/ martes 9 de octubre de 2018

En torno a la historia de una amistad.

La semana pasada tuve la fortuna, por partida doble,de saludar y escuchar sendas conferencias de mis muy admiradosamigos y maestros Ana Parrilla Albuerne y Sergio NicolásGutiérrez, por un lado, y don Carlos Navarrete, por el otro.

Entre otras cosas menores que debía realizar en lacapital chiapaneca, éstas dos sí mayores -ambas conferencias-, lafeliz ocasión se dio al acudir el martes 2 de octubre -que no seolvida- a la Feria Internacional del Libro UNICACH 2018.

Durante muchos años Ana y Sergio han sido cómplicesen distintos y variados proyectos académicos, de investigación yseguramente con el constante trato diario habrán derribado lasenormes murallas que cercan nuestras vidas personales paraabandonarse a una amistad llana, con la claridad meridiana de unvalle, pero con la profundidad indispensable para cumplir en losrecónditos interiores  del alma con las recíprocasresponsabilidades a que obliga el preciado tesoro de ese rasgo tanhumano que es la amistad.

A Sergio lo conocí allá por 1998 cuando vino aComitán a presentar su libro recién publicado, Encrucijada yDestino de la Provincia de las Chiapas, un estupendo trabajosobre la Independencia de Chiapas, con el cual Sergio marcaba lapauta de los recientes y más elaborados estudios historiográficossobre el tema. Desde entonces se inició también mi admiraciónpor su dedicado y valioso trabajo de investigador y académico.

Sergio me abrió las puertas de la amistad parallegar a Ana Parrilla. Ambos compartieron, durante años, y muypróximos entre sí, pared de por medio entre sus respectivoscubículos, en la planta baja de la Facultad de Humanidades, unaminuciosa dedicación en el ámbito del quehacer intelectual. Porlo tanto cuando iba a visitar a uno, a planear los proyectoseditoriales que podíamos abordar cada quien desde nuestrarespectiva labor, no desperdiciaba la oportunidad de pasar asaludar a Ana.

A Sergio le anunciaba previamente mi llegada y con lacita concertada, por supuesto que siendo puntual yo, lo encontrabaesperándome. No tuve la misma fortuna con Ana, sino hasta quecomencé a usar la misma metodología: anunciarle mi llegada yconcertar la cita, que la mayoría de las veces resultótrilateral. Fue así como fui disipando mi idea preconcebida de queaquellos juegos de la fortuna que me hacían encontrar al uno y ala otra no, obedecían al requisito del previo aviso y noprecisamente al temperamento sedentario, reflexivo, podríaarriesgarme a decir adusto, de Sergio, en contraste con eltemperamento nervioso, volátil, indetenible de Ana; aunquetambién tenía que ver el constante correr de Ana en contra deltiempo para cumplir además de sus ocupaciones académicas yuniversitarias con sus responsabilidades de mamá de una linda yvivaracha niña que requiere otro tanto de incontables cuidadosluego de salir de clases.

“Ana -le dije recientemente-, date un tiempo, unbreve descanso, un respiro, vas demasiado rápido por la vida”,en tono de broma. Porque en verdad la veo siempre no a las carrerassino a las volandas. Pero eso sí, no deja de sorprenderme cada vezcon su infatigable producción intelectual. Ya presentó unaconferencia en tal lado,, una cátedra en tal otro, entregó parasu publicación una obra o ya puso sobre mis manos -disfrute tantode su lectura- su libro: El Antiguo convento de Santo Domingoen Tecpatán, Chiapas, México, en que la autora nos adentramaravillosamente en la vida de aquella “vieja ruina” , como laapodan sus actuales moradores, gracias a las fuentes de la épocaen que se apoya para darle nuevamente vida y entregarla al lectorremozada, traída a la actualidad vivificada, desde aquelloslejanos siglos en que reinó con gran pujanza en esa regiónzoque.

Por eso saludarlos, escuchar la interesante ponenciade Ana sobre el “Régimen de subdelegados en Chiapas”,referente a esa institución producto de las reformas borbónicasdurante la Colonia, que desembocaron en lo que posteriormenteserían los jefes políticos porfiristas, fue una delicia. Imaginolo que Ana debe estar gozando encontrarse y revisar los documentosque narran la vida cotidiana de aquella época y las intrigas delpoder -que no distan demasiado de las actuales- en cada una de laslocalidades que ha ido estudiando. En el caso de la Provincia delos Llanos, a la cual correspondía entonces este Comitán que hoyes, nos compartió varios sucesos y anécdotas que bien valieron mirecorrido a la capital chiapaneca, amén de tener el enorme gustode saludarlos.

Sobre don Carlos Navarrete, ya tendré oportunidad decomentarlo en otra ocasión, que no es su trato sino también unbaúl insondable de conocimiento y valiosos fragmentos anecdóticos-atesorados como la infinidad de tiestos que a lo largo de su vidade arqueólogo ha ido encontrando-, que no poca sorpresa haprovocado a quienes tenemos la fortuna de escucharlos de suspropios labios.

entretejas1@hotmail.com

La semana pasada tuve la fortuna, por partida doble,de saludar y escuchar sendas conferencias de mis muy admiradosamigos y maestros Ana Parrilla Albuerne y Sergio NicolásGutiérrez, por un lado, y don Carlos Navarrete, por el otro.

