Presencia femenina en las letras colombianas del siglo XIX

PIEDRA DE TOQUE

Ricardo Cuéllar Valencia

  · lunes 28 de enero de 2019

Policarpa Salvatierra. / Foto: cortesía

(Tercera parte)

Homenaje María Teresa Uribe

He encontrado en mis archivos electrónicos un texto de Carlos Vidales, hijo del poeta Luis Vidales, exiliado en Estocolmo. El 2002 presentó "Escritoras y periodistas colombianas en el siglo XIX", II Coloquio Internacional -Literatura escrita por mujeres en el ámbito hispánico y portugués, Estocolmo, 11-13 abril, Departamento de Español, Portugués y Estudios Latinoamericanos, Universidad de Estocolmo, en colaboración con la Institución de Lenguas Románicas, Universidad de Lund. Tomo un fragmento de su escrito.


De la Independencia a la formación de los partidos históricos (1810-1860)

“El proceso de la independencia y de la formación de las nuevas naciones hispanoamericanas fue largo y complejo. Las grandes rebeliones populares de 1780-83 y las conspiraciones criollas que inquietaron la vida colonial durante las dos últimas décadas del siglo XVIII contribuyeron fuertemente al surgimiento de grupos intelectuales que cuestionaban todo el sistema de dominación español. La sociedad en su conjunto era, y continuó siendo durante mucho tiempo, patriarcal y católica. Pero en su interior crecían grupos y sectores ideológicamente opuestos a los valores tradicionales. Tales grupos fueron inicialmente pequeños y necesariamente secretos. La documentación que se conserva sobre su existencia y formas de vida consiste principalmente en los papeles relacionados con los procesos a que fueron sometidos los conspiradores y rebeldes, y en la correspondencia familiar de los presos, perseguidos y desterrados. Es allí donde encontramos las primeras piezas de una literatura femenina auténticamente nacional, pues con frecuencia las esposas, novias, hermanas, primas y sobrinas informaban en ellas a sus parientes masculinos sobre el estado político de su provincia o región, sobre el estado de ánimo de la población y sobre las medidas represivas tomadas por el régimen contra las nuevas ideas. Se conservan también las peticiones jurídicas o representaciones hechas por las esposas o hermanas de los rebeldes presos, pidiendo el perdón para sus maridos o hermanos o solicitando una reducción de los castigos. Son con frecuencia documentos largos, escritos con mucho detalle y cuidado. Por ellos podemos constatar que esas mujeres pertenecían a un grupo social minoritario, constituido esencialmente por criollos (blancos descendientes de españoles, nacidos en el país) sin títulos de nobleza y pertenecientes al estado medio, es decir, al estrato social de los comerciantes, letrados, profesionales, secretarios y empleados de la burocracia colonial. De este grupo social salieron las ideas más radicales y los proyectos ideológicos más avanzados de la independencia. Y este fue también el grupo más castigado durante las terribles guerras libradas entre 1810 y 1820. La mayor parte de sus hombres notables, y no pocas de sus mujeres, fueron sacrificados y sacrficadas en las carnicerías de la Reconquista (1814-1816) y en los combates que siguieron hasta la consolidación de la independencia nacional. Muchas mujeres de este estrato social quedaron viudas durante este sangriento período y debieron hacerse cargo de los negocios de la familia y del cuidado de los hijos. Las leyes y decretos de pensiones vitalicias dictadas por la república en favor de estas mujeres fueron un factor determinante para su supervivencia, en muchos casos, y para asegurarles una situación económica que les permitía una participación más abierta y menos condicionada en la sociedad de su tiempo. Concluida la independencia y establecida la Gran Colombia (1820-1830), los nuevos detentadores del poder intentaron transformar la sociedad y pusieron especial atención a la reducción, o incluso la abolición, de los seculares privilegios de la Iglesia Católica. En el territorio de lo que después sería la República de Colombia, el vicepresidente Santander, liberal y masón, se rodeó de los grupos más radicales del liberalismo ilustrado y propició importantes reformas de la educación, el acceso a la cultura para la mujer, la publicación de periódicos y la difusión de las ideas democráticas y anticlericales. Por desgracia, esto no condujo a una sociedad de tolerancia sino más bien a una nueva forma de intolerancia: los grupos más activos del liberalismo radical eran agresivamente intolerantes frente al conservatismo católico y los efectos se hicieron sentir pronto. La ley sobre