/ domingo 25 de noviembre de 2018

Secretos de la operación Tiburón Azul

Detrás del operativo de la Marina de madrugada en Los Mochis, que obligó al Chapo Guzmán a huir por las alcantarillas, hubo una operación de la Policía Federal de la que no se conocían los detalles

La madrugada del ocho de enero del 2016, cuando un comando especial de la infantería de Marina rompió el cerco armado que protegía a Joaquín El Chapo Guzmán en una casona del fraccionamiento Las Palmas, en Los Mochis, Sinaloa, orillándolo a huir por las alcantarillas, dos mujeres fueron capturadas y liberadas posteriormente. Una de ellas era su inseparable cocinera. La otra, una misteriosa acompañante del hombre que por estos días es juzgado en una corte de Brooklyn, Nueva York, y cuya belleza aún recuerdan los marinos.

Al despliegue de la Marina se le conoció como Operación Cisne Negro. De forma paralela hubo otra operación que hasta hoy permaneció oculta. Se llamó Tiburón Azul, la implementó la Policía Federal y consistió en cerrar todos los accesos a Los Mochis, instalar filtros de revisión para cumplir su objetivo: dar con un auto robado.

Nicolás González Perrin despertó esa mañana muy temprano por el timbre de su celular que no dejaba de sonar. Del otro lado de la línea estaba su jefe, el entonces comisionado de la Policía Federal, Enrique Galindo Ceballos. Por aquellos días él era el delegado de la corporación en Sinaloa, recuerda que le preguntó qué novedades había en el estado, si sabía lo que pasaba en Los Mochis.

“Lo único que tenía yo en ese momento era lo que me habían pasado de notas periodísticas y lo que había salido en los medios, decían que en la madrugada, como a las cuatro aproximadamente, había habido un enfrentamiento entre marinos y un grupo delictivo al interior de la ciudad de Los Mochis. Era la información que yo tenía de momento, pero se me hizo curioso que me marcara muy temprano”.

En entrevista exclusiva con la OEM el hoy agregado de la Comisión Nacional de Seguridad (CNS) a la Embajada de México en Washington, rememora que ese día estaba en Mazatlán metido con los últimos preparativos de un grupo de operaciones que iba a trabajar en la sierra sur de Sinaloa, en su colindancia con Durango, eran alrededor de 50 agentes que tendrían su base en el municipio de Escuinapa.

Tras colgar de aquella llamada ordenó que el grupo se trasladara como apoyo a Los Mochis, sin saber bien a bien qué era lo que sucedía en aquella ciudad del norte del estado.

“Mandé al grupo precisamente para darle apoyo a las unidades que estaban trabajando en terreno de Semar, y también para darle contención a la ciudad en caso de que se requiriera por las autoridades estatales o municipales o la misma ciudadanía. Así que se ordenó que se implementara la operación a la que se denominó Tiburón Azul.

UN COMANDO EN GUAMÚCHIL

La primera acción de los agentes de la Policía Federal fue cerrar todas las entradas y salidas del municipio. Era el protocolo con el que se activó Tiburón Azul. El responsable de la estación de la corporación en Los Mochis supervisó esa mañana que todas las unidades estuvieran en los puntos que se habían organizado y planeado previamente.

Poco antes de las siete de la mañana, la Policía Federal, aún con sus agentes del turno nocturno, ya estaban instalados en cruces y avenidas estratégicas para el control de la ciudad. Cuando El Chapo Guzmán se fugó tras el enfrentamiento que sus hombres tuvieron con la Marina, donde cuatro de ellos murieron y seis más fueron detenidos, utilizó el drenaje transversal –el pluvial— donde permaneció alrededor de cuatro horas.

Cuando salió iba acompañado de uno de los jefes de sus pistoleros en la zona norte de Sinaloa, que tenía su base en Guamúchil, donde se hizo famoso por enfrentarse al Ejército. Era Orso Iván Gastélum, El Cholo, célebre porque años atrás en un choque con militares en la región del Évora, su acompañante, que resultó ser una exreina de belleza, perdió la vida en el fuego cruzado.

Al salir del drenaje, El Cholo detuvo un vehículo, un Jetta blanco, bajó al conductor y se lo robó. Calles adelante, en dirección hacia la salida a Guasave, el vehículo se descompuso, y buscaron otro. Pararon un Focus rojo, sacaron a quien manejaba y siguieron su huida. No imaginaron que la conductora del auto reportaría el robo, lo que orilló al centro de comunicaciones C-4 a lanzar una alerta a todas las corporaciones, municipales, estatales y federales y a su vez a las unidades en campo sobre lo sucedido.

Al amanecer del ocho de enero lo único que la Policía Federal tenía era el reporte de robo con violencia de un vehículo Focus rojo, dos personas a mano armada lo habían hurtado para dirigirse hacia la salida sur.

