/ jueves 28 de marzo de 2019

Un niño y un volcán

Cuenta Eduardo Álvarez que poco antes de la erupción del Chichonal en marzo de 1982, en el norte de Chiapas, se tapó un respiradero natural que tenía el volcán casi en la cima, a cinco kilómetros del pueblo de Francisco León.

Hombre cercano a los 70 años, dice que cuando de ese respiradero cesaron las lenguas de fuego, la gente de Francisco León empezó a temer por su vida, porque se ubicaban al pie del volcán, en la ribera del río Magdalena.

Entonces, dieron parte a las autoridades, pero no les hicieron caso hasta que estalló el volcán y mató a cerca de dos mil personas en el lugar, incluidos a los militares que habían sido enviados para repartir alimentos y socorrer a las familias.

Francisco León, nombre que también lleva el municipio, desapareció por completo, porque a casi dos meses de la erupción, el agua caliente de un lago represado en los cauces del Magdalena pasó por encima y, tras dejar anchas playas de arena y piedras, se llevó hasta las pocas estructuras que asomaban del desierto de arena y cenizas.

Francisco León, Naranjo, Trinidad, San Pablo Tumbac, San Juan Bosco, San Antonio, Ribera el Volcán, Ribera Agua Tibia, Ribera Candelaria, Ribera Carmen y Ribera Tanchichal, ubicados al sur del volcán, son pueblos y rancherías del municipio de Francisco León que desaparecieron por completo.

Ahora habitante de San Pablo Tumbac, Eduardo Álvarez nació en Francisco León y trabajó como arriero hasta antes del volcán. Cuando la erupción, partió junto con los más de 20 mil desplazados a otros municipios, pero con el tiempo, atraído por la fertilidad de las tierras del volcán, retornó a un campo cercano a su viejo pueblo.

A la sombra de una vieja iglesia, relata que tras la última de las varias erupciones del volcán Chichonal del 28 de marzo al 4 de abril quiso llegar, al día siguiente, al pueblo de Francisco León para ver en lo que se había convertido esa tierra baja donde se levantaban al margen de una plaza de fino pasto unas cincuenta casas habitadas principalmente por los terratenientes del lugar, separadas de un asentamiento donde vivían los indígenas zoques, pero no encontró más que fuego consumiendo árboles, troncos y casas.

La lluvia de fuego había dejado convertido en un infierno esa parte del municipio.



SENDEROS DE MUERTE

Y en Naranjo, a unas tres horas de caminata desde el lugar donde era Francisco León y que ahora no es más que pastizal por un lado y paso del río Magdalena por el otro, Fredy Pablo, Víctor Pablo y Felipe Pablo, todos parientes, hablan de los sismos constantes que se registraban antes de las erupciones.

Uno de ellos narra que antes de la erupción se incendiaron bosques y selvas ubicadas en las faldas del volcán. Y a dos horas de carretera y vereda de Naranjo, en Esquipulas Guayabal, sobre la falda oriente, en el municipio de Chapultenango –donde hace menos de un año unas personas desenterraron parcialmente un templo de piedras–, otro hombre contará que días antes de la erupción empezaron a aparecer pájaros y animales muertos en los senderos cercanos. Y al poco, se tornaron amarillentas y rojizas amplias extensiones de vegetaciones.

Comenzó a sentirse el hedor de animales muertos y la tierra era más caliente conforme el sendero se acercaba al volcán.

La noche del domingo 28 de marzo, tras una fuerte lluvia en la tarde, estalló el volcán. Como a las nueve de la noche empezó a caer una llovizna de ceniza, misma que se tornó gruesa conforme se arreciaban los estallidos y las columnas, como a las once y media de la noche, alcanzaban mayor altura. Las familias que pudieron, huyeron esa misma noche. Las que no, buscaron las casas de material o los templos católicos hechos de piedras para refugiarse.



En Naranjo, la mayoría de la gente abandonó el pueblo en la madrugada, por los atajos, porque en el municipio no había carreteras. Se habían salvado porque solo había caído pómez y ceniza por la ruptura del domo del volcán, a diferencia del 3 y 4 de abril que hubo flujos piroclásticos y caída de materia incandescente. Y entre los que no querían partir se contaba Matías Pablo, el padre de Felipe Pablo; quien a regañadientes aceptó abandonar su lugar de origen, pero el 31 de marzo retornó con el argumento de resguardar su patrimonio de posibles saqueos, una tienda de abarrotes.

Murió cuando la explosión del volcán el 3 de abril en la tarde-noche. Quiso protegerse bajo el mostrador de la tienda. Es de las pocas personas que se encontraron sus restos tras la caída de material incandescente y el paso del flujo piroclástico en el pueblo. Los militares cubrieron con arena los huesos y localizaron a la familia, cuando ésta se encontraba en un refugio que se instaló temporalmente en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, para notificarle que en su casa se habían encontrado los restos de una persona.

Felipe Pablo, entonces niño de once años, se resistía a aceptar la noticia. Mientras estuvo en el refugio, todos los días se escapaba para buscar entre la gente a su padre. E iba a sentarse a esperarlo en un crucero por donde llegaban los camiones cargados de familias desplazadas.

Jamás llegó.

Y ahora que pronuncia esta palabra, a 37 años de la erupción, sus ojos se llenan de dolor. Se asoman las lágrimas.



