Desde la cabecera municipal de Villaflores, los peregrinos emprenden su jornada el 8 de diciembre, caminando incansablemente hasta llegar a las primeras luces del martes 12 en el campo de fútbol de Copoya. La llegada se anuncia con el estruendo de cohetes, una expresión de júbilo que resuena en la tranquilidad de la madrugada.
Luis Fernando Robles, un joven estudiante de preparatoria y miembro del grupo de antorchistas de Santa María Goretti de la colonia Las Granjas, comparte su experiencia. Desnudo de calzado, ha recorrido tramos de la vía estatal, atribuyendo sus beneficios a la intersección de la virgen. Para él, cada paso es un testimonio de vida, salud, éxito académico y armonía familiar, reafirmando que vale la pena caminar al lado de la virgen.
Desde Villaflores, la vía estatal se convierte en el escenario de la peregrinación, interrumpiendo el tráfico habitual. Los viajeros que se dirigen a la capital desde esa ciudad optan por rutas alternas, mientras que los peregrinos, provenientes incluso de Suchiapa, convergen en Copoya para iniciar la última etapa de su travesía.
El campo de fútbol de Copoya se transforma en un improvisado refugio para los peregrinos, hombres y mujeres que descansan a lo largo de la carretera, en vehículos estacionados y en las orillas del campo. Algunos preparan alimentos en fogatas, otros reciben donaciones de voluntarios y hay quienes encuentran en esta jornada una oportunidad para comerciar.
La presencia de la policía de tránsito de la capital garantiza el orden en el tráfico, regulando el acceso al poblado desde un kilómetro antes del crucero de la carretera estatal. El ingreso vehicular está limitado, obligando a aquellos que desean bajar a caminar. Mientras tanto, algunos peregrinos avanzan hacia el libramiento sur de Tuxtla Gutiérrez Esquinca con la cuarta calle oriente, marcando la entrada de las peregrinaciones desde las 10 de la mañana.
En un gesto de unidad y fe, aquellos que diariamente viajan a la ciudad se suman a la peregrinación, recorriendo toda la carretera en ausencia de transporte público. Copoya se convierte así en el epicentro de una experiencia espiritual compartida, donde la devoción y la solidaridad se entrelazan en la ruta de fe que culmina en la capital chiapaneca.
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