/ martes 9 de julio de 2019

Dar es corresponder

EL JAGUAR

Hace muchos años René Avilés Fabila me confesó: "me criticaban por dar los reconocimientos que daba mi fundación que decidí decir que yo premiaba a mis amigos y los ataques cesaron. Sobre todo que el dinero salía de mi trabajo como académico en la Universidad Autónoma Metropolita". Eso mismo digo yo, el Pakal de Oro ha salido de mi salario como maestro de diversas instituciones; de lo que he recibido como periodista, en fin y del apoyo de los amigos y parientes... No es un negocio porque el Pakal no se vende. Es producto de mi trabajo. Ya el próximo año se cumple 10 Años de entregar el Pakal. En realidad son 20 años porque desde que imaginé la fundación y conseguir los permisos de Secretaría de Relaciones Exteriores, Educación Pública por la Derechos de Autor, el INPI (Instituto Nacional de la Propiedad Industrial) por derecho de marca. La Notaría número 20 de Comitán, del famoso notario el Dr. Gerardo Pensamiento... Que el sellado, que la firma, una y otra vez. ¡Qué horror¡ Si fuera fácil todo el mundo tendría su fundación. Don Alejandro Torruco hasta se murió por la angustia que le provocaba la entrega de sus premios: La Choca de Oro para mujeres y La Cabeza Olmeca para hombres. No tenía para el vino y los bocadillos, eso lo mató. Le vino un ataque fulminante al corazón y se le murió el ochenta por ciento del corazón. Yo lo fui a ver a Cardiología, en Tlalpan. Duró tres semanas en terapia intensiva, sedado. Y al final se le cansó el corazón y murió. Sobra decir que estos premios tienen sus detractores y enemigos. En la vida hay gente buena y gente mala por fortuna los buenos son mayoría. A título de colofón digo -ahora que se venden los Doctorados Honoris Causa hasta en 50 mil pesos- que si el Pakal se vendiera costaría de 20 a 40 mil pesos. Esperemos que el Pakal se siga dando de manera gratuita y generosa.


Según supe los (premios) Bravos de Silvia Pinal cuestan 50 mil pesos. Me ofrecieron el Arlequín de Plata. Me dijeron por teléfono, "son treinta mil pesos". Tengo nueve en el banco. "Lo menos son veinte mil". Les dije que muchas gracias pero no los completaba. Qué tal. Y quién les dice algo, nadie. Están en su derecho de hacer lo que se les dé la gana. Y es válido. Con tanta vendedera no sé si algún día yo también me decida vender al Pakal. Creo me atacarían menos.

Les comento que a propuesta de mi amiga Lourdes Valdés Galán se le dio el Pakal de Oro 2018 al abuelo incómodo de Manuel Velasco Coello. Lulú me lo presentó por teléfono y escuché la voz de un hombre que me habla de tú y que pareciera que me conocía de toda la vida. Me dijo: “Hernán, cuando vengas a Tuxtla ven a verme en la colonia fulana de tal (la mejor de Tuxtla) yo aquí te recibo como te mereces. Qué quieres tomar”, en fin.

Pasó el tiempo y fui a Tapachula donde pesqué el dengue. Me fui poniendo cada vez más mal a tal extremo que en la medicina social me dijeron que si seguía así o empeoraba debería internarme en Neumología, ese instituto que está en Tlalpan, en la zona de hospitales. Yo no quería ir a para a esa institución porque me han dicho que está tan contaminada, que puedes agarrar cualquier bicho letal.

En esa agonía me encontraba cuando entró la llamada de mi amiga Lulú Valdés. Y al escucharme me dijo: “Hernán, estás muy grave. Se te escucha mal. Recuerda que soy hija de médico (el doctor Federico Valdés Hernández, un gran humanista). Ahí mismo me pidió mi número de cuenta y me depositó en un Oxxo una cantidad que me permitió pagar una consulta particular con un especialista y comprar los medicamentos de tercera generación en la prestigiada farmacia San Pablo. Así es como tomando este coctel puede volver al palenque de la vida.

Cuando fui a entregar el Pakal a don Fernando Coello no sabía nada de su vida. Yo salí hace casi cuarenta y cinco años de Chiapas y solo regreso de vacaciones. Nunca olvidaré el gesto de Lulú que me salvó la vida y era una manera de reciprocar. Amén de que el ISEIN sindicato que preside Lulú me pagó el viaje en avión por Aeroméxico. Yo, come decía Juan Rulfo, “acepto todos los viajes, porque no los puedo pagar”. También se me dio el Hotel San Cristóbal, hermoso hotel colonial ubicado en lo que fue la antigua casa de don Diego de Mazariegos y mis alimentos. Sin Lulú fuera yo cadáver.