“Ahí es donde empieza todo a funcionar, y es donde yo hablo del círculo virtuoso de la seguridad, como cuando cada quien hace lo que le corresponde, hasta lo imposible se convierte en posible”, dice González Perrin.

Poco antes de las ocho de la mañana una de las unidades vio pasar el vehículo y lo reportó. Se le ordenó que lo detuviera en el filtro, cuando se paró en el puesto de control que era parte de la operación Tiburón Azul, un solo elemento de la Policía Federal se acercó mientras pedía apoyo. En pocos minutos llegó otra unidad con dos elementos. Entonces se percataron que uno de uno de los dos que iban en ese auto, era el hombre más buscado desde que se fugó por un túnel del penal federal de La Palma, en el Estado de México.

A partir de ahí todo fue contra reloj. Los reportes empezaron a fluir de forma inmediata, llegaron al jefe de la estación, quien coordinó la colocación de las unidades en el terreno mientras avisaba por teléfono a González Perrin.

La orden fue que los llevaran a las instalaciones del 89 Batallón de Infantería ahí en Los Mochis. Cuatro agentes más arribaron en sus patrullas al punto donde habían interceptado el Focus rojo, sumaban seis. Cuando parten rumbo al cuartel militar González Perrin estaba subiéndose a un helicóptero, y su equipo especial ya iba en camino a más de 180 kilómetros por hora por la autopista rumbo al norte del estado. En el aire, un reporte de sus equipos de inteligencia decía que un grupo grande de personas y vehículos se movía en caravana desde la ciudad de Guamúchil, distante hora y media del lugar de la captura. No tenían certeza, pero al ser el lugar bajo control del Cholo, intuían que iban a rescatar al Chapo.

En ese momento, los agentes del grupo de cuatro patrullas que iban rumbo al batallón, se percataron que había una serie de camionetas a la orilla de la carretera. Parecía como si esperaran el paso de alguien. La posibilidad del rescate aumentaba. Cuando el jefe de la estación recibió el informe se comunicó con González Perrin, le comentó lo que ocurría y sugirió que se detuvieran en un hotel que había ahí cerca para resguardarse en lo que llegaba la ayuda.

Desde el helicóptero pidió apoyo al comandante de la novena zona militar en Culiacán para que enviara soldados al hotel donde se habían metido con los detenidos. Mientras, al hotel llegaron otros tres agentes para sumar nueve, unos tomaron posiciones en la azotea, otros en la entrada y un par más custodiaban la habitación donde los metieron.

“Iba el grupo grande por tierra, los 50 que teníamos, y yo iba en el helicóptero, que estaba como a unos 15 minutos todavía para aterrizar. Así que se resguardan los compañeros y afortunadamente el apoyo de la Secretaría de la Defensa llega rapidísimo, son los que primero llegan a apoyarnos. Después llegan las unidades de Policía Federal, y después Marina”.

Cuando González Perrin se paró frente al Chapo Guzmán, recuerda que se notaba resignado, estaba sentado en la orilla de una cama, las manos esposadas al frente, con su playera de tirantes húmeda con manchas de tierra. Se enteró del ofrecimiento que había hecho a los primeros agentes, sugirió que lo liberaran y recibirían de inmediato varios millones de dólares. También comentó que se les darían acciones de empresas ahí en Sinaloa.

—Écheme la mano comandante —recuerda que les dijo.

“Nosotros sólo hacemos nuestro trabajo”, comentó el que custodiaba.

Cuando llegó la Marina arremetió contra El Chapo, González Perrin dice que intervino para que no lo maltrataran.

Alrededor de las 10 de la mañana el convoy de varios vehículos con 200 personas salió del hotel rumbo al aeropuerto donde un avión ya los esperaba. Cuando aterrizaron en la Ciudad de México en el hangar de la Secretaría de Marina, se le dio ropa limpia para que estuviera más cómodo. El Chapo se aseó y cambió, siempre seguido de su escolta de agentes federales.

Habían sido las cuatro horas más largas para un equipo de 10 agentes de la Policía Federal, quienes con la operación “Tiburón Azul” que buscaba un auto robado, dieron con el capo más buscado del narco en México.

“Cuando cada quien hace lo que le corresponde, no existen imposibles. La ciudadanía hizo su parte, las autoridades estatales hicieron su parte, la autoridad federal también, se trabajó en equipo dentro del grupo de Policía Federal, cada uno de los compañeros que tuvo participación en el hecho hizo exactamente lo que tenía que hacer”.

Nicolás González Perrin utilizó esta experiencia de coordinación interinstitucional para analizar los retos en materia de seguridad que plasmó en su primer libro, Hacer posible lo imposible. Una mirada a la seguridad pública en México, donde la historia de la caída del Chapo Guzmán quedó como ejemplo.