libertad de imprenta, promulgada en 1821, establecía esa fórmula ambigua y amenazante que se ha convertido en una expresión clásica de la sociedad colombiana: "prensa libre pero responsable" [POSADA, 1925:7]. Aunque las autoridades hicieron poco uso legal de esta fórmula para perseguir a periodistas o clausurar periódicos, sí se produjeron en cambio numerosos ataques violentos por parte de grupos adictos al régimen, contra publicaciones católicas o conservadoras. No hay espacio aquí para discutir los terribles efectos históricos que estos primeros grupos paramilitares y parapoliciales han producido en la sociedad colombiana; en cambio, es necesario preguntarse si la intolerancia anticatólica de los líderes liberales puede haber provocado una reacción de rechazo en el seno de sus propias familias. Es un hecho comprobable, en efecto, que las mujeres nacidas en las familias masónicas más radicales de ese período fueron, sin excepción, católicas y firmes defensoras del sacramento matrimonial. Este es el caso de nuestras escritoras y periodistas. La muy repetida explicación de que "la mujer es más conservadora que el hombre" me ha parecido siempre muy superficial. En el catolicismo de las escritoras y periodistas colombianas del siglo XIX, muchas de ellas hijas de próceres anticatólicos, me parece ver una reacción humanista contra la intolerancia antirreligiosa y una manera de ejercer la libertad de conciencia que esos próceres predicaban, aunque no siempre respetaban. Al producirse la caída en desgracia del vicepresidente Santander (1828) y la dictadura del Libertador Simón Bolívar, son anuladas las reformas educativas, restituidos los privilegios de la Iglesia Católica y reafirmada la autoridad patriarcal en el seno de la familia y de la sociedad. El Libertador, en este momento oscuro y trágico de su existencia, recurre a los pronunciamientos de padres de familia para sostener su autoridad dictatorial, anulando de esta manera la todavía débil opinión pública, que apenas daba sus primeros pasos con sus asambleas populares, sus grupos políticos y sus publicaciones periódicas. Un patriarcalismo doctrinario y militarista se impone como fórmula sustitutiva de las consultas populares. La muerte de Bolívar (1830) abrirá en cambio el camino a una fanática reacción antibolivariana con injustas persecuciones y odiosos ajustes de cuentas. Este es el período de los Caudillos y sus guerras civiles (1831-1845), durante el cual el país se va a sumir en la violencia y los enfrentamientos regionales, y durante el cual la condición de literato, político y señor de la guerra estará encarnada en una sola persona, el jefe del poder provincial o local. Surgirá una multitud de periódicos en cada una de las regiones en conflicto, pero serán publicaciones puestas al servicio de las guerras civiles. En tales condiciones habrá poco espacio político para la expresión de literatura femenina y periodismo de mujeres. Las escritoras formadas y crecidas en aquella época se van a expresar entonces en la poesía mística o en narraciones costumbristas, principalmente. La mayoría de esas escritoras van a publicar sus producciones en los períodos subsiguientes. Entre 1845 y 1860 la nación colombiana vive el período de la formación de los partidos históricos. Por primera vez comienzan a ser publicados poemas, relatos y otros escritos producidos por mujeres. La fundación de la Sociedad Literaria (1845), creada por un grupo de jóvenes estudiantes de Derecho, será el punto de partida de una gran cantidad de clubes, asociaciones y sociedades culturales en los cuales comienzan a participar las mujeres, apoyadas y estimuladas por los grupos liberales más avanzados. La sociedad presentaba entonces un cuadro contradictorio: en todas las clases sociales imperaba todavía un tradicionalismo patriarcal y se consideraba que la mujer no debía tener otro oficio que las labores del hogar pero, al mismo tiempo, una minoría intelectual ilustrada, muy ruidosa y muy entusiasta, difundía en innumerables publicaciones las más atrevidas ideas y daba espacio en sus páginas a las mujeres escritoras. Un visitante extranjero que hubiese querido conocer a Colombia por aquellos años y solamente se hubiera guiado por la lectura de la prensa, habría pensado seguramente que se encontraba en el país más avanzado del mundo. La realidad social, sin embargo, era muy diferente. De esos decenios turbulentos podemos mencionar algunas mujeres representativas, entendiéndose que no mencionamos a muchas otras, en parte por falta de espacio y en parte por falta de documentación”. (Continuará).