/ domingo 17 de septiembre de 2017

ESTANCIA EN SEVILLA.

Por Guillermo Zayas.

Salimos de Roma, un día de agosto, a las seis de lamañana, con destino a Sevilla, España; en el AeropuertoInternacional, nos estaba esperando un bello y ardiente sol, y unclima subtropical mediterráneo.

Sevilla pertenece a la provincia de Andalucía, es latercera ciudad más visitada de aquel País, después de su capital(Madrid) y de Barcelona, recién víctima de un atentado terroristaque desde luego reprobamos.

Su casco histórico, es uno de los más grandes deEspaña y de Europa, al igual que su patrimonio; entre susmonumentos podemos mencionar: la Catedral, su campanario al quedenominan “La Giralda”, la torre del Oro y el Alcázar. El rioGuadalquivir atraviesa la ciudad transportando pequeñosbarquichuelos; como se sabe, este afluente, nace en el Atlántico,precisamente en la costa de San Lucar de Barrameda.

***

El aeropuerto, no es tan grande como el “LeonardoDa Vinci” de Roma, pero tiene un amplio pasillo, en cuyo lado,pegadas al techo, se encuentran letreros amarillos, con númeroscolor negro, para que no se pierdan los turistas. Los asientos seencuentran en una sola fila pegada a la pared, lugar en que nossentamos para retomar nuestras fuerzas. En medio de aquel pasillo,se encuentran los baños; unos para damas y otros para caballeros,y junto a estos, unos locales turísticos en los que proporcionabaninformación a los visitantes nacionales o extranjeros; una belladama, muy alta, complexión delgada, peinada de chongo, - conpeineta- pelo negro azabache, labios de carmín y ojos azul cielo,me obsequio un mapa de las carreteras de toda la provincia, por sidecidíamos visitar Cádiz.

***

Ya en el centro de aquella ciudad, luego de recorrervarias calles cerradas y angostas, nos sentamos en un restaurantecerca del Parque María Luisa, en donde pedí unas “tapas”, yun café con leche; me distraje viendo pasar varias“calandrias”, guiadas por robustos jinetes, y quienes guiaban acorceles adornados a la usanza española, con claveles ycascabeles; y de pronto, sin saber de dónde salía, cayó sobremis hombros un fresco rocío que mojaba mi cabeza. ¡Dios mío!,-pensé, ¡Y Yo, que soy propenso a los catarros”! Pero aquellapequeña lluviecita, fue breve y refrescante, pudiendo percatarmeque ésta salía de los ángulos del techo que nos resguardaba delintenso sol.

Caminando hacia la catedral, pudimos observar que envarias casas, de portón abierto, se nos mostraba un patrio enorme,con varias banquitas de azulejos varios, y hermosas flores; yrecordamos en ese momento al poeta sevillano Don Manuel Machadocuando dijo: “Mi infancia, son recuerdos, de un patio de Sevilla/y un huerto donde madura el limonero.”

No pudiendo ingresar a la Catedral, nos contentamoscon admirar “La Giralda”, admirando su bella arquitecturamoruna, que es reconocida en todo el mundo: Luego, nos trasladamosal Parque María Luisa, en el cual nos refrescamos nuestraacalorada humanidad, sentándonos en una plazuela dedicada a losHermanos Álvarez Quintero, reconocidos escritores de la MadrePatria. No omitimos admirar “La Plaza de España”, lugar en elque se halla un pequeño laguito, sobre el que pasan los turistascruzando encantadores puentes, en uno de los cuales se retrató miesposa Conny.

Es llamada así, porque cada una de las provincias deaquella Nación, están representadas por unas fuentecillas,dedicadas a todos y cada uno de los lugares que componen lageografía española.

Los al derredores de aquel inmenso jardín, se puedentransitar, ya sea en calandria o en bicicleta (solo que hay quepedalearle muy duro); en ese sitio, recordé al perdularioSevillano – cuando éste daba muerte a sus adversarios; “en laesquina un farol que a un Cristo alumbra, / ecos lejanos dealgazara y gresca/ y un amador que ronda en la penumbra, / embozadoen su capa Don Juanesca.”  (Samuel Ruiz Cabañas).

Como una cuestión anecdótica, comentare que una vezque salimos del dichoso parque, y a efecto de atravesar el Paseo delas Delicias, que nos separaba del otro lado de la calle, viendoque enfrente de mí, había un semáforo en verde, me anime acruzar, sin fijarme que veía un auto transitando con altavelocidad, que estuvo a punto de atropellarme, librándome delpercance al dar un paso hacia atrás, que no creo que vuelva a daren mi vida.

 Pero llego la hora de partir; y me volví aentristecer, porque resulta que cada vez que visito un lugar, en elextranjero o en mi patria, me arraigo, en mi corazón y mi alma asu entorno, sintiendo un vuelco en mi corazón, cuando me alejo dellugar en que deambularon mis pies calzados. San Lucar de Barramedanos esperaba, al igual que unos familiares de mi esposa Conny,quienes nos invitaron unos langostinos, como comentare en mispróximas crónicas.

