/ viernes 17 de mayo de 2019

Inocencia interrumpida

Alberto, de 29 años de edad, cuenta la historia de abuso sexual que sufrió en la infancia

“Jamás imaginé hablar de esto, por vergüenza, miedo y dolor. Pero sé que ahora sólo es un recuerdo del cual no puedo ocultarme y pensar que nunca pasó”, dijo Alberto, de 29 años de edad, el cual vivió abuso sexual en la infancia.

Alberto proviene de una familia de escasos recursos económicos, integrada por dos hermanos y una hermana; él es el mayor y a quien le tocó vivir la separación de sus padres, así como un acto de violencia sexual a través del descuido familiar.

“Fui hijo único por muchos años, tiempo en que siempre había discusiones en casa; nunca vi golpes, pero insultos y gritos sí. Hasta que papá un día se fue y ya no regresó”.

Hijo de un padre dedicado a la albañilería y una madre ama de casa, Alberto empezó a vivir la vida en medio de insultos y gritos, con el temor de las amenazas de su papá, un día abandonarlos. Él se recuerda jugando en el patio de la casa, solo y con un balón de futbol que le había regalado uno de sus tíos.

“Un día papá se fue y ya no regresó. Yo no entendía esas cosas, siempre le preguntaba a mamá por él y ella me decía que estaba trabajando. Comencé a sentirme solo, y recuerdo que a mamá le decía que ya quería tener un hermanito para jugar con él, no sabía que papá ya no iba a volver”.



UN NUEVO HOMBRE EN CASA

“Al poco tiempo a mamá le creció la panza, me dijo que la cigüeña me regalaría un hermanito siempre y cuando yo dejara que mamá tuviera un novio. Me emocioné, de esa manera llegó a vivir un señor. El novio de mamá”.

“Mi padrastro fue un buen hombre, cuando llegó a vivir con nosotros nuestra situación económica cambió un poco, ya teníamos tele y un estéreo. Él no le gritaba a mamá, pero se iba a trabajar y siempre llegaba hasta la noche. En ese entonces, mamá cambió, se la pasaba enojada todo el tiempo”.

“Recuerdo que uno de los hermanos de mi padrastro comenzó a llegar a la casa para jugar conmigo. Él tenía unos quince años y yo estaba por cumplir los siete, nos la pasábamos muy bien (se queda callado y cierra los ojos). A veces llevaba sus juguetes, yo me ponía contento pues sólo tenía unos luchadores y un camión de plástico”.

Alberto recordó cómo la imagen paterna era ocupada por su tío, ya que su padre no estaba y su padrastro se la pasaba dentro del taller de carpintería, casi todo el día.

“Yo lo veía como un súper héroe; jugábamos a la lucha libre, me subía a sus hombros y se convertía en mi caballo, jugábamos todo el día, hasta el momento en que me pidió que me quitara la playera y luego el short; yo le hice caso (llora).

“Nunca imaginé que me iba a hacer daño. Quería salir de ahí pero no me pude zafar. Empezó a decir que mi mamá me pegaría si se enteraba. Sentía mucho miedo y dejé que me tocara hasta el punto de abusar sexualmente de mi”.

La Organización Mundial de la Salud define el síndrome del niño maltratado como “toda forma de perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual al menor, por parte de su padre y madre, representantes legales o de cualquier persona que lo tenga a su cargo.


LAS HUELLAS DEL ABUSO

Con lágrimas en los ojos, Alberto dijo que todo cambió después de ese hecho: “Nunca le pude decir a nadie lo que me había pasado, me daba miedo que mamá me pegara, o que cuando les dijera, todos se burlaran de mí. Mis juegos fueron diferentes, me sentaba en la esquina de la casa, ahí con mis luchadores; comencé a tener amigos imaginarios; me hacía pipí en la cama; tenía pesadillas y me despertaba gritando”, dice con tristeza.

“Recuerdo que mi mamá se molestaba mucho cuando me orinaba en la cama, por esa razón, todas las mañanas me mandaba a vender ladrillos. Me daba mucha pena, pero tenía que ir porque si no, ella me pegaba”.

Estos acontecimientos llevaron a Alberto a la inseguridad de su propia persona, lo que le produjo consecuencias en sus emociones y su sexualidad.

“Mientras iba creciendo todo lo que se refería al sexo me avergonzaba mucho. Cuando ya estaba más grande, otro tío decía que me llevaría con las ‘muchachas’, sentía mucho temor, no quería saber nada de sexo. Siempre, en las noches recordaba lo que me habían hecho y lloraba porque quería contárselo a alguien, porque era una carga muy pesada para mí, pero nunca tuve el valor de hacerlo”.


