/ viernes 7 de junio de 2019

La cara oculta de las caravanas

En un contexto general de vulnerabilidad, migrantes de orientación sexual diferente son presa fácil del abuso y el comercio carnal

El ingreso de cientos de migrantes miembros de la comunidad Lésbico, Gay, Bisexual, Transgénero, Transexual, Travesti, Intersexual y Queer (LGBTTTIQ) expone una dura realidad y otra cara de las caravanas que vienen a México rumbo a los Estados Unidos: El abuso en contra y el comercio sexual, los convierte en presa fácil.

Son mujeres y hombres que han cruzado la frontera y llegado a Tapachula, ciudad fronteriza con Guatemala y considerada un paraíso sexual en el sur de México, mientras que otros han logrado avanzar al Centro o Norte.

La desesperación es notable. El miedo y la impotencia, marca los rostros quemados de sol. Estas personas en general salieron obligadas por una economía casi muerta, corrupción y mal gobierno, falta de trabajo y oportunidades, huyen de la violencia de las pandillas de la Mara Salvatrucha y Barrio 18 que controlan la región y amenazan con expandirse a México, Estados Unidos y Canadá. Esto es una es una crisis humanitaria sin precedentes.

La “Perla del Soconusco” es el epicentro donde niños, damas y varones atestan las calles, los parques recreativos, además de los campamentos multirraciales que se instalan en las inmediaciones del Instituto Nacional de Migración (INM), con gente cansada. El calor está que derrite.

El presidente de “Una Mano Amiga en la Lucha contra el Sida”, integrante de la Red de la Inclusión de la Diversidad Sexual en Chiapas, Rossemberg López Samayoa, asegura que desde octubre del año pasado a la fecha han apoyado entre 450 a 500 integrantes de los grupos LGBTTTIQ que han ingresado en las caravanas para solicitar refugio o seguir su camino hacia la Unión Americana.



“Es lamentable la situación en las que están las personas, porque tienen una doble o triple vulnerabilidad, por ser migrantes y parte de esa población, o de grupos minoritarios que se exponen al estigma, discriminación y violencia en los diferentes países en tránsito”, manifiesta.

Algunos vienen con diagnóstico de VIH y eso los vuelve aún más vulnerables, no sólo por el riesgo que enfrentan durante el recorrido, sino por una cuestión de salud.

Para Rosario, madre y ama de casa, y Jorge López Samayoa, empresario tuxtleco, éste es un grupo de alto riesgo que atenta contra la “seguridad nacional” y la salud de los mexicanos. López Samayoa agrega que los individuos a los que han apoyado son principalmente salvadoreños, hondureños, nicaragüenses y guatemaltecos, pero en esta ola imparable de migración, también han extendido la mano a cubanos, africanos y asiáticos que viajan por las mismas razones.

El activista sostiene que con “Una Mano Amiga” muchos de los indocumentados han tenido acceso a servicios de salud, medicamentos e incluso agilización de algunos papeles, que de otro modo no obtendrían.


AL ACECHO

La Policía Federal y los agentes de Migración han instalado retenes en las carreteras y puntos claves en varios municipios. Los aseguramientos, que no son otra cosa que redadas para cazar migrantes, la fuga en los albergues y las deportaciones son reportados a diario. Así de complicada está la situación en Suchiate, Ciudad Hidalgo, Tuxtla Chico y Tapachula, por citar algunos lugares donde mayor tránsito se registra.

Según Rosemary, una hondureña de 32 años de edad, muchos de sus compañeros han sido víctimas en algún momento de algún tipo de abuso de autoridad, maltrato, violencia física y sexual.

Ha sido testigo silencioso de violación sexual a damas migrantes, no precisamente dentro de las caravanas, pero sí por grupos que luego se apartan y continúan el viaje por ellos mismos. En los últimos meses la ola migratoria también es notoria en Tuxtla y otros municipios, pues no sólo mujeres y hombres deambulan en las avenidas o en los sitios concurridos, se ofrecen para el trabajo de lo que sea y en muchos casos únicamente los aceptan en las cantinas.

Es el caso de Gustavo, un hondureño de 23 años de edad, que entró a México en 2018, durante semanas sobrevivió en Tapachula y en la primera oportunidad se trasladó a la capital con la ayuda de otros connacionales, como pudo rentó un cuarto y comenzó a trabajar para comer.