Cuenta Eduardo Álvarez que poco antes de la erupción del Chichonal en marzo de 1982, en el norte de Chiapas, se tapó un respiradero natural que tenía el volcán casi en la cima, a cinco kilómetros del pueblo de Francisco León.

Hombre cercano a los 70 años, dice que cuando de ese respiradero cesaron las lenguas de fuego, la gente de Francisco León empezó a temer por su vida, porque se ubicaban al pie del volcán, en la ribera del río Magdalena.

Entonces, dieron parte a las autoridades, pero no les hicieron caso hasta que estalló el volcán y mató a cerca de dos mil personas en el lugar, incluidos a los militares que habían sido enviados para repartir alimentos y socorrer a las familias.

Francisco León, nombre que también lleva el municipio, desapareció por completo, porque a casi dos meses de la erupción, el agua caliente de un lago represado en los cauces del Magdalena pasó por encima y, tras dejar anchas playas de arena y piedras, se llevó hasta las pocas estructuras que asomaban del desierto de arena y cenizas.

Francisco León, Naranjo, Trinidad, San Pablo Tumbac, San Juan Bosco, San Antonio, Ribera el Volcán, Ribera Agua Tibia, Ribera Candelaria, Ribera Carmen y Ribera Tanchichal, ubicados al sur del volcán, son pueblos y rancherías del municipio de Francisco León que desaparecieron por completo.

Ahora habitante de San Pablo Tumbac, Eduardo Álvarez nació en Francisco León y trabajó como arriero hasta antes del volcán. Cuando la erupción, partió junto con los más de 20 mil desplazados a otros municipios, pero con el tiempo, atraído por la fertilidad de las tierras del volcán, retornó a un campo cercano a su viejo pueblo.

A la sombra de una vieja iglesia, relata que tras la última de las varias erupciones del volcán Chichonal del 28 de marzo al 4 de abril quiso llegar, al día siguiente, al pueblo de Francisco León para ver en lo que se había convertido esa tierra baja donde se levantaban al margen de una plaza de fino pasto unas cincuenta casas habitadas principalmente por los terratenientes del lugar, separadas de un asentamiento donde vivían los indígenas zoques, pero no encontró más que fuego consumiendo árboles, troncos y casas.

La lluvia de fuego había dejado convertido en un infierno esa parte del municipio.



SENDEROS DE MUERTE

Y en Naranjo, a unas tres horas de caminata desde el lugar donde era Francisco León y que ahora no es más que pastizal por un lado y paso del río Magdalena por el otro, Fredy Pablo, Víctor Pablo y Felipe Pablo, todos parientes, hablan de los sismos constantes que se registraban antes de las erupciones.

Uno de ellos narra que antes de la erupción se incendiaron bosques y selvas ubicadas en las faldas del volcán. Y a dos horas de carretera y vereda de Naranjo, en Esquipulas Guayabal, sobre la falda oriente, en el municipio de Chapultenango –donde hace menos de un año unas personas desenterraron parcialmente un templo de piedras–, otro hombre contará que días antes de la erupción empezaron a aparecer pájaros y animales muertos en los senderos cercanos. Y al poco, se tornaron amarillentas y rojizas amplias extensiones de vegetaciones.

Comenzó a sentirse el hedor de animales muertos y la tierra era más caliente conforme el sendero se acercaba al volcán.

La noche del domingo 28 de marzo, tras una fuerte lluvia en la tarde, estalló el volcán. Como a las nueve de la noche empezó a caer una llovizna de ceniza, misma que se tornó gruesa conforme se arreciaban los estallidos y las columnas, como a las once y media de la noche, alcanzaban mayor altura. Las familias que pudieron, huyeron esa misma noche. Las que no, buscaron las casas de material o los templos católicos hechos de piedras para refugiarse.



En Naranjo, la mayoría de la gente abandonó el pueblo en la madrugada, por los atajos, porque en el municipio no había carreteras. Se habían salvado porque solo había caído pómez y ceniza por la ruptura del domo del volcán, a diferencia del 3 y 4 de abril que hubo flujos piroclásticos y caída de materia incandescente. Y entre los que no querían partir se contaba Matías Pablo, el padre de Felipe Pablo; quien a regañadientes aceptó abandonar su lugar de origen, pero el 31 de marzo retornó con el argumento de resguardar su patrimonio de posibles saqueos, una tienda de abarrotes.

Murió cuando la explosión del volcán el 3 de abril en la tarde-noche. Quiso protegerse bajo el mostrador de la tienda. Es de las pocas personas que se encontraron sus restos tras la caída de material incandescente y el paso del flujo piroclástico en el pueblo. Los militares cubrieron con arena los huesos y localizaron a la familia, cuando ésta se encontraba en un refugio que se instaló temporalmente en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, para notificarle que en su casa se habían encontrado los restos de una persona.

Felipe Pablo, entonces niño de once años, se resistía a aceptar la noticia. Mientras estuvo en el refugio, todos los días se escapaba para buscar entre la gente a su padre. E iba a sentarse a esperarlo en un crucero por donde llegaban los camiones cargados de familias desplazadas.

Jamás llegó.

Y ahora que pronuncia esta palabra, a 37 años de la erupción, sus ojos se llenan de dolor. Se asoman las lágrimas.



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