LA PRIMERA VEZ

“Al cumplir 13 años, dos de mis tíos me llevaron a la Zona Galáctica para hacerme ‘hombre’. Me llevaron a ver a las ‘putas’ como les decían ellos a las mujeres que estaban ahí, yo no quería entrar con ninguna, pero tampoco les podía demostrar que tenía miedo.

“Así entré con una chava, en cuanto cerró la puerta me llené de pánico. Ella me decía que no tuviera miedo, no obstante, cuando me vi arriba de ella recordé lo que me había pasado y me bajé. Ella se burló de mí, me decía que estaba tan chamaco como para servir en el sexo”.

La falta de información y el secreto de Alberto fueron la causa de muchos estragos que no le permitían sentirse tranquilo ni seguro con sí mismo. Comenzaron las dudas.

“Salí bien avergonzado de ese cuarto; sin embargo, no se los dije a mis tíos. Después de ese día, inicié a tocar mi cuerpo en casa, así conocí la eyaculación; me agradó y así fue como comencé a masturbarme constantemente. Me llenaba de ansiedad y de mucha culpabilidad”.

“Por todo lo que pasaba y estaba haciendo, no podía acercarme a las muchachas de mi edad, me sentía sucio todo el tiempo. Eso era bien frustrante, porque miraba que mis amigos y mis hermanos ya tenían novia, y yo no. Sentía que me iba a quedar así siempre. Empecé a dudar de mi sexualidad y eso me entristecía bastante, porque sabía muy bien que esto estaba pasando por lo que el hermano de mi padrastro me había hecho”.



LA SALIDA

Movido por el miedo y la desesperación, Alberto llegó a pensar en el suicidio.

“Una noche pensé en matarme, sentía miedo y a la vez el impulso de hacerlo. Era un miedo diferente, en ese momento creí que Dios me había puesto esa prueba por algún propósito.

“Esa noche me quedé dormido, al día siguiente me puse a investigar sobre personas como yo. Leí muchos testimonios de aquellas que están en la misma situación y que también fueron víctimas de una violación sexual”.

Desde ese día, Alberto inició su preparación, su meta fue estudiar sicología y una especialidad en sicología pediátrica para ayudar a menores que fueron violentados sexualmente.

Finalmente, indicó que “es muy difícil prevenir los abusos, por lo que es muy importante enseñarles a los niños que su cuerpo les pertenece y que nadie tiene derecho a hacerles algo que ellos sientan que no está bien”.

“Jamás imaginé hablar de esto, por vergüenza, miedo y dolor. Pero sé que ahora sólo es un recuerdo del cual no puedo ocultarme y pensar que nunca pasó”, dijo Alberto, de 29 años de edad, el cual vivió abuso sexual en la infancia.

Alberto proviene de una familia de escasos recursos económicos, integrada por dos hermanos y una hermana; él es el mayor y a quien le tocó vivir la separación de sus padres, así como un acto de violencia sexual a través del descuido familiar.

“Fui hijo único por muchos años, tiempo en que siempre había discusiones en casa; nunca vi golpes, pero insultos y gritos sí. Hasta que papá un día se fue y ya no regresó”.

Hijo de un padre dedicado a la albañilería y una madre ama de casa, Alberto empezó a vivir la vida en medio de insultos y gritos, con el temor de las amenazas de su papá, un día abandonarlos. Él se recuerda jugando en el patio de la casa, solo y con un balón de futbol que le había regalado uno de sus tíos.

“Un día papá se fue y ya no regresó. Yo no entendía esas cosas, siempre le preguntaba a mamá por él y ella me decía que estaba trabajando. Comencé a sentirme solo, y recuerdo que a mamá le decía que ya quería tener un hermanito para jugar con él, no sabía que papá ya no iba a volver”.



UN NUEVO HOMBRE EN CASA

“Al poco tiempo a mamá le creció la panza, me dijo que la cigüeña me regalaría un hermanito siempre y cuando yo dejara que mamá tuviera un novio. Me emocioné, de esa manera llegó a vivir un señor. El novio de mamá”.

“Mi padrastro fue un buen hombre, cuando llegó a vivir con nosotros nuestra situación económica cambió un poco, ya teníamos tele y un estéreo. Él no le gritaba a mamá, pero se iba a trabajar y siempre llegaba hasta la noche. En ese entonces, mamá cambió, se la pasaba enojada todo el tiempo”.

“Recuerdo que uno de los hermanos de mi padrastro comenzó a llegar a la casa para jugar conmigo. Él tenía unos quince años y yo estaba por cumplir los siete, nos la pasábamos muy bien (se queda callado y cierra los ojos). A veces llevaba sus juguetes, yo me ponía contento pues sólo tenía unos luchadores y un camión de plástico”.

