/ viernes 31 de mayo de 2019

Cambió la pobreza por la prostitución

Tenía 15 años de edad cuando un hombre le pagó por sexo; era una cifra tentadora para despreciarla

“Nunca pensé hacerlo un día, mucho menos vivir de esto, pero hoy en día me ha servido para comer, vestir y disfrutar de la vida, como tanta gente lo hace en otras condiciones”, cuenta Alfredo, de 28 años de edad, cuyo medio de vida es el uso de su cuerpo para fines sexuales.

Él es el menor de una familia de escasos recursos económicos, integrada por tres hermanos y dos hermanas, a quien le tocó vivir situaciones difíciles derivadas de la pobreza.

“Mis hermanos ‘volaron’. Yo me quedé en casa. Era pequeño, comparado con ellos”.

Hijo de un padre recolector de chatarras, y de una madre dedicada a lavar ropa ajena, Alfredo comenzó a preocuparse todos los días de las carencias de su hogar, ya que el dinero no alcanzaba en su casa para alimentar a sus parientes.

“Mi papá salía desde la mañanita con su triciclo para recolectar por las calles fierro, cobre y lata, todos los días regresaba tarde a casa, donde lo esperábamos para comprar comida. Recuerdo que en ese tiempo era muy difícil comer bien, mi madre siempre estaba tocando puertas de casa en casa para ofrecer sus servicios como lavandera o para hacer aseo, aunque no siempre tenía éxito.

“Todas estas cosas siempre nos ponían mal a mis hermanos y a mí (…) pasábamos hambre”.



Narra que siempre se la pasaba enojado, observaba a otras gentes en las calles que comían lo que quisieran, lo que le provocaba más hambre y una frustración que llegó a su ser desde la infancia.

“Yo no tuve estudios más allá de la primaria, era muy difícil poder mantener la escuela y pagar los gastos, por eso mis hermanos y yo trabajamos desde muy pequeños, en lo que cayera: de cargador en el mercado o en la Central de Abastos, a veces pidiendo efectivo en las vías, lo que es bien complicado porque muchas personas no creen que realmente tengas necesidad o creen que tus papás te están explotando o porque quieren evitar que te vuelvas drogadicto, pero cuando eres pobre lo único que quieres es comer.

“La manera más fácil de tener recursos para comida es robar, y no te hablo de robar bancos, tomar una pistola o matar a alguien, yo simplemente tuve que correr por los pasillos del mercado y tomar unas frutas, carne o cualquier cosa que pudiera llevar a casa. Yo robaba por hambre, no por riquezas”.

Aunque la delincuencia ha sido la manera de obtener capital para miles de jóvenes sin estudios, sin educación y sin las facilidades que otras personas tienen, no fue ésta la vida que ayudó a Alfredo a salir adelante.

“Tenía 15 años cuando estaba sentado en el Parque Central, en una jardinera. En ese momento llegó un señor de unos 40 años, tal vez, de cabeza medio calva, bien vestido, zapatos lustrados. Logré ver en la bolsa de su camisa una pluma de esas caras. Pasando unos minutos comenzó a hacerme plática referente a si esperaba a mi novia y temas sin importancia. De un momento a otro me preguntó si me gustaría ganar una buena cantidad de dinero. 300 pesos en una hora. Dije que sí”.



Alfredo no se detuvo a pensar realmente cuál era el tipo de tarea que le habían ofrecido, lo único que imaginaba es lo que podría comprar con el dinero que ganaría en ese momento.

“Me llevó hasta un cuarto, cerca del centro. Nos metimos y me dijo que lo único que tenía que hacer era penetrarlo. En ese momento me dio miedo porque nunca había tenido relaciones ni con una mujer; sin embargo, me ponía a pensar en los 300 pesos. Tuve mucho asco, pero lo hice.

“Fue una experiencia muy fea, no sabía qué hacer, ni siquiera es algo que me agradaría detallar, porque imagínate, estamos hablando de un hombre haciendo sonidos extraños de placer con el simple hecho de pasar mi mano en su piel, y ni qué decir en el momento de la relación”.

“Me costó mucho hacerlo, no obstante, ya estaba ahí. Pensaba que si me echaba para atrás no me daría ni un solo peso”.

Alfredo narró que en ese momento tuvo su primer contacto sexual relacionado con el dinero. A partir de ese día, cada semana se sentaba en el Parque Central hasta que se dio cuenta que ese hombre no era el único que pagaba por sexo, por lo que vio una oportunidad para salir de la miseria en la que sentía que vivía.

