/ martes 10 de enero de 2023

Joyas Chiapanecas | Lucha de Clases

Además de descubrir la existencia del flujo menstrual, al llegarle la adolescencia, Lety también vivió el divorcio de sus padres y el descenso social y económico que aquella separación significó en su vida.

Acostumbradas a vivir en una anticuada pero confortable residencia en Los Laureles, la chica y su madre tuvieron que cambiarse a una casa de interés social en la colonia 24 de junio, en la que ni siquiera cupieron los muebles que ambas querían conservar.

Los términos en los que fue estipulado el divorcio de los padres de Lety otorgaba en copropiedad aquella vivienda a la madre y a la hija, además de que se les fijaba una modesta pensión que apenas les alcanzaba para comer como pobres, como lo que ahora eran: un par de nuevas pobres.

En Chiapas, cuando un pobre se vuelve rico, la sociedad se doblega ante él, se le rinde y se olvida de los humildes orígenes de cualquiera, lo mismo que de la oscura y repentina aparición de su fortuna.

Por el contrario, cuando algún chiapaneco rico cae en desgracia y no puede seguir guardando las apariencias, además del dinero pierde a sus amigos, a sus parientes y hasta el respeto de los demás.

Por si eso no bastare, antes de ser olvidado por quienes antes lo adoraban, se convierte en materia prima del escarnio de la sociedad para la que, en estas tierras, no hay peor cosa, que no tener dinero.

Con la finalidad de no enfrentar el oprobio de la miseria en una ciudad en la que antes habían sido tan “conocidas”, Lety y su madre pretendieron escapar hacia la Ciudad de México, lo cual no consiguieron, pues carecían de lo principal: una fuente segura y suficiente de ingresos en la capital del país.

Así que de un día para otro, madre e hija salieron de un barrio residencial habitado por políticos en boga y comerciantes al mayoreo, para instalarse en un vecindario de asalariados, con los que no solamente tenían que compartir los muros de su nuevo hogar, sino la cotidianidad de una vida diaria, gris y rutinaria.

La madre de Lety llegó a la 24 de junio diciendo que su estancia en aquel rumbo sería pasajera, que un golpe de suerte la reubicaría en el lugar que como gran dama le correspondía, pero si algo no puede esconderse es la pobreza, y los muebles baratos de su casa, así como las carencias se encargaron de delatar su nueva condición de rica venida a menos.

Lety no pudo continuar estudiando en la universidad privada, pues sus colegiaturas no estaban incluidas en los privilegios que les otorgaba el padre, y antes de intentar el ingreso a una escuela pública, consiguió un empleo de boletera en las oficinas de una agencia de viajes, en el que se le pagaba bien por tener linda sonrisa y tipo de gente decente.

A su corta edad, la niña tuvo que aprender en muy poco tiempo a tiempo a trasladarse en combi o en autobús de un lugar a otro, a hacerse cargo de los pagos de la casa, a tomar conciencia del valor de cada peso y, sobre todo, a tener que cargar con la irresponsable e inútil de su madre, quien al verse derrotada por la adversidad, decidió dedicarse a beber y a escuchar música vieja, para fugarse en sus recuerdos y pretender que su vida no había sido un fracaso, aunque, de hecho, lo era.

La madre de Lety fue muy pronto olvidada por su viejo círculo de amistades, aunque más que olvidada fue proscrita, pues vieja, divorciada y pobre, no le interesaba ni a sus hermanas, quienes más bien sentían vergüenza cuando alguien les recordaba que tenían una pariente cercana que vivía en la 24.

El estilo de quienes pretendían los favores de Lety también cambió por completo. Atrás quedaron los jóvenes millonarios que veían en ella a una potencial esposa bella, de buena familia y con el respaldo de una sólida fortuna. En su lugar, los hombres casados, los compañeros de oficina tan muertos de hambre como ella y los vecinos desempleados, intentaban acercarse a la chica con intereses lúbricos.

Sin embargo, Lety sabía muy bien cómo esquivar los lances amorosos de sus pretendientes. No le interesaban los hombres casados porque sabía que no arribaría a ningún lado con ellos. Solamente conseguiría invitaciones a restaurantes caros y a moteles baratos. Tampoco le interesaban los hombres pobres porque con ellos se le presentaba un futuro con más apuros y necesidades de los que de por sí ya tenía.

Nadie sabe qué fue lo que pasó ni en dónde estuvo el descuido, pero un domingo la puerta de la casa de Lety estaba abierta de par en par. Así permaneció todo el día hasta que, a media tarde, los vecinos decidieron entrar a investigar qué era lo que ocurría en esa vivienda.

Tanto Lety como su madre yacían violadas y sin vida en sus respectivas camas con el cuello rebanado. Los criminales habían robado el collar de perlas de la señora y la medalla de Primera Comunión de Lety.

Para dar sentido a su brutal masacre, los autores del homicidio habían escrito con sangre en una de las paredes: “¡mueran los ricos!”