La madrugada del ocho de enero del 2016, cuando un comando especial de la infantería de Marina rompió el cerco armado que protegía a Joaquín El Chapo Guzmán en una casona del fraccionamiento Las Palmas, en Los Mochis, Sinaloa, orillándolo a huir por las alcantarillas, dos mujeres fueron capturadas y liberadas posteriormente. Una de ellas era su inseparable cocinera. La otra, una misteriosa acompañante del hombre que por estos días es juzgado en una corte de Brooklyn, Nueva York, y cuya belleza aún recuerdan los marinos.

Al despliegue de la Marina se le conoció como Operación Cisne Negro. De forma paralela hubo otra operación que hasta hoy permaneció oculta. Se llamó Tiburón Azul, la implementó la Policía Federal y consistió en cerrar todos los accesos a Los Mochis, instalar filtros de revisión para cumplir su objetivo: dar con un auto robado.

Nicolás González Perrin despertó esa mañana muy temprano por el timbre de su celular que no dejaba de sonar. Del otro lado de la línea estaba su jefe, el entonces comisionado de la Policía Federal, Enrique Galindo Ceballos. Por aquellos días él era el delegado de la corporación en Sinaloa, recuerda que le preguntó qué novedades había en el estado, si sabía lo que pasaba en Los Mochis.

“Lo único que tenía yo en ese momento era lo que me habían pasado de notas periodísticas y lo que había salido en los medios, decían que en la madrugada, como a las cuatro aproximadamente, había habido un enfrentamiento entre marinos y un grupo delictivo al interior de la ciudad de Los Mochis. Era la información que yo tenía de momento, pero se me hizo curioso que me marcara muy temprano”.

En entrevista exclusiva con la OEM el hoy agregado de la Comisión Nacional de Seguridad (CNS) a la Embajada de México en Washington, rememora que ese día estaba en Mazatlán metido con los últimos preparativos de un grupo de operaciones que iba a trabajar en la sierra sur de Sinaloa, en su colindancia con Durango, eran alrededor de 50 agentes que tendrían su base en el municipio de Escuinapa.

Tras colgar de aquella llamada ordenó que el grupo se trasladara como apoyo a Los Mochis, sin saber bien a bien qué era lo que sucedía en aquella ciudad del norte del estado.

“Mandé al grupo precisamente para darle apoyo a las unidades que estaban trabajando en terreno de Semar, y también para darle contención a la ciudad en caso de que se requiriera por las autoridades estatales o municipales o la misma ciudadanía. Así que se ordenó que se implementara la operación a la que se denominó Tiburón Azul.

UN COMANDO EN GUAMÚCHIL

La primera acción de los agentes de la Policía Federal fue cerrar todas las entradas y salidas del municipio. Era el protocolo con el que se activó Tiburón Azul. El responsable de la estación de la corporación en Los Mochis supervisó esa mañana que todas las unidades estuvieran en los puntos que se habían organizado y planeado previamente.

Poco antes de las siete de la mañana, la Policía Federal, aún con sus agentes del turno nocturno, ya estaban instalados en cruces y avenidas estratégicas para el control de la ciudad. Cuando El Chapo Guzmán se fugó tras el enfrentamiento que sus hombres tuvieron con la Marina, donde cuatro de ellos murieron y seis más fueron detenidos, utilizó el drenaje transversal –el pluvial— donde permaneció alrededor de cuatro horas.

Cuando salió iba acompañado de uno de los jefes de sus pistoleros en la zona norte de Sinaloa, que tenía su base en Guamúchil, donde se hizo famoso por enfrentarse al Ejército. Era Orso Iván Gastélum, El Cholo, célebre porque años atrás en un choque con militares en la región del Évora, su acompañante, que resultó ser una exreina de belleza, perdió la vida en el fuego cruzado.

Al salir del drenaje, El Cholo detuvo un vehículo, un Jetta blanco, bajó al conductor y se lo robó. Calles adelante, en dirección hacia la salida a Guasave, el vehículo se descompuso, y buscaron otro. Pararon un Focus rojo, sacaron a quien manejaba y siguieron su huida. No imaginaron que la conductora del auto reportaría el robo, lo que orilló al centro de comunicaciones C-4 a lanzar una alerta a todas las corporaciones, municipales, estatales y federales y a su vez a las unidades en campo sobre lo sucedido.

Al amanecer del ocho de enero lo único que la Policía Federal tenía era el reporte de robo con violencia de un vehículo Focus rojo, dos personas a mano armada lo habían hurtado para dirigirse hacia la salida sur.

