/ jueves 14 de febrero de 2019

Escritoras y periodistas colombianas (Ultima parte)

PIEDRA DE TOQUE

Homenaje a María Teresa Uribe


Retomo la última parte del escrito de Carlos Vidales, citado anteriormente.

“Soledad Acosta de Samper fue profundamente católica y su visión de la mujer estuvo siempre marcada por esta firme convicción religiosa. Se ha dicho que argumentó contra la obligación de casarse, pero esta afirmación se debe a un error lingüistico: ella argumentó fuertemente contra una sociedad en la cual las mujeres debían casarse por obligación impuesta por otros (el padre, la familia), pero al mismo tiempo sostuvo que "La única misión de la mujer es la de mujer casada" (La mujer en la sociedad moderna) y destacó la resignación como valor cristiano: "La vida de la mujer es un sufrimiento diario; pero éste se compensa en la niñez con el candor que hace olvidar; en la adolescencia, con la poesía que todo lo embellece; en la juventud, con el amor que consuela; en la vejez con la resignación" (Ibid.), matizando, al mismo tiempo, que "sucede que la naturaleza invierte sus leyes, y se ven niñas que comprenden, adolescentes que aman, jóvenes que vegetan y ancianas que sueñan" (Ibid.). Algunos autores y críticos la acusado de inconsecuente, por estas y otras frases, al parecer contradictorias; sin embargo, Soledad Acosta nos presenta, a lo largo de toda su obra, una concepción muy coherente sobre la vida de la mujer y su lugar en la familia, que puede caracterizarse como la doctrina de un catolicismo moderno, liberado de las tradiciones patriarcales pero sometido a las normas sacramentales del matrimonio y la moral cristianas. Es, a mi juicio, una doctrina que refleja muy bien las relaciones familiares que ella vivió durante su infancia. Su relación matrimonial con José María Samper significó una reafirmación de esas ideas: desde la época del noviazgo tuvo esta pareja la costumbre de inventar juegos literarios en los que ella y él competían en destreza de improvisación y composición, de igual a igual. José María Samper reconoció en más de una ocasión que algunos de sus textos deberían reconocerse como de responsabilidad compartida con su esposa y la misma confesión hizo alguna vez el notable publicista Manuel Ancízar refiriéndose a su propia esposa, Agripinia, quien era, vale la pena recordarlo, hermana de Soledad. Entre la enorme bibliografía sobre esta notable mujer, sobresale el estudio de Santiago Samper Trainer, el más exhaustivo de cuantos se han escrito sobre el tema [SAMPER TRAINER, 1995].

Agripina Montes del Valle. Nació en Salamina (Caldas) en 1844 y murió en Bogotá en 1915. En su familia hay varios literatos, políticos y periodistas. Se casó con el periodista y poeta Miguel del Valle. Fue educadora: en Manizales fundó el Colegio de la Concepción, en Bogotá ejerció el profesorado y en el Magdalena fue directora de la Escuela Normal en 1877. Se distinguió como poeta, superando su producción en calidad y cantidad a muchos de sus contemporáneos. En 1872 ganó una medalla de honor en un concurso literario, en Santiago de Chile, por su poema "A la América del Sur". En 1883 publicó en Bogotá un libro de poemas, prologado por el gran Rafael Pombo. Su obra poética, de estilo que anticipa el modernismo, es de tono grandioso y declamatorio. El poema "Al Salto del Tequendama" fue muy difundido en todo el mundo hispanohablante y ha sido considerado como su mejor producción.