FOTO:CORTESÍA

Hace muchos años René Avilés Fabila me confesó: "me criticaban por dar los reconocimientos que daba mi fundación que decidí decir que yo premiaba a mis amigos y los ataques cesaron. Sobre todo que el dinero salía de mi trabajo como académico en la Universidad Autónoma Metropolita". Eso mismo digo yo, el Pakal de Oro ha salido de mi salario como maestro de diversas instituciones; de lo que he recibido como periodista, en fin y del apoyo de los amigos y parientes... No es un negocio porque el Pakal no se vende. Es producto de mi trabajo. Ya el próximo año se cumple 10 Años de entregar el Pakal. En realidad son 20 años porque desde que imaginé la fundación y conseguir los permisos de Secretaría de Relaciones Exteriores, Educación Pública por la Derechos de Autor, el INPI (Instituto Nacional de la Propiedad Industrial) por derecho de marca. La Notaría número 20 de Comitán, del famoso notario el Dr. Gerardo Pensamiento... Que el sellado, que la firma, una y otra vez. ¡Qué horror¡ Si fuera fácil todo el mundo tendría su fundación. Don Alejandro Torruco hasta se murió por la angustia que le provocaba la entrega de sus premios: La Choca de Oro para mujeres y La Cabeza Olmeca para hombres. No tenía para el vino y los bocadillos, eso lo mató. Le vino un ataque fulminante al corazón y se le murió el ochenta por ciento del corazón. Yo lo fui a ver a Cardiología, en Tlalpan. Duró tres semanas en terapia intensiva, sedado. Y al final se le cansó el corazón y murió. Sobra decir que estos premios tienen sus detractores y enemigos. En la vida hay gente buena y gente mala por fortuna los buenos son mayoría. A título de colofón digo -ahora que se venden los Doctorados Honoris Causa hasta en 50 mil pesos- que si el Pakal se vendiera costaría de 20 a 40 mil pesos. Esperemos que el Pakal se siga dando de manera gratuita y generosa.


Según supe los (premios) Bravos de Silvia Pinal cuestan 50 mil pesos. Me ofrecieron el Arlequín de Plata. Me dijeron por teléfono, "son treinta mil pesos". Tengo nueve en el banco. "Lo menos son veinte mil". Les dije que muchas gracias pero no los completaba. Qué tal. Y quién les dice algo, nadie. Están en su derecho de hacer lo que se les dé la gana. Y es válido. Con tanta vendedera no sé si algún día yo también me decida vender al Pakal. Creo me atacarían menos.

Les comento que a propuesta de mi amiga Lourdes Valdés Galán se le dio el Pakal de Oro 2018 al abuelo incómodo de Manuel Velasco Coello. Lulú me lo presentó por teléfono y escuché la voz de un hombre que me habla de tú y que pareciera que me conocía de toda la vida. Me dijo: “Hernán, cuando vengas a Tuxtla ven a verme en la colonia fulana de tal (la mejor de Tuxtla) yo aquí te recibo como te mereces. Qué quieres tomar”, en fin.

Pasó el tiempo y fui a Tapachula donde pesqué el dengue. Me fui poniendo cada vez más mal a tal extremo que en la medicina social me dijeron que si seguía así o empeoraba debería internarme en Neumología, ese instituto que está en Tlalpan, en la zona de hospitales. Yo no quería ir a para a esa institución porque me han dicho que está tan contaminada, que puedes agarrar cualquier bicho letal.

En esa agonía me encontraba cuando entró la llamada de mi amiga Lulú Valdés. Y al escucharme me dijo: “Hernán, estás muy grave. Se te escucha mal. Recuerda que soy hija de médico (el doctor Federico Valdés Hernández, un gran humanista). Ahí mismo me pidió mi número de cuenta y me depositó en un Oxxo una cantidad que me permitió pagar una consulta particular con un especialista y comprar los medicamentos de tercera generación en la prestigiada farmacia San Pablo. Así es como tomando este coctel puede volver al palenque de la vida.

Cuando fui a entregar el Pakal a don Fernando Coello no sabía nada de su vida. Yo salí hace casi cuarenta y cinco años de Chiapas y solo regreso de vacaciones. Nunca olvidaré el gesto de Lulú que me salvó la vida y era una manera de reciprocar. Amén de que el ISEIN sindicato que preside Lulú me pagó el viaje en avión por Aeroméxico. Yo, come decía Juan Rulfo, “acepto todos los viajes, porque no los puedo pagar”. También se me dio el Hotel San Cristóbal, hermoso hotel colonial ubicado en lo que fue la antigua casa de don Diego de Mazariegos y mis alimentos. Sin Lulú fuera yo cadáver.

FOTO:CORTESÍA

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