es una fecha conmemorativa que se efectúa el 28 de agosto, dedicado a los abuelos dentro de la familia; pero él no sabe que existe ese día para festejar a los que han entregado su vida por los suyos.

Solo espera la bendición de Dios porque –afirma– no ver, ni para colocarse sus huaraches en sus pies, no obstante confía en la nobleza y solidaridad de la gente; no se siente abandonado por los suyos, más bien, justos les hacen frente a las carencias y salir adelante.

Con sus familiares está en la tarde o noche, en la casa que rentan para compartir el pan y la sal en el centro de la capital; presenta una discapacidad visual que le impide ejercer una actividad que le represente ingresos, por lo que se dedica a pedir limosna en las calles.

Viste pantalón de mezclilla azul y playera negra, le acompaña un bastón de madera, un morral blanco donde guarda un suéter, huaraches negros de hule, una gorra verde y una jícara azul de plástico. Narra que no se siente bien, pero no le da tristeza, se aferra a vivir la vida como a él le ha tocado; es feliz de estar con familiares en Tuxtla Gutiérrez donde juntos pagan renta, los demás se dedican al comercio informal.

Don Mariano se siente contento que la gente le hable y se detenga a platicar con él; siente muchos ánimos, no tiene visibilidad con su entorno, no sabe lo que pasa, lo que tiene frente a él y eso le hace tener mayor confianza con la población, pide disculpas y afirma que su condición le permite salir a las vías para tocar el corazón de la misma.

Desde hace cuatro años radica en la capital, mucho tiempo se dedicó al campo; pero ante los bajos precios del maíz y del durazno, como la gran oferta de este último producto –sobre todo en los Altos–, falta de mercado y de incentivos, optó por la migración.



Se sienta en las banquetas sobre su bordón, arremanga su pantalón, se quita los huaraches, mientras la gorra descansa a un lado sobre el piso y recibe la colaboración de muchas personas, lo que agradece y bendice; además desee que quienes lo ayudan económicamente les vaya bien.

No sabe que existen leyes que protegen a los adultos mayores, que les garantizan atención en muchos ámbitos a ciudadanos con discapacidades, desconoce de sus derechos, más bien insiste que vive el momento, el presente y en paz con los suyos.

Relata que su preocupación es desplazarse de un lugar a otro, confía en que los automovilistas cuando lo vean cruzar las vías lo respeten, que cuando tenga problemas para pasar de una calle a otra la gente lo auxilie; conoce muy bien el centro de Tuxtla Gutiérrez y recorre muchas avenidas, confiando en que el creador está de su lado.

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