Para arribar al sitio se toma el tramo carretero Tuxtla-La Angostura y a unos 20 minutos de la ciudad si no hay tráfico, se puede observar un puente de concreto y paredes desnudas, debajo se ubica el río Santo Domingo.
Este afluente de aguas templadas y lentas recorre gran parte de la Ribera de Chiapa de Corzo, una zona conocida por los chiapacorceños, tuxtlecos, lugareños y también turistas.
Por regular en el periodo de Semana Santa, esta zona de disgregadas bóvedas rocosas y colorida vegetación es abarrotada por comercios improvisados, los cuales son colocados a orillas del afluente para ofertar productos y alimentos; mientras que las personas deciden nadar o consumir bebidas en estas tranquilas aguas, matizadas por la acústica de distintas aves.
Asimismo, diversos comerciantes de los ejidos aledaños venden frutas, colocándose debajo de algunos árboles de ceiba, los cuales se resisten a desaparecer. Son tres días en los que los pueblos contiguos se dan cita durante Semana Santa en este río.
En algunas comunidades, a este lugar también lo conocen como la “Cuenca del río Santo Domingo”, aunque algunos dueños de parcelas o tierras han denunciado que poco a poco esta cortina natural está desapareciendo.
LA OTRA CARA DE LA MONEDA
Durante el 2017 se registraron diversas denuncias por parte de ejidatarios, quienes señalaron que desde el 2015 han arribado más de 40 empresas que se dedican a la extracción de arena sobre toda la orilla de este río.
Incluso para sacar el material, enormes maquinas tienen que deforestar para ingresar y apostarse en el afluente, por lo que las ceibas casi han desaparecido.
Hartos por las maquinas en esta área, los ejidatarios interpusieron en el 2017, diversas denuncias ante la Comisión Nacional del Agua, Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Procuraduría Federal de Protección al Ambiente y la Secretaría de Medio Ambiente e Historia Natural, pero ninguna sirvió.
Sin embargo, la extracción de arena continúa deteriorando el ecosistema y afectando de manera directa a la comunidad que para llevar agua a sus siembras tiene que comprar enormes mangueras y colocarlas en charcos lodosas, apenas perceptibles y de tono plomizo.