Mercedes Flórez. Nació en 1859. No dispongo datos sobre su muerte. Es la única escritora colombina del siglo XIX de origen humilde. Se casó por amor, contra la voluntad de sus padres, con un hombre tan pobre como ella, Leonidas Flórez, quien también se dedicó a la poesía, aunque con menor suerte que su esposa. El matrimonio logró ascenso social por medio de las letras, en una sociedad rígidamente clasista en la que solamente la violencia –a través de las guerras civiles– ofrecía la posibilidad de ascender en la escala social. Ninguno de los dos hizo poesía social, casi inexistente por aquel entonces, si exceptuamos a los "comunistas" de El Alacrán (1859) Joaquín Pablo Posada y Germán Gutiérrez de Piñeres. Mercedes escribió, en cambio, bellísimas poesías de amor dedicadas a su marido, la más notable de las cuales se titula "En la agonía" y es un angustioso ruego por la salud de su esposo aquejado de una gravísima enfermedad [VALERA, 1952:3 de septiembre de 1888, pp. 213-215].

Es imposible, en el breve espacio de este trabajo, detenerse en todas las escritoras de esta época. Un excelente resumen, aunque no completo, puede obtenerse leyendo el trabajo de Jana Marie DeJong sobre el tema [DEJONG, 1995].

Ahora bien, la Federación se agotó en las luchas regionales y la fragmentación política. El poderoso movimiento de la Regeneración (1881-1900) impulsado por el poeta y político Rafael Núñez, restauró el centralismo, dio al país una nueva constitución, fortaleció el poder presidencial y reorganizó la administración pública. Núñez había iniciado su vida política como un liberal radical pero terminó convirtiéndose en un político reaccionario y autoritario. Pese a ello, ya para entonces había logrado formarse una intelectualidad de carácter nacional. Las escritoras y poetas que habían surgido al amparo del florecimiento regional ya no eran exponentes de una literatura de provincia. Tanto por sus estilos, sus temáticas y su actividad en los campos de la educación y de las letras, ellas eran ahora miembros plenos de una élite culta que representaba a toda la nación. No fue casualidad que una mujer, Soledad Acosta de Samper, fuera la representante oficial de Colombia en conferencias y congresos internacionales. En los casi ochenta años transcurridos desde los tiempos sombríos de la Reconquista, en los inicios del siglo, hasta el fin de la Regeneración, las mujeres intelectuales del país habían logrado inmensos avances y aportado con muy valiosas creaciones a la cultura nacional. Probablemente por eso lograron ellas resistir los años terribles que vendrían. La guerra civil de los Mil Días (1899-1902) fue otra de las hecatombes montruosas en que la sociedad colombiana se hunde, con trágica frecuencia, desde la fundación de la república. El nuevo siglo se abrió con un baño de sangre y Colombia perdió el territorio de Panamá, por su propia mezquindad y estupidez y por la inteligente rapacidad de la potencia norteamericana. Soledad Acosta de Samper se habría de distinguir durante aquellos días luctuosos, movilizando a la opinión pública en defensa de la paz y de la soberanía nacional. Esta es, probablemente, la mejor manera de recordar hoy a esta mujer admirable, cuando Colombia –otra vez– vive una orgía de sangre y de violencia y cuando la gran potencia del Norte se apresta a sacar ventajas de esta guerra feroz.



Conclusión

Las escritoras y periodistas colombianas del siglo XIX surgieron y actuaron todas, con una sola excepción, en una clase social (el grupo criollo de las capas medias y medias-altas) y, dentro de ella, en la élite ilustrada e intelectual. Pertenecieron a familias de poetas, escritores, políticos y literatos. Establecieron extensos grupos familiares de gentes de letras y publicistas, ligados entre sí por matrimonios entrecruzados. A partir de la segunda mitad del siglo XIX participaron intensamente en la vida política del país y llegaron a ser protagonistas de importantes sucesos políticos y activas intelectuales de los grupos radicales que detentaron del poder en algunas regiones colombianas durante el período de la Federación. No desarrollaron una lucha feminista en el moderno sentido de la palabra, pero contribuyeron decisivamente a despertar la conciencia sobre la condición de la mujer. Pese al ejemplo existencial de Manuela Sáenz, no cuestionaron la inviolabilidad del matrimonio católico, pero fueron el más importante factor en la difusión de ideas modernas sobre las relaciones entre hombre y mujer y entre padres e hijos. Todas ellas fueron propagandistas y activistas en favor de la tolerancia política, la paz y la convivencia, y dignas representantes de la cultura y la soberanía nacional”.

