/ martes 8 de febrero de 2022

Joyas Chiapanecas | El ángel de la colonia Moctezuma

Como si no hubieran pasado los años, recuerdo los tiempos en que la colonia Moctezuma de Tuxtla Gutiérrez, era una especie de bosque tropical, llena de especies endémicas y con bellas residencias sembradas en sus calles circulares, que eran un remanso de paz y tranquilidad, en las que solamente transitaban sus habitantes o alguno que otro vendedor ambulante.


De esa época conservo muy vívida, la imagen de doña Fifí, alta y delgada mujer entrada en años, pero con una figura estupenda de largas piernas y proporciones moderadas, que le hacían lucir la ropa mejor que una quinceañera.


Mimada desde pequeña, doña Fifí había contraído nupcias con un empresario del norte de Chiapas, muy próspero y generoso, que dividía su tiempo entre el comercio y sus fincas cafetaleras y ganaderas.


Sin embargo, ella no salía deTuxtla para otra cosa que no fuera viajar. Iba a la Ciudad de México dos o tres veces al año para que médicos especialistas de alto renombre vigilaran su salud; además de pasar largas temporadas junto a su marido en Los Ángeles,Nueva York, Londres, París, Madrid e incluso, Tokio.


Recuerdo los nombres de esas ciudades porque de cada una de ellas trajo a mi casa alguno o algunos recuerdos que no sé si todavía existan en otro lugar que no sea mi memoria.


Doña Fifí fue una de las primeras mujeres chiapanecas que aprendió a manejar y que tenía su propio carro, que ella conducía a pesar de tener chofer en casa para sus hijos.


También fue de las primeras damas en fumar en público y era usual verla aspirando el humo de sus “Virginia Slims” mientras conducía.


Le encantaban los vestidos y las joyas, y como además del dinero que le daba su esposo tenía su fortuna personal, siempre parecía un maniquí, con los vestidos de calle más elegantes, pero siempre apropiados para el clima caluroso de Tuxtla. Los trajes de noche más vistosos, los zapatos de vanguardia y todos esos accesorios que hacen que una mujer sea cara.


Sin embargo, doña Fifí era también famosa por su sencillez y su intachable educación. Descendiente de dos de los clanes más poderosos de la región central del estado, era muy segura de sí misma y tenía exquisitos modales. Tocaba el piano como si fuera un ángel y no había fiesta o reunión social que no estuviera completa sin su presencia.


Cuando sus hijos crecieron y se marcharon de su casa, doña Fifí no se sintió sola ni se le ocurrió pensar en que la vida había pasado, al contrario, se esmeraba cada vez más en su arreglo personal, y no era raro verla todavía en los años 70 enfundada en pantalones o en vestidos vaporosos.


Ella jamás fue anciana, todavía unos días antes de su muerte encargó especialmente a Nueva York un traje de noche diseñado por Ellie Saab, que nunca llegó a ponerse porque antes de ser traído a su casa, ella amaneció sin vida en la cama king size de su enorme recámara, vestida con un camisón de piqué comprado en Holanda.

Como si no hubieran pasado los años, recuerdo los tiempos en que la colonia Moctezuma de Tuxtla Gutiérrez, era una especie de bosque tropical, llena de especies endémicas y con bellas residencias sembradas en sus calles circulares, que eran un remanso de paz y tranquilidad, en las que solamente transitaban sus habitantes o alguno que otro vendedor ambulante.


De esa época conservo muy vívida, la imagen de doña Fifí, alta y delgada mujer entrada en años, pero con una figura estupenda de largas piernas y proporciones moderadas, que le hacían lucir la ropa mejor que una quinceañera.


Mimada desde pequeña, doña Fifí había contraído nupcias con un empresario del norte de Chiapas, muy próspero y generoso, que dividía su tiempo entre el comercio y sus fincas cafetaleras y ganaderas.


Sin embargo, ella no salía deTuxtla para otra cosa que no fuera viajar. Iba a la Ciudad de México dos o tres veces al año para que médicos especialistas de alto renombre vigilaran su salud; además de pasar largas temporadas junto a su marido en Los Ángeles,Nueva York, Londres, París, Madrid e incluso, Tokio.


Recuerdo los nombres de esas ciudades porque de cada una de ellas trajo a mi casa alguno o algunos recuerdos que no sé si todavía existan en otro lugar que no sea mi memoria.


Doña Fifí fue una de las primeras mujeres chiapanecas que aprendió a manejar y que tenía su propio carro, que ella conducía a pesar de tener chofer en casa para sus hijos.


También fue de las primeras damas en fumar en público y era usual verla aspirando el humo de sus “Virginia Slims” mientras conducía.


Le encantaban los vestidos y las joyas, y como además del dinero que le daba su esposo tenía su fortuna personal, siempre parecía un maniquí, con los vestidos de calle más elegantes, pero siempre apropiados para el clima caluroso de Tuxtla. Los trajes de noche más vistosos, los zapatos de vanguardia y todos esos accesorios que hacen que una mujer sea cara.


Sin embargo, doña Fifí era también famosa por su sencillez y su intachable educación. Descendiente de dos de los clanes más poderosos de la región central del estado, era muy segura de sí misma y tenía exquisitos modales. Tocaba el piano como si fuera un ángel y no había fiesta o reunión social que no estuviera completa sin su presencia.


Cuando sus hijos crecieron y se marcharon de su casa, doña Fifí no se sintió sola ni se le ocurrió pensar en que la vida había pasado, al contrario, se esmeraba cada vez más en su arreglo personal, y no era raro verla todavía en los años 70 enfundada en pantalones o en vestidos vaporosos.


Ella jamás fue anciana, todavía unos días antes de su muerte encargó especialmente a Nueva York un traje de noche diseñado por Ellie Saab, que nunca llegó a ponerse porque antes de ser traído a su casa, ella amaneció sin vida en la cama king size de su enorme recámara, vestida con un camisón de piqué comprado en Holanda.