Le ofrecieron vender drogas, pero venía huyendo de ese ambiente hasta que término aceptando dinero por sexo.

“Somos carne fresca”, dice Gustavo, de complexión delgada, piel blanca y brazos con cicatrices de cortadas que se ha hecho con navajas y cuya principal clientela, asegura, son hombres adultos.



LGBTTTIQ Y DERECHOS HUMANOS

El representante de la Red por la Inclusión de la Diversidad Sexual en Chiapas, José Eliezer Esponda Cáceres indica que los derechos humanos no son homogéneos en todos los países latinoamericanos, pues cada nación tiene sus particularidades y hay ciertos tratados internacionales que cada uno decide si los reconoce o no y Centroamérica y El Caribe son las regiones más homofóbicas del planeta y en Guayanas apenas acaban de despenalizar la homosexualidad.

Sin embargo, añade que en los últimos años han detectado que las pandillas, sobre todo en Honduras y El Salvador habían usado a la población “trans” para trata e incluso de mulaspara el trasiego de drogas.

Señala que uno de estos casos fue el de una joven trans que vivió en México, se efectuó algunos cambios y luego regresó a su país de origen, donde abrió una estética y no habían pasado ni cuatro semanas y las pandillas ya la estaban extorsionando y lo peor amenazando a ella y a su familia.

Un mes después “la madre le dijo que se regresara a México porque allá no podría vivir y aquí la tenemos de vuelta”.

Sobre migración hay mucho que contar, gente a favor y en contra, casos como el de los hondureños que rechazaron un generoso plato de frijoles, los que se han separado de los grupos y delinquido; los que han escapado de los albergues y aquellos que optan por rehacer su vida en México.

También es el caso de aquellos indocumentados mexicanos y centroamericanos que rentan niños en los límites con Estados Unidos para que luego de 20 días puedan ser liberados y seguir el largo camino hacia un sueño, en una nación que se ha visto poco amistosa y ha cerrado sus fronteras.


“Somos carne fresca”, dice Gustavo, un hondureño de 23 años de edad, que entró a México en 2018, durante semanas sobrevivió en Tapachula y en la primera oportunidad se trasladó a la capital. Le ofrecieron vender drogas, pero venía huyendo de ese ambiente hasta que término aceptando dinero por sexo.

El ingreso de cientos de migrantes miembros de la comunidad Lésbico, Gay, Bisexual, Transgénero, Transexual, Travesti, Intersexual y Queer (LGBTTTIQ) expone una dura realidad y otra cara de las caravanas que vienen a México rumbo a los Estados Unidos: El abuso en contra y el comercio sexual, los convierte en presa fácil.

Son mujeres y hombres que han cruzado la frontera y llegado a Tapachula, ciudad fronteriza con Guatemala y considerada un paraíso sexual en el sur de México, mientras que otros han logrado avanzar al Centro o Norte.

La desesperación es notable. El miedo y la impotencia, marca los rostros quemados de sol. Estas personas en general salieron obligadas por una economía casi muerta, corrupción y mal gobierno, falta de trabajo y oportunidades, huyen de la violencia de las pandillas de la Mara Salvatrucha y Barrio 18 que controlan la región y amenazan con expandirse a México, Estados Unidos y Canadá. Esto es una es una crisis humanitaria sin precedentes.

La “Perla del Soconusco” es el epicentro donde niños, damas y varones atestan las calles, los parques recreativos, además de los campamentos multirraciales que se instalan en las inmediaciones del Instituto Nacional de Migración (INM), con gente cansada. El calor está que derrite.

El presidente de “Una Mano Amiga en la Lucha contra el Sida”, integrante de la Red de la Inclusión de la Diversidad Sexual en Chiapas, Rossemberg López Samayoa, asegura que desde octubre del año pasado a la fecha han apoyado entre 450 a 500 integrantes de los grupos LGBTTTIQ que han ingresado en las caravanas para solicitar refugio o seguir su camino hacia la Unión Americana.



“Es lamentable la situación en las que están las personas, porque tienen una doble o triple vulnerabilidad, por ser migrantes y parte de esa población, o de grupos minoritarios que se exponen al estigma, discriminación y violencia en los diferentes países en tránsito”, manifiesta.

Algunos vienen con diagnóstico de VIH y eso los vuelve aún más vulnerables, no sólo por el riesgo que enfrentan durante el recorrido, sino por una cuestión de salud.

