/ jueves 6 de agosto de 2020

Con tirolesa, burlan cierre fronterizo entre México y Guatemala

Decenas de guatemaltecos cruzan a diario hacia México arriesgando la vida en cables de acero que corren sobre el río Suchiate


Todo un culebrón repleto de piedras, matorrales y riachuelos que se conectan con el río Suchiate, son los que hay que sortear para poder llegar hasta las tirolesas improvisadas en las que decenas de personas atraviesan a diario la frontera México – Guatemala.

No, no es una actividad campirana ni ecoturística, se trata de la forma en que habitantes de Talismán (Chiapas) y El Carmen (San Marcos) subsisten, luego de que el ejército chapín les arrebató sus instrumentos de trabajo: las balsas que atravesaban las inquietas aguas internacionales del Suchiate.

Para llegar hasta las tirolesas en que se transportan de un país a otro hay que caminar unos 800 metros desde el puente internacional. El cenagoso trayecto es peligroso, precipitado y turbulento. Pese a esto, muchos guatemaltecos deciden emprender el periplo desde su tierra para abordar el “teleférico”, diseñado a base de una silla de madera y cuerdas metálicas por las que son arrojados sobre el río y se deslizan hasta la otra parte de tierra.


Foto: Eduardo Torres | Diario del Sur


¿Pa´ dónde va señora? – a vender aquí a Talismán las verduras- contesta una mujer recién bajada de la tirolesa a la que se intercepta en el camino. Vacilando, la comerciante carga su cesto color rojo en la cabeza, mientras pela nerviosa los dientes tras la experiencia vivida a río rapaz.

Una veintena de hombres se ha hecho de este lugar su sitio de trabajo. “Esto no es ni de Guatemala ni de México, es de Dios y Dios les da de comer a todos”, reza uno con camiseta deslavada de la selección mexicana de los años 90.



Así se excusan estos hombres que, alejados de las autoridades, cruzan a decenas y decenas de personas por 30 pesos mexicanos o 15 quetzales de un país a otro.

El flujo y cruce de guatemaltecos y mexicanos no cesa desde las siete de la mañana hasta pasadas las cinco de la tarde. Mujeres y hombres abordan su asiento y se van, entre sonrisas y nerviosismo de caer en cualquier momento al agua.

Y hay quienes no quieren separarse de su pareja, así que deciden ocupar al mismo tiempo el estrecho asiento. Si se va uno se va el otro, si le toca a uno darse un peligroso chapuzón, al otro también. Por suerte nadie cae, como si se tratara del medio de transporte fronterizo más seguro.

Dos tirolesas operan en total libertad. Del lado de Guatemala, donde la tierra está nivel más abajo que del lado mexicano, dos “pistas de aterrizaje” fueron construidas para recibir a los viajeros que retornan de México.


Foto: Eduardo Torres | Diario del Sur


Del lado mexicano, hay que meter los zapatos para frenar en la pura tierra y marcar las líneas de la llegada precipitada.

Así, una vez más, el ingenio burla las prohibiciones autoritarias y el intercambio que por siglos ha caracterizado a estas tierras continúa ininterrumpido.



Todo un culebrón repleto de piedras, matorrales y riachuelos que se conectan con el río Suchiate, son los que hay que sortear para poder llegar hasta las tirolesas improvisadas en las que decenas de personas atraviesan a diario la frontera México – Guatemala.

No, no es una actividad campirana ni ecoturística, se trata de la forma en que habitantes de Talismán (Chiapas) y El Carmen (San Marcos) subsisten, luego de que el ejército chapín les arrebató sus instrumentos de trabajo: las balsas que atravesaban las inquietas aguas internacionales del Suchiate.

Para llegar hasta las tirolesas en que se transportan de un país a otro hay que caminar unos 800 metros desde el puente internacional. El cenagoso trayecto es peligroso, precipitado y turbulento. Pese a esto, muchos guatemaltecos deciden emprender el periplo desde su tierra para abordar el “teleférico”, diseñado a base de una silla de madera y cuerdas metálicas por las que son arrojados sobre el río y se deslizan hasta la otra parte de tierra.


Foto: Eduardo Torres | Diario del Sur


¿Pa´ dónde va señora? – a vender aquí a Talismán las verduras- contesta una mujer recién bajada de la tirolesa a la que se intercepta en el camino. Vacilando, la comerciante carga su cesto color rojo en la cabeza, mientras pela nerviosa los dientes tras la experiencia vivida a río rapaz.

Una veintena de hombres se ha hecho de este lugar su sitio de trabajo. “Esto no es ni de Guatemala ni de México, es de Dios y Dios les da de comer a todos”, reza uno con camiseta deslavada de la selección mexicana de los años 90.



Así se excusan estos hombres que, alejados de las autoridades, cruzan a decenas y decenas de personas por 30 pesos mexicanos o 15 quetzales de un país a otro.

El flujo y cruce de guatemaltecos y mexicanos no cesa desde las siete de la mañana hasta pasadas las cinco de la tarde. Mujeres y hombres abordan su asiento y se van, entre sonrisas y nerviosismo de caer en cualquier momento al agua.

Y hay quienes no quieren separarse de su pareja, así que deciden ocupar al mismo tiempo el estrecho asiento. Si se va uno se va el otro, si le toca a uno darse un peligroso chapuzón, al otro también. Por suerte nadie cae, como si se tratara del medio de transporte fronterizo más seguro.

Dos tirolesas operan en total libertad. Del lado de Guatemala, donde la tierra está nivel más abajo que del lado mexicano, dos “pistas de aterrizaje” fueron construidas para recibir a los viajeros que retornan de México.


Foto: Eduardo Torres | Diario del Sur


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