Entre otras cosas menores que debía realizar en lacapital chiapaneca, éstas dos sí mayores -ambas conferencias-, lafeliz ocasión se dio al acudir el martes 2 de octubre -que no seolvida- a la Feria Internacional del Libro UNICACH 2018.

Durante muchos años Ana y Sergio han sido cómplicesen distintos y variados proyectos académicos, de investigación yseguramente con el constante trato diario habrán derribado lasenormes murallas que cercan nuestras vidas personales paraabandonarse a una amistad llana, con la claridad meridiana de unvalle, pero con la profundidad indispensable para cumplir en losrecónditos interiores  del alma con las recíprocasresponsabilidades a que obliga el preciado tesoro de ese rasgo tanhumano que es la amistad.

A Sergio lo conocí allá por 1998 cuando vino aComitán a presentar su libro recién publicado, Encrucijada yDestino de la Provincia de las Chiapas, un estupendo trabajosobre la Independencia de Chiapas, con el cual Sergio marcaba lapauta de los recientes y más elaborados estudios historiográficossobre el tema. Desde entonces se inició también mi admiraciónpor su dedicado y valioso trabajo de investigador y académico.

Sergio me abrió las puertas de la amistad parallegar a Ana Parrilla. Ambos compartieron, durante años, y muypróximos entre sí, pared de por medio entre sus respectivoscubículos, en la planta baja de la Facultad de Humanidades, unaminuciosa dedicación en el ámbito del quehacer intelectual. Porlo tanto cuando iba a visitar a uno, a planear los proyectoseditoriales que podíamos abordar cada quien desde nuestrarespectiva labor, no desperdiciaba la oportunidad de pasar asaludar a Ana.

A Sergio le anunciaba previamente mi llegada y con lacita concertada, por supuesto que siendo puntual yo, lo encontrabaesperándome. No tuve la misma fortuna con Ana, sino hasta quecomencé a usar la misma metodología: anunciarle mi llegada yconcertar la cita, que la mayoría de las veces resultótrilateral. Fue así como fui disipando mi idea preconcebida de queaquellos juegos de la fortuna que me hacían encontrar al uno y ala otra no, obedecían al requisito del previo aviso y noprecisamente al temperamento sedentario, reflexivo, podríaarriesgarme a decir adusto, de Sergio, en contraste con eltemperamento nervioso, volátil, indetenible de Ana; aunquetambién tenía que ver el constante correr de Ana en contra deltiempo para cumplir además de sus ocupaciones académicas yuniversitarias con sus responsabilidades de mamá de una linda yvivaracha niña que requiere otro tanto de incontables cuidadosluego de salir de clases.

“Ana -le dije recientemente-, date un tiempo, unbreve descanso, un respiro, vas demasiado rápido por la vida”,en tono de broma. Porque en verdad la veo siempre no a las carrerassino a las volandas. Pero eso sí, no deja de sorprenderme cada vezcon su infatigable producción intelectual. Ya presentó unaconferencia en tal lado,, una cátedra en tal otro, entregó parasu publicación una obra o ya puso sobre mis manos -disfrute tantode su lectura- su libro: El Antiguo convento de Santo Domingoen Tecpatán, Chiapas, México, en que la autora nos adentramaravillosamente en la vida de aquella “vieja ruina” , como laapodan sus actuales moradores, gracias a las fuentes de la épocaen que se apoya para darle nuevamente vida y entregarla al lectorremozada, traída a la actualidad vivificada, desde aquelloslejanos siglos en que reinó con gran pujanza en esa regiónzoque.

Por eso saludarlos, escuchar la interesante ponenciade Ana sobre el “Régimen de subdelegados en Chiapas”,referente a esa institución producto de las reformas borbónicasdurante la Colonia, que desembocaron en lo que posteriormenteserían los jefes políticos porfiristas, fue una delicia. Imaginolo que Ana debe estar gozando encontrarse y revisar los documentosque narran la vida cotidiana de aquella época y las intrigas delpoder -que no distan demasiado de las actuales- en cada una de laslocalidades que ha ido estudiando. En el caso de la Provincia delos Llanos, a la cual correspondía entonces este Comitán que hoyes, nos compartió varios sucesos y anécdotas que bien valieron mirecorrido a la capital chiapaneca, amén de tener el enorme gustode saludarlos.

Sobre don Carlos Navarrete, ya tendré oportunidad decomentarlo en otra ocasión, que no es su trato sino también unbaúl insondable de conocimiento y valiosos fragmentos anecdóticos-atesorados como la infinidad de tiestos que a lo largo de su vidade arqueólogo ha ido encontrando-, que no poca sorpresa haprovocado a quienes tenemos la fortuna de escucharlos de suspropios labios.

entretejas1@hotmail.com

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