Por Guillermo Zayas.

Salimos de Roma, un día de agosto, a las seis de lamañana, con destino a Sevilla, España; en el AeropuertoInternacional, nos estaba esperando un bello y ardiente sol, y unclima subtropical mediterráneo.

Sevilla pertenece a la provincia de Andalucía, es latercera ciudad más visitada de aquel País, después de su capital(Madrid) y de Barcelona, recién víctima de un atentado terroristaque desde luego reprobamos.

Su casco histórico, es uno de los más grandes deEspaña y de Europa, al igual que su patrimonio; entre susmonumentos podemos mencionar: la Catedral, su campanario al quedenominan “La Giralda”, la torre del Oro y el Alcázar. El rioGuadalquivir atraviesa la ciudad transportando pequeñosbarquichuelos; como se sabe, este afluente, nace en el Atlántico,precisamente en la costa de San Lucar de Barrameda.

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El aeropuerto, no es tan grande como el “LeonardoDa Vinci” de Roma, pero tiene un amplio pasillo, en cuyo lado,pegadas al techo, se encuentran letreros amarillos, con númeroscolor negro, para que no se pierdan los turistas. Los asientos seencuentran en una sola fila pegada a la pared, lugar en que nossentamos para retomar nuestras fuerzas. En medio de aquel pasillo,se encuentran los baños; unos para damas y otros para caballeros,y junto a estos, unos locales turísticos en los que proporcionabaninformación a los visitantes nacionales o extranjeros; una belladama, muy alta, complexión delgada, peinada de chongo, - conpeineta- pelo negro azabache, labios de carmín y ojos azul cielo,me obsequio un mapa de las carreteras de toda la provincia, por sidecidíamos visitar Cádiz.

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Ya en el centro de aquella ciudad, luego de recorrervarias calles cerradas y angostas, nos sentamos en un restaurantecerca del Parque María Luisa, en donde pedí unas “tapas”, yun café con leche; me distraje viendo pasar varias“calandrias”, guiadas por robustos jinetes, y quienes guiaban acorceles adornados a la usanza española, con claveles ycascabeles; y de pronto, sin saber de dónde salía, cayó sobremis hombros un fresco rocío que mojaba mi cabeza. ¡Dios mío!,-pensé, ¡Y Yo, que soy propenso a los catarros”! Pero aquellapequeña lluviecita, fue breve y refrescante, pudiendo percatarmeque ésta salía de los ángulos del techo que nos resguardaba delintenso sol.

Caminando hacia la catedral, pudimos observar que envarias casas, de portón abierto, se nos mostraba un patrio enorme,con varias banquitas de azulejos varios, y hermosas flores; yrecordamos en ese momento al poeta sevillano Don Manuel Machadocuando dijo: “Mi infancia, son recuerdos, de un patio de Sevilla/y un huerto donde madura el limonero.”

No pudiendo ingresar a la Catedral, nos contentamoscon admirar “La Giralda”, admirando su bella arquitecturamoruna, que es reconocida en todo el mundo: Luego, nos trasladamosal Parque María Luisa, en el cual nos refrescamos nuestraacalorada humanidad, sentándonos en una plazuela dedicada a losHermanos Álvarez Quintero, reconocidos escritores de la MadrePatria. No omitimos admirar “La Plaza de España”, lugar en elque se halla un pequeño laguito, sobre el que pasan los turistascruzando encantadores puentes, en uno de los cuales se retrató miesposa Conny.

Es llamada así, porque cada una de las provincias deaquella Nación, están representadas por unas fuentecillas,dedicadas a todos y cada uno de los lugares que componen lageografía española.

Los al derredores de aquel inmenso jardín, se puedentransitar, ya sea en calandria o en bicicleta (solo que hay quepedalearle muy duro); en ese sitio, recordé al perdularioSevillano – cuando éste daba muerte a sus adversarios; “en laesquina un farol que a un Cristo alumbra, / ecos lejanos dealgazara y gresca/ y un amador que ronda en la penumbra, / embozadoen su capa Don Juanesca.”  (Samuel Ruiz Cabañas).

Como una cuestión anecdótica, comentare que una vezque salimos del dichoso parque, y a efecto de atravesar el Paseo delas Delicias, que nos separaba del otro lado de la calle, viendoque enfrente de mí, había un semáforo en verde, me anime acruzar, sin fijarme que veía un auto transitando con altavelocidad, que estuvo a punto de atropellarme, librándome delpercance al dar un paso hacia atrás, que no creo que vuelva a daren mi vida.

 Pero llego la hora de partir; y me volví aentristecer, porque resulta que cada vez que visito un lugar, en elextranjero o en mi patria, me arraigo, en mi corazón y mi alma asu entorno, sintiendo un vuelco en mi corazón, cuando me alejo dellugar en que deambularon mis pies calzados. San Lucar de Barramedanos esperaba, al igual que unos familiares de mi esposa Conny,quienes nos invitaron unos langostinos, como comentare en mispróximas crónicas.

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