Para Rosario, madre y ama de casa, y Jorge López Samayoa, empresario tuxtleco, éste es un grupo de alto riesgo que atenta contra la “seguridad nacional” y la salud de los mexicanos. López Samayoa agrega que los individuos a los que han apoyado son principalmente salvadoreños, hondureños, nicaragüenses y guatemaltecos, pero en esta ola imparable de migración, también han extendido la mano a cubanos, africanos y asiáticos que viajan por las mismas razones.

El activista sostiene que con “Una Mano Amiga” muchos de los indocumentados han tenido acceso a servicios de salud, medicamentos e incluso agilización de algunos papeles, que de otro modo no obtendrían.


AL ACECHO

La Policía Federal y los agentes de Migración han instalado retenes en las carreteras y puntos claves en varios municipios. Los aseguramientos, que no son otra cosa que redadas para cazar migrantes, la fuga en los albergues y las deportaciones son reportados a diario. Así de complicada está la situación en Suchiate, Ciudad Hidalgo, Tuxtla Chico y Tapachula, por citar algunos lugares donde mayor tránsito se registra.

Según Rosemary, una hondureña de 32 años de edad, muchos de sus compañeros han sido víctimas en algún momento de algún tipo de abuso de autoridad, maltrato, violencia física y sexual.

Ha sido testigo silencioso de violación sexual a damas migrantes, no precisamente dentro de las caravanas, pero sí por grupos que luego se apartan y continúan el viaje por ellos mismos. En los últimos meses la ola migratoria también es notoria en Tuxtla y otros municipios, pues no sólo mujeres y hombres deambulan en las avenidas o en los sitios concurridos, se ofrecen para el trabajo de lo que sea y en muchos casos únicamente los aceptan en las cantinas.

Es el caso de Gustavo, un hondureño de 23 años de edad, que entró a México en 2018, durante semanas sobrevivió en Tapachula y en la primera oportunidad se trasladó a la capital con la ayuda de otros connacionales, como pudo rentó un cuarto y comenzó a trabajar para comer.

Le ofrecieron vender drogas, pero venía huyendo de ese ambiente hasta que término aceptando dinero por sexo.

“Somos carne fresca”, dice Gustavo, de complexión delgada, piel blanca y brazos con cicatrices de cortadas que se ha hecho con navajas y cuya principal clientela, asegura, son hombres adultos.



LGBTTTIQ Y DERECHOS HUMANOS

El representante de la Red por la Inclusión de la Diversidad Sexual en Chiapas, José Eliezer Esponda Cáceres indica que los derechos humanos no son homogéneos en todos los países latinoamericanos, pues cada nación tiene sus particularidades y hay ciertos tratados internacionales que cada uno decide si los reconoce o no y Centroamérica y El Caribe son las regiones más homofóbicas del planeta y en Guayanas apenas acaban de despenalizar la homosexualidad.

Sin embargo, añade que en los últimos años han detectado que las pandillas, sobre todo en Honduras y El Salvador habían usado a la población “trans” para trata e incluso de mulaspara el trasiego de drogas.

Señala que uno de estos casos fue el de una joven trans que vivió en México, se efectuó algunos cambios y luego regresó a su país de origen, donde abrió una estética y no habían pasado ni cuatro semanas y las pandillas ya la estaban extorsionando y lo peor amenazando a ella y a su familia.

Un mes después “la madre le dijo que se regresara a México porque allá no podría vivir y aquí la tenemos de vuelta”.

Sobre migración hay mucho que contar, gente a favor y en contra, casos como el de los hondureños que rechazaron un generoso plato de frijoles, los que se han separado de los grupos y delinquido; los que han escapado de los albergues y aquellos que optan por rehacer su vida en México.

También es el caso de aquellos indocumentados mexicanos y centroamericanos que rentan niños en los límites con Estados Unidos para que luego de 20 días puedan ser liberados y seguir el largo camino hacia un sueño, en una nación que se ha visto poco amistosa y ha cerrado sus fronteras.


“Somos carne fresca”, dice Gustavo, un hondureño de 23 años de edad, que entró a México en 2018, durante semanas sobrevivió en Tapachula y en la primera oportunidad se trasladó a la capital. Le ofrecieron vender drogas, pero venía huyendo de ese ambiente hasta que término aceptando dinero por sexo.

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