Homenaje a María Teresa Uribe


Retomo la última parte del escrito de Carlos Vidales, citado anteriormente.

“Soledad Acosta de Samper fue profundamente católica y su visión de la mujer estuvo siempre marcada por esta firme convicción religiosa. Se ha dicho que argumentó contra la obligación de casarse, pero esta afirmación se debe a un error lingüistico: ella argumentó fuertemente contra una sociedad en la cual las mujeres debían casarse por obligación impuesta por otros (el padre, la familia), pero al mismo tiempo sostuvo que "La única misión de la mujer es la de mujer casada" (La mujer en la sociedad moderna) y destacó la resignación como valor cristiano: "La vida de la mujer es un sufrimiento diario; pero éste se compensa en la niñez con el candor que hace olvidar; en la adolescencia, con la poesía que todo lo embellece; en la juventud, con el amor que consuela; en la vejez con la resignación" (Ibid.), matizando, al mismo tiempo, que "sucede que la naturaleza invierte sus leyes, y se ven niñas que comprenden, adolescentes que aman, jóvenes que vegetan y ancianas que sueñan" (Ibid.). Algunos autores y críticos la acusado de inconsecuente, por estas y otras frases, al parecer contradictorias; sin embargo, Soledad Acosta nos presenta, a lo largo de toda su obra, una concepción muy coherente sobre la vida de la mujer y su lugar en la familia, que puede caracterizarse como la doctrina de un catolicismo moderno, liberado de las tradiciones patriarcales pero sometido a las normas sacramentales del matrimonio y la moral cristianas. Es, a mi juicio, una doctrina que refleja muy bien las relaciones familiares que ella vivió durante su infancia. Su relación matrimonial con José María Samper significó una reafirmación de esas ideas: desde la época del noviazgo tuvo esta pareja la costumbre de inventar juegos literarios en los que ella y él competían en destreza de improvisación y composición, de igual a igual. José María Samper reconoció en más de una ocasión que algunos de sus textos deberían reconocerse como de responsabilidad compartida con su esposa y la misma confesión hizo alguna vez el notable publicista Manuel Ancízar refiriéndose a su propia esposa, Agripinia, quien era, vale la pena recordarlo, hermana de Soledad. Entre la enorme bibliografía sobre esta notable mujer, sobresale el estudio de Santiago Samper Trainer, el más exhaustivo de cuantos se han escrito sobre el tema [SAMPER TRAINER, 1995].

Agripina Montes del Valle. Nació en Salamina (Caldas) en 1844 y murió en Bogotá en 1915. En su familia hay varios literatos, políticos y periodistas. Se casó con el periodista y poeta Miguel del Valle. Fue educadora: en Manizales fundó el Colegio de la Concepción, en Bogotá ejerció el profesorado y en el Magdalena fue directora de la Escuela Normal en 1877. Se distinguió como poeta, superando su producción en calidad y cantidad a muchos de sus contemporáneos. En 1872 ganó una medalla de honor en un concurso literario, en Santiago de Chile, por su poema "A la América del Sur". En 1883 publicó en Bogotá un libro de poemas, prologado por el gran Rafael Pombo. Su obra poética, de estilo que anticipa el modernismo, es de tono grandioso y declamatorio. El poema "Al Salto del Tequendama" fue muy difundido en todo el mundo hispanohablante y ha sido considerado como su mejor producción.

Mercedes Flórez. Nació en 1859. No dispongo datos sobre su muerte. Es la única escritora colombina del siglo XIX de origen humilde. Se casó por amor, contra la voluntad de sus padres, con un hombre tan pobre como ella, Leonidas Flórez, quien también se dedicó a la poesía, aunque con menor suerte que su esposa. El matrimonio logró ascenso social por medio de las letras, en una sociedad rígidamente clasista en la que solamente la violencia –a través de las guerras civiles– ofrecía la posibilidad de ascender en la escala social. Ninguno de los dos hizo poesía social, casi inexistente por aquel entonces, si exceptuamos a los "comunistas" de El Alacrán (1859) Joaquín Pablo Posada y Germán Gutiérrez de Piñeres. Mercedes escribió, en cambio, bellísimas poesías de amor dedicadas a su marido, la más notable de las cuales se titula "En la agonía" y es un angustioso ruego por la salud de su esposo aquejado de una gravísima enfermedad [VALERA, 1952:3 de septiembre de 1888, pp. 213-215].