“Nunca pensé hacerlo un día, mucho menos vivir de esto, pero hoy en día me ha servido para comer, vestir y disfrutar de la vida, como tanta gente lo hace en otras condiciones”, cuenta Alfredo, de 28 años de edad, cuyo medio de vida es el uso de su cuerpo para fines sexuales.

Él es el menor de una familia de escasos recursos económicos, integrada por tres hermanos y dos hermanas, a quien le tocó vivir situaciones difíciles derivadas de la pobreza.

“Mis hermanos ‘volaron’. Yo me quedé en casa. Era pequeño, comparado con ellos”.

Hijo de un padre recolector de chatarras, y de una madre dedicada a lavar ropa ajena, Alfredo comenzó a preocuparse todos los días de las carencias de su hogar, ya que el dinero no alcanzaba en su casa para alimentar a sus parientes.

“Mi papá salía desde la mañanita con su triciclo para recolectar por las calles fierro, cobre y lata, todos los días regresaba tarde a casa, donde lo esperábamos para comprar comida. Recuerdo que en ese tiempo era muy difícil comer bien, mi madre siempre estaba tocando puertas de casa en casa para ofrecer sus servicios como lavandera o para hacer aseo, aunque no siempre tenía éxito.

“Todas estas cosas siempre nos ponían mal a mis hermanos y a mí (…) pasábamos hambre”.



Narra que siempre se la pasaba enojado, observaba a otras gentes en las calles que comían lo que quisieran, lo que le provocaba más hambre y una frustración que llegó a su ser desde la infancia.

“Yo no tuve estudios más allá de la primaria, era muy difícil poder mantener la escuela y pagar los gastos, por eso mis hermanos y yo trabajamos desde muy pequeños, en lo que cayera: de cargador en el mercado o en la Central de Abastos, a veces pidiendo efectivo en las vías, lo que es bien complicado porque muchas personas no creen que realmente tengas necesidad o creen que tus papás te están explotando o porque quieren evitar que te vuelvas drogadicto, pero cuando eres pobre lo único que quieres es comer.

“La manera más fácil de tener recursos para comida es robar, y no te hablo de robar bancos, tomar una pistola o matar a alguien, yo simplemente tuve que correr por los pasillos del mercado y tomar unas frutas, carne o cualquier cosa que pudiera llevar a casa. Yo robaba por hambre, no por riquezas”.

Aunque la delincuencia ha sido la manera de obtener capital para miles de jóvenes sin estudios, sin educación y sin las facilidades que otras personas tienen, no fue ésta la vida que ayudó a Alfredo a salir adelante.

“Tenía 15 años cuando estaba sentado en el Parque Central, en una jardinera. En ese momento llegó un señor de unos 40 años, tal vez, de cabeza medio calva, bien vestido, zapatos lustrados. Logré ver en la bolsa de su camisa una pluma de esas caras. Pasando unos minutos comenzó a hacerme plática referente a si esperaba a mi novia y temas sin importancia. De un momento a otro me preguntó si me gustaría ganar una buena cantidad de dinero. 300 pesos en una hora. Dije que sí”.



Alfredo no se detuvo a pensar realmente cuál era el tipo de tarea que le habían ofrecido, lo único que imaginaba es lo que podría comprar con el dinero que ganaría en ese momento.

“Me llevó hasta un cuarto, cerca del centro. Nos metimos y me dijo que lo único que tenía que hacer era penetrarlo. En ese momento me dio miedo porque nunca había tenido relaciones ni con una mujer; sin embargo, me ponía a pensar en los 300 pesos. Tuve mucho asco, pero lo hice.

“Fue una experiencia muy fea, no sabía qué hacer, ni siquiera es algo que me agradaría detallar, porque imagínate, estamos hablando de un hombre haciendo sonidos extraños de placer con el simple hecho de pasar mi mano en su piel, y ni qué decir en el momento de la relación”.

“Me costó mucho hacerlo, no obstante, ya estaba ahí. Pensaba que si me echaba para atrás no me daría ni un solo peso”.

Alfredo narró que en ese momento tuvo su primer contacto sexual relacionado con el dinero. A partir de ese día, cada semana se sentaba en el Parque Central hasta que se dio cuenta que ese hombre no era el único que pagaba por sexo, por lo que vio una oportunidad para salir de la miseria en la que sentía que vivía.

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