/ martes 27 de julio de 2021

Joyas Chiapanecas | ¡A Quico lo mató el perico!



Corría el año de 1993, y en los altos círculos sociales de Tuxtla Gutiérrez, había pocos partidos tan apetecibles para las solteras como el joven Federico. Recién titulado como licenciado en derecho. Quico, como le decían sus amigos cercanos, recibió todo el apoyo de su padre, uno de los hombres más poderosos de Chiapas.

El hombre instaló un bufete jurídico especialmente para que su hijo se iniciara como litigante, además de entregarle una jugosa cartera de asuntos y rodearlo de los mejores asesores, quienes, entre sus obligaciones, tenían la de formarlo como abogado.

A los pocos meses de haberse iniciado en el arte de mandar y representar intereses ajenos a cambio de dinero, Quico recibió otra bendición del Cielo: su abuela falleció súbitamente y heredó a su favor el enorme palacete en el que ella vivía, a tan solo unas cuantas calles del despacho, en el corazón de la colonia Moctezuma. El inmueble, de estilo neoclásico francés, estaba amueblado a todo lujo, incluyendo antigüedades y reliquias de familia.

El joven apenas tenía 25 años de edad y su vida estaba prácticamente resuelta, pero el viento de su desgracia empezó a soplar, cuando conoció a Silvia, la asistente y secretaria que su padre contrató para él.

Sin ser una chica de sociedad y tener facciones marcadamente indígenas, Silvia era sumamente sensual, y no tenía ni una semana trabajando en el despacho cuando se le entregó sexualmente a Federico, demostrando que además de ser una buena secretaria, era una suculenta amante.

El muchacho se entusiasmó tanto, que terminó con la novia que su madre le había escogido para casarse, y le pidió a su secretaria que fuera su esposa, lo que ella aceptó sin chistar, pues después de haber nacido y crecido en un barrio de interés social, jamás se imaginó que podría casarse con un hombre tan joven, guapo y rico.

Hacían el amor todos los días, hasta que un día el inocente Quico encontró a su novia haciendo lo mismo con el policía que cuidaba la entrada de su despacho, y que había sido su novio antes de iniciar su relación con el patrón.

Aquel incidente le rompió el corazón, y aprovechando un fin de semana largo, Quico se fue a su casa de San Cristóbal, en donde se dedicó a beber whisky y aspirar cocaína sin parar.

Al llegar el lunes, el joven abogado regresó a Tuxtla dispuesto a terminar su noviazgo con la piruja que lo había enredado, y buscar a una mujer de su categoría. Pensaba poner a la secretaria y al policía de patitas en la calle ese mismo día.

Sin embargo, antes de ir a su despacho, Quico pasó por su casa y bebió varios tragos más y, por supuesto, aspiró varías líneas de coca por cada poro de la nariz. A continuación, se dirigió a su despacho, pero no pudo llegar, pues su auto se estrelló de frente contra un árbol. Cuando llegaron los paramédicos de la Cruz Roja, Federico conservaba un hálito de vida y sendos borbotones de sangre le salían por los orificios de la nariz.

“En el accidente su hijo no recibió ningún golpe de consideración, lo que lo mató fue la enorme cantidad de cocaína que estuvo consumiendo durante varios días”, sentenció el médico legista. El señor trató de ocultar la verdadera causa de la muerte y trató de crear el mito de un infarto precoz, pero hasta el más inocente se enteró de que a “Quico lo mató el perico”.




Corría el año de 1993, y en los altos círculos sociales de Tuxtla Gutiérrez, había pocos partidos tan apetecibles para las solteras como el joven Federico. Recién titulado como licenciado en derecho. Quico, como le decían sus amigos cercanos, recibió todo el apoyo de su padre, uno de los hombres más poderosos de Chiapas.

El hombre instaló un bufete jurídico especialmente para que su hijo se iniciara como litigante, además de entregarle una jugosa cartera de asuntos y rodearlo de los mejores asesores, quienes, entre sus obligaciones, tenían la de formarlo como abogado.

A los pocos meses de haberse iniciado en el arte de mandar y representar intereses ajenos a cambio de dinero, Quico recibió otra bendición del Cielo: su abuela falleció súbitamente y heredó a su favor el enorme palacete en el que ella vivía, a tan solo unas cuantas calles del despacho, en el corazón de la colonia Moctezuma. El inmueble, de estilo neoclásico francés, estaba amueblado a todo lujo, incluyendo antigüedades y reliquias de familia.

El joven apenas tenía 25 años de edad y su vida estaba prácticamente resuelta, pero el viento de su desgracia empezó a soplar, cuando conoció a Silvia, la asistente y secretaria que su padre contrató para él.

Sin ser una chica de sociedad y tener facciones marcadamente indígenas, Silvia era sumamente sensual, y no tenía ni una semana trabajando en el despacho cuando se le entregó sexualmente a Federico, demostrando que además de ser una buena secretaria, era una suculenta amante.

El muchacho se entusiasmó tanto, que terminó con la novia que su madre le había escogido para casarse, y le pidió a su secretaria que fuera su esposa, lo que ella aceptó sin chistar, pues después de haber nacido y crecido en un barrio de interés social, jamás se imaginó que podría casarse con un hombre tan joven, guapo y rico.

Hacían el amor todos los días, hasta que un día el inocente Quico encontró a su novia haciendo lo mismo con el policía que cuidaba la entrada de su despacho, y que había sido su novio antes de iniciar su relación con el patrón.

Aquel incidente le rompió el corazón, y aprovechando un fin de semana largo, Quico se fue a su casa de San Cristóbal, en donde se dedicó a beber whisky y aspirar cocaína sin parar.

Al llegar el lunes, el joven abogado regresó a Tuxtla dispuesto a terminar su noviazgo con la piruja que lo había enredado, y buscar a una mujer de su categoría. Pensaba poner a la secretaria y al policía de patitas en la calle ese mismo día.

Sin embargo, antes de ir a su despacho, Quico pasó por su casa y bebió varios tragos más y, por supuesto, aspiró varías líneas de coca por cada poro de la nariz. A continuación, se dirigió a su despacho, pero no pudo llegar, pues su auto se estrelló de frente contra un árbol. Cuando llegaron los paramédicos de la Cruz Roja, Federico conservaba un hálito de vida y sendos borbotones de sangre le salían por los orificios de la nariz.

“En el accidente su hijo no recibió ningún golpe de consideración, lo que lo mató fue la enorme cantidad de cocaína que estuvo consumiendo durante varios días”, sentenció el médico legista. El señor trató de ocultar la verdadera causa de la muerte y trató de crear el mito de un infarto precoz, pero hasta el más inocente se enteró de que a “Quico lo mató el perico”.