Alberto recordó cómo la imagen paterna era ocupada por su tío, ya que su padre no estaba y su padrastro se la pasaba dentro del taller de carpintería, casi todo el día.

“Yo lo veía como un súper héroe; jugábamos a la lucha libre, me subía a sus hombros y se convertía en mi caballo, jugábamos todo el día, hasta el momento en que me pidió que me quitara la playera y luego el short; yo le hice caso (llora).

“Nunca imaginé que me iba a hacer daño. Quería salir de ahí pero no me pude zafar. Empezó a decir que mi mamá me pegaría si se enteraba. Sentía mucho miedo y dejé que me tocara hasta el punto de abusar sexualmente de mi”.

La Organización Mundial de la Salud define el síndrome del niño maltratado como “toda forma de perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual al menor, por parte de su padre y madre, representantes legales o de cualquier persona que lo tenga a su cargo.


LAS HUELLAS DEL ABUSO

Con lágrimas en los ojos, Alberto dijo que todo cambió después de ese hecho: “Nunca le pude decir a nadie lo que me había pasado, me daba miedo que mamá me pegara, o que cuando les dijera, todos se burlaran de mí. Mis juegos fueron diferentes, me sentaba en la esquina de la casa, ahí con mis luchadores; comencé a tener amigos imaginarios; me hacía pipí en la cama; tenía pesadillas y me despertaba gritando”, dice con tristeza.

“Recuerdo que mi mamá se molestaba mucho cuando me orinaba en la cama, por esa razón, todas las mañanas me mandaba a vender ladrillos. Me daba mucha pena, pero tenía que ir porque si no, ella me pegaba”.

Estos acontecimientos llevaron a Alberto a la inseguridad de su propia persona, lo que le produjo consecuencias en sus emociones y su sexualidad.

“Mientras iba creciendo todo lo que se refería al sexo me avergonzaba mucho. Cuando ya estaba más grande, otro tío decía que me llevaría con las ‘muchachas’, sentía mucho temor, no quería saber nada de sexo. Siempre, en las noches recordaba lo que me habían hecho y lloraba porque quería contárselo a alguien, porque era una carga muy pesada para mí, pero nunca tuve el valor de hacerlo”.


LA PRIMERA VEZ

“Al cumplir 13 años, dos de mis tíos me llevaron a la Zona Galáctica para hacerme ‘hombre’. Me llevaron a ver a las ‘putas’ como les decían ellos a las mujeres que estaban ahí, yo no quería entrar con ninguna, pero tampoco les podía demostrar que tenía miedo.

“Así entré con una chava, en cuanto cerró la puerta me llené de pánico. Ella me decía que no tuviera miedo, no obstante, cuando me vi arriba de ella recordé lo que me había pasado y me bajé. Ella se burló de mí, me decía que estaba tan chamaco como para servir en el sexo”.

La falta de información y el secreto de Alberto fueron la causa de muchos estragos que no le permitían sentirse tranquilo ni seguro con sí mismo. Comenzaron las dudas.

“Salí bien avergonzado de ese cuarto; sin embargo, no se los dije a mis tíos. Después de ese día, inicié a tocar mi cuerpo en casa, así conocí la eyaculación; me agradó y así fue como comencé a masturbarme constantemente. Me llenaba de ansiedad y de mucha culpabilidad”.

“Por todo lo que pasaba y estaba haciendo, no podía acercarme a las muchachas de mi edad, me sentía sucio todo el tiempo. Eso era bien frustrante, porque miraba que mis amigos y mis hermanos ya tenían novia, y yo no. Sentía que me iba a quedar así siempre. Empecé a dudar de mi sexualidad y eso me entristecía bastante, porque sabía muy bien que esto estaba pasando por lo que el hermano de mi padrastro me había hecho”.



LA SALIDA

Movido por el miedo y la desesperación, Alberto llegó a pensar en el suicidio.

“Una noche pensé en matarme, sentía miedo y a la vez el impulso de hacerlo. Era un miedo diferente, en ese momento creí que Dios me había puesto esa prueba por algún propósito.

“Esa noche me quedé dormido, al día siguiente me puse a investigar sobre personas como yo. Leí muchos testimonios de aquellas que están en la misma situación y que también fueron víctimas de una violación sexual”.

Desde ese día, Alberto inició su preparación, su meta fue estudiar sicología y una especialidad en sicología pediátrica para ayudar a menores que fueron violentados sexualmente.

Finalmente, indicó que “es muy difícil prevenir los abusos, por lo que es muy importante enseñarles a los niños que su cuerpo les pertenece y que nadie tiene derecho a hacerles algo que ellos sientan que no está bien”.

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