/ martes 5 de abril de 2022

Lloran a sus muertos en fosas comunes en Bucha

Habitantes improvisan tumbas para enterrar a sus familiares y vecinos tras la salida de las fuerzas rusas de la ciudad; “esta herida jamás se curará”

KIEV. En las improvisadas fosas comunes o en medio de las calles, los cadáveres están en todas partes en la ciudad ucraniana de Bucha, al noroeste de Kiev, donde los habitantes siguen llorando a sus muertos

Liuba, de 62 años, lleva a un vecino hacia una empapada trinchera detrás de una iglesia de cúpulas doradas. No tiene fuerzas para ver si su hermano yace ahí, como algunos rumores le han indicado.

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Unas 57 personas han sido enterradas de forma somera en esta fosa común, afirma un empleado de la ciudad. Pero sólo parte de ellos están a la vista.

Algunos están en bolsas mortuorias. Otros, portando atuendos civiles, han sido parcialmente enterrados. Se ve emerger de la tierra, en extrañas posiciones, una pálida mano, un pie calzado con una bota, expuestos a la nieve que cae sobre esta localidad del extrarradio de la capital.

Un cadáver está rodeado de una sábana roja y blanca, cerca de una única sandalia rosa de mujer. El vecino de Liuba retrocede, y luego se derrumba. No puede acercarse más a la fosa.

“Estas heridas jamás se van a curar”, teme Liuba. “No le desearía esto a nadie, ni siquiera a mi peor enemigo”.

Cerca de ahí, a lo largo de una estrecha carretera rodeada de casas en ruinas, se desplazan cuatro hombres a bordo de una camioneta, sorteando los cuerpos.

Tres de los cuerpos estaban enredados en bicicletas, mientras otros cayeron cerca de vehículos aplastados o con hoyos de bala. Uno tenía las manos atadas a la espalda y su cabeza estaba en una fosa.

Vitalii Shreka, de 27 años, levanta un cadáver, para colocarlo en una bolsa mortuoria que sus compañeros cierran.

Inspeccionan cada cuerpo, buscando un documento de identidad, antes de cargarlo en la camioneta. Uno de ellos lanza una bicicleta contra dos perros que se acercan demasiado de los cadáveres.

“Tenemos que hacerlo. Lo que hacemos es absolutamente necesario” explica Vladyslav Minchenko, de 44 años, de pie ante un cuerpo abandonado.

Serhii Kaplychnyi, empleado de la ciudad, dice que él y sus colegas ya no daban abasto para enterrar a los muertos durante el breve período de ocupación rusa.

“Mucha gente murió por disparos o por esquirlas de obuses, pero al principio no se nos autorizaba a enterrarlos” explica. “Nos decían que los dejáramos mientras hiciera frío”.

Los rusos acabaron por permitirles que juntaran los cuerpos. “Cavamos un gran fosa con la ayuda de un tractor, y luego los enterramos” recuerda.

Ahora él coordina los esfuerzos para hallar cadáveres en toda la localidad.

Tras la partida de los rusos, los soldados se dan viriles abrazos, la gente hace ondear pequeñas banderas ucranianas y los convoyes de ayuda llegan a la ciudad.

Pero Serhii Kaplychnyi no puede olvidar las escenas de las últimas semanas. Recuerda en particular un día en el que sus colegas hallaron a diez personas abatidas de un disparo en la cabeza.

“Había un francotirador que se divertía” comenta con un hilo de voz.

Los empleados de la ciudad no eran los únicos improvisados sepultureros. Varios habitantes hicieron lo posible para proporcionar una sepultura provisional a sus vecinos, en jardines u otros lugares.

“Había un viejo alcantarillado fuera de uso. También ahí fueron dejados algunos cadáveres. Ahora vamos a buscarlos”.

KIEV. En las improvisadas fosas comunes o en medio de las calles, los cadáveres están en todas partes en la ciudad ucraniana de Bucha, al noroeste de Kiev, donde los habitantes siguen llorando a sus muertos

Liuba, de 62 años, lleva a un vecino hacia una empapada trinchera detrás de una iglesia de cúpulas doradas. No tiene fuerzas para ver si su hermano yace ahí, como algunos rumores le han indicado.

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Unas 57 personas han sido enterradas de forma somera en esta fosa común, afirma un empleado de la ciudad. Pero sólo parte de ellos están a la vista.

Algunos están en bolsas mortuorias. Otros, portando atuendos civiles, han sido parcialmente enterrados. Se ve emerger de la tierra, en extrañas posiciones, una pálida mano, un pie calzado con una bota, expuestos a la nieve que cae sobre esta localidad del extrarradio de la capital.

Un cadáver está rodeado de una sábana roja y blanca, cerca de una única sandalia rosa de mujer. El vecino de Liuba retrocede, y luego se derrumba. No puede acercarse más a la fosa.

“Estas heridas jamás se van a curar”, teme Liuba. “No le desearía esto a nadie, ni siquiera a mi peor enemigo”.

Cerca de ahí, a lo largo de una estrecha carretera rodeada de casas en ruinas, se desplazan cuatro hombres a bordo de una camioneta, sorteando los cuerpos.

Tres de los cuerpos estaban enredados en bicicletas, mientras otros cayeron cerca de vehículos aplastados o con hoyos de bala. Uno tenía las manos atadas a la espalda y su cabeza estaba en una fosa.

Vitalii Shreka, de 27 años, levanta un cadáver, para colocarlo en una bolsa mortuoria que sus compañeros cierran.

Inspeccionan cada cuerpo, buscando un documento de identidad, antes de cargarlo en la camioneta. Uno de ellos lanza una bicicleta contra dos perros que se acercan demasiado de los cadáveres.

“Tenemos que hacerlo. Lo que hacemos es absolutamente necesario” explica Vladyslav Minchenko, de 44 años, de pie ante un cuerpo abandonado.

Serhii Kaplychnyi, empleado de la ciudad, dice que él y sus colegas ya no daban abasto para enterrar a los muertos durante el breve período de ocupación rusa.

“Mucha gente murió por disparos o por esquirlas de obuses, pero al principio no se nos autorizaba a enterrarlos” explica. “Nos decían que los dejáramos mientras hiciera frío”.

Los rusos acabaron por permitirles que juntaran los cuerpos. “Cavamos un gran fosa con la ayuda de un tractor, y luego los enterramos” recuerda.

Ahora él coordina los esfuerzos para hallar cadáveres en toda la localidad.

Tras la partida de los rusos, los soldados se dan viriles abrazos, la gente hace ondear pequeñas banderas ucranianas y los convoyes de ayuda llegan a la ciudad.

Pero Serhii Kaplychnyi no puede olvidar las escenas de las últimas semanas. Recuerda en particular un día en el que sus colegas hallaron a diez personas abatidas de un disparo en la cabeza.

“Había un francotirador que se divertía” comenta con un hilo de voz.

Los empleados de la ciudad no eran los únicos improvisados sepultureros. Varios habitantes hicieron lo posible para proporcionar una sepultura provisional a sus vecinos, en jardines u otros lugares.

“Había un viejo alcantarillado fuera de uso. También ahí fueron dejados algunos cadáveres. Ahora vamos a buscarlos”.

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