Es imposible, en el breve espacio de este trabajo, detenerse en todas las escritoras de esta época. Un excelente resumen, aunque no completo, puede obtenerse leyendo el trabajo de Jana Marie DeJong sobre el tema [DEJONG, 1995].

Ahora bien, la Federación se agotó en las luchas regionales y la fragmentación política. El poderoso movimiento de la Regeneración (1881-1900) impulsado por el poeta y político Rafael Núñez, restauró el centralismo, dio al país una nueva constitución, fortaleció el poder presidencial y reorganizó la administración pública. Núñez había iniciado su vida política como un liberal radical pero terminó convirtiéndose en un político reaccionario y autoritario. Pese a ello, ya para entonces había logrado formarse una intelectualidad de carácter nacional. Las escritoras y poetas que habían surgido al amparo del florecimiento regional ya no eran exponentes de una literatura de provincia. Tanto por sus estilos, sus temáticas y su actividad en los campos de la educación y de las letras, ellas eran ahora miembros plenos de una élite culta que representaba a toda la nación. No fue casualidad que una mujer, Soledad Acosta de Samper, fuera la representante oficial de Colombia en conferencias y congresos internacionales. En los casi ochenta años transcurridos desde los tiempos sombríos de la Reconquista, en los inicios del siglo, hasta el fin de la Regeneración, las mujeres intelectuales del país habían logrado inmensos avances y aportado con muy valiosas creaciones a la cultura nacional. Probablemente por eso lograron ellas resistir los años terribles que vendrían. La guerra civil de los Mil Días (1899-1902) fue otra de las hecatombes montruosas en que la sociedad colombiana se hunde, con trágica frecuencia, desde la fundación de la república. El nuevo siglo se abrió con un baño de sangre y Colombia perdió el territorio de Panamá, por su propia mezquindad y estupidez y por la inteligente rapacidad de la potencia norteamericana. Soledad Acosta de Samper se habría de distinguir durante aquellos días luctuosos, movilizando a la opinión pública en defensa de la paz y de la soberanía nacional. Esta es, probablemente, la mejor manera de recordar hoy a esta mujer admirable, cuando Colombia –otra vez– vive una orgía de sangre y de violencia y cuando la gran potencia del Norte se apresta a sacar ventajas de esta guerra feroz.



Conclusión

Las escritoras y periodistas colombianas del siglo XIX surgieron y actuaron todas, con una sola excepción, en una clase social (el grupo criollo de las capas medias y medias-altas) y, dentro de ella, en la élite ilustrada e intelectual. Pertenecieron a familias de poetas, escritores, políticos y literatos. Establecieron extensos grupos familiares de gentes de letras y publicistas, ligados entre sí por matrimonios entrecruzados. A partir de la segunda mitad del siglo XIX participaron intensamente en la vida política del país y llegaron a ser protagonistas de importantes sucesos políticos y activas intelectuales de los grupos radicales que detentaron del poder en algunas regiones colombianas durante el período de la Federación. No desarrollaron una lucha feminista en el moderno sentido de la palabra, pero contribuyeron decisivamente a despertar la conciencia sobre la condición de la mujer. Pese al ejemplo existencial de Manuela Sáenz, no cuestionaron la inviolabilidad del matrimonio católico, pero fueron el más importante factor en la difusión de ideas modernas sobre las relaciones entre hombre y mujer y entre padres e hijos. Todas ellas fueron propagandistas y activistas en favor de la tolerancia política, la paz y la convivencia, y dignas representantes de la cultura y la soberanía nacional”.

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