Además de descubrir la existencia del flujo menstrual, al llegarle la adolescencia, Lety también vivió el divorcio de sus padres y el descenso social y económico que aquella separación significó en su vida.

Acostumbradas a vivir en una anticuada pero confortable residencia en Los Laureles, la chica y su madre tuvieron que cambiarse a una casa de interés social en la colonia 24 de junio, en la que ni siquiera cupieron los muebles que ambas querían conservar.

Los términos en los que fue estipulado el divorcio de los padres de Lety otorgaba en copropiedad aquella vivienda a la madre y a la hija, además de que se les fijaba una modesta pensión que apenas les alcanzaba para comer como pobres, como lo que ahora eran: un par de nuevas pobres.

En Chiapas, cuando un pobre se vuelve rico, la sociedad se doblega ante él, se le rinde y se olvida de los humildes orígenes de cualquiera, lo mismo que de la oscura y repentina aparición de su fortuna.

Por el contrario, cuando algún chiapaneco rico cae en desgracia y no puede seguir guardando las apariencias, además del dinero pierde a sus amigos, a sus parientes y hasta el respeto de los demás.

Por si eso no bastare, antes de ser olvidado por quienes antes lo adoraban, se convierte en materia prima del escarnio de la sociedad para la que, en estas tierras, no hay peor cosa, que no tener dinero.

Con la finalidad de no enfrentar el oprobio de la miseria en una ciudad en la que antes habían sido tan “conocidas”, Lety y su madre pretendieron escapar hacia la Ciudad de México, lo cual no consiguieron, pues carecían de lo principal: una fuente segura y suficiente de ingresos en la capital del país.

Así que de un día para otro, madre e hija salieron de un barrio residencial habitado por políticos en boga y comerciantes al mayoreo, para instalarse en un vecindario de asalariados, con los que no solamente tenían que compartir los muros de su nuevo hogar, sino la cotidianidad de una vida diaria, gris y rutinaria.

La madre de Lety llegó a la 24 de junio diciendo que su estancia en aquel rumbo sería pasajera, que un golpe de suerte la reubicaría en el lugar que como gran dama le correspondía, pero si algo no puede esconderse es la pobreza, y los muebles baratos de su casa, así como las carencias se encargaron de delatar su nueva condición de rica venida a menos.

Lety no pudo continuar estudiando en la universidad privada, pues sus colegiaturas no estaban incluidas en los privilegios que les otorgaba el padre, y antes de intentar el ingreso a una escuela pública, consiguió un empleo de boletera en las oficinas de una agencia de viajes, en el que se le pagaba bien por tener linda sonrisa y tipo de gente decente.

A su corta edad, la niña tuvo que aprender en muy poco tiempo a tiempo a trasladarse en combi o en autobús de un lugar a otro, a hacerse cargo de los pagos de la casa, a tomar conciencia del valor de cada peso y, sobre todo, a tener que cargar con la irresponsable e inútil de su madre, quien al verse derrotada por la adversidad, decidió dedicarse a beber y a escuchar música vieja, para fugarse en sus recuerdos y pretender que su vida no había sido un fracaso, aunque, de hecho, lo era.

La madre de Lety fue muy pronto olvidada por su viejo círculo de amistades, aunque más que olvidada fue proscrita, pues vieja, divorciada y pobre, no le interesaba ni a sus hermanas, quienes más bien sentían vergüenza cuando alguien les recordaba que tenían una pariente cercana que vivía en la 24.

El estilo de quienes pretendían los favores de Lety también cambió por completo. Atrás quedaron los jóvenes millonarios que veían en ella a una potencial esposa bella, de buena familia y con el respaldo de una sólida fortuna. En su lugar, los hombres casados, los compañeros de oficina tan muertos de hambre como ella y los vecinos desempleados, intentaban acercarse a la chica con intereses lúbricos.

Sin embargo, Lety sabía muy bien cómo esquivar los lances amorosos de sus pretendientes. No le interesaban los hombres casados porque sabía que no arribaría a ningún lado con ellos. Solamente conseguiría invitaciones a restaurantes caros y a moteles baratos. Tampoco le interesaban los hombres pobres porque con ellos se le presentaba un futuro con más apuros y necesidades de los que de por sí ya tenía.

Nadie sabe qué fue lo que pasó ni en dónde estuvo el descuido, pero un domingo la puerta de la casa de Lety estaba abierta de par en par. Así permaneció todo el día hasta que, a media tarde, los vecinos decidieron entrar a investigar qué era lo que ocurría en esa vivienda.

Tanto Lety como su madre yacían violadas y sin vida en sus respectivas camas con el cuello rebanado. Los criminales habían robado el collar de perlas de la señora y la medalla de Primera Comunión de Lety.

Para dar sentido a su brutal masacre, los autores del homicidio habían escrito con sangre en una de las paredes: “¡mueran los ricos!”