“Ahí es donde empieza todo a funcionar, y es donde yo hablo del círculo virtuoso de la seguridad, como cuando cada quien hace lo que le corresponde, hasta lo imposible se convierte en posible”, dice González Perrin.

Poco antes de las ocho de la mañana una de las unidades vio pasar el vehículo y lo reportó. Se le ordenó que lo detuviera en el filtro, cuando se paró en el puesto de control que era parte de la operación Tiburón Azul, un solo elemento de la Policía Federal se acercó mientras pedía apoyo. En pocos minutos llegó otra unidad con dos elementos. Entonces se percataron que uno de uno de los dos que iban en ese auto, era el hombre más buscado desde que se fugó por un túnel del penal federal de La Palma, en el Estado de México.

A partir de ahí todo fue contra reloj. Los reportes empezaron a fluir de forma inmediata, llegaron al jefe de la estación, quien coordinó la colocación de las unidades en el terreno mientras avisaba por teléfono a González Perrin.

La orden fue que los llevaran a las instalaciones del 89 Batallón de Infantería ahí en Los Mochis. Cuatro agentes más arribaron en sus patrullas al punto donde habían interceptado el Focus rojo, sumaban seis. Cuando parten rumbo al cuartel militar González Perrin estaba subiéndose a un helicóptero, y su equipo especial ya iba en camino a más de 180 kilómetros por hora por la autopista rumbo al norte del estado. En el aire, un reporte de sus equipos de inteligencia decía que un grupo grande de personas y vehículos se movía en caravana desde la ciudad de Guamúchil, distante hora y media del lugar de la captura. No tenían certeza, pero al ser el lugar bajo control del Cholo, intuían que iban a rescatar al Chapo.

En ese momento, los agentes del grupo de cuatro patrullas que iban rumbo al batallón, se percataron que había una serie de camionetas a la orilla de la carretera. Parecía como si esperaran el paso de alguien. La posibilidad del rescate aumentaba. Cuando el jefe de la estación recibió el informe se comunicó con González Perrin, le comentó lo que ocurría y sugirió que se detuvieran en un hotel que había ahí cerca para resguardarse en lo que llegaba la ayuda.

Desde el helicóptero pidió apoyo al comandante de la novena zona militar en Culiacán para que enviara soldados al hotel donde se habían metido con los detenidos. Mientras, al hotel llegaron otros tres agentes para sumar nueve, unos tomaron posiciones en la azotea, otros en la entrada y un par más custodiaban la habitación donde los metieron.

“Iba el grupo grande por tierra, los 50 que teníamos, y yo iba en el helicóptero, que estaba como a unos 15 minutos todavía para aterrizar. Así que se resguardan los compañeros y afortunadamente el apoyo de la Secretaría de la Defensa llega rapidísimo, son los que primero llegan a apoyarnos. Después llegan las unidades de Policía Federal, y después Marina”.

Cuando González Perrin se paró frente al Chapo Guzmán, recuerda que se notaba resignado, estaba sentado en la orilla de una cama, las manos esposadas al frente, con su playera de tirantes húmeda con manchas de tierra. Se enteró del ofrecimiento que había hecho a los primeros agentes, sugirió que lo liberaran y recibirían de inmediato varios millones de dólares. También comentó que se les darían acciones de empresas ahí en Sinaloa.

—Écheme la mano comandante —recuerda que les dijo.

“Nosotros sólo hacemos nuestro trabajo”, comentó el que custodiaba.

Cuando llegó la Marina arremetió contra El Chapo, González Perrin dice que intervino para que no lo maltrataran.

Alrededor de las 10 de la mañana el convoy de varios vehículos con 200 personas salió del hotel rumbo al aeropuerto donde un avión ya los esperaba. Cuando aterrizaron en la Ciudad de México en el hangar de la Secretaría de Marina, se le dio ropa limpia para que estuviera más cómodo. El Chapo se aseó y cambió, siempre seguido de su escolta de agentes federales.

Habían sido las cuatro horas más largas para un equipo de 10 agentes de la Policía Federal, quienes con la operación “Tiburón Azul” que buscaba un auto robado, dieron con el capo más buscado del narco en México.

“Cuando cada quien hace lo que le corresponde, no existen imposibles. La ciudadanía hizo su parte, las autoridades estatales hicieron su parte, la autoridad federal también, se trabajó en equipo dentro del grupo de Policía Federal, cada uno de los compañeros que tuvo participación en el hecho hizo exactamente lo que tenía que hacer”.

Nicolás González Perrin utilizó esta experiencia de coordinación interinstitucional para analizar los retos en materia de seguridad que plasmó en su primer libro, Hacer posible lo imposible. Una mirada a la seguridad pública en México, donde la historia de la caída del Chapo Guzmán quedó como ejemplo.

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