/ martes 1 de marzo de 2022

Joyas Chiapanecas | Kevin, el hijo del carnicero



Hija de un tendero español que se había vuelto millonario vendiendo telas en el mercado de Tuxtla, y de una india zoque de raza pura, Rosario vivió en la austeridad y en la rigidez de normas de conducta que le impuso su padre, hasta que éste, al morir, la dejó nadando en la opulencia, al nombrarla heredera universal de todos sus bienes, que incluían un enorme almacén e innumerables propiedades raíces, además de jugosas inversiones en México y en el extranjero, por no citar el dinero contante y sonante del que pudo disponer desde el momento mismo en el que lo supo.

Hasta entonces, Rosario había vivido aislada de la sociedad chiapaneca.Tenía muy pocas amigas, no conocía muchachos de su edad y solamente se comunicaba con su madre en lengua indígena. Sin embargo, no por ello ignoraba que había sido la hija de un español muy rico, que tenía parientes en Ultramar y que, sin ser una belleza de concurso, era mona, muy mona, sólo que le faltaba arreglarse bien.

Contrató los más caros servicios de la funeraria con mayor prestigio de la región, se compró un precioso pero muy discreto vestido negro, se cortó el cabello a la última moda; y así presidió el velorio y el entierro del comerciante, al cual asistieron muy pocas personas, sólo comerciantes del mercado y nada más.

Una vez terminada la Novena, Rosario adquirió una bellísima mansión en un suburbio elegante de la ciudad, a la que se cambió acompañada por su madre, que se negaba a hablar en castellano, y rodeada de sus criadas de toda la vida.

Contrató jardinero de planta y chofer, además de un servicio de vigilancia para que su casa estuviera cuidada las 24 horas.

Aunque había estudiado solamente en escuelas públicas, al saberse que era la nueva dueña de aquella fortuna, a la joven (bueno, en realidad acababa de cumplir los 40), le llovieron amigas e invitaciones de las mejores familias dela alta sociedad.

También hubo galanes con rimbombantes apellidos chiapanecos de tradición que, aunque les sobraba prosapia carecían de dinero y pensaban que Rosario les había caído del Cielo.

Ella no tardó en aprender modales y a codearse con toda la gente nueva que ahora la rodeaba. Le agradaba ese ambiente, pero sabía que todos sus nuevos amigos eran falsos y que solamente estaban interesados en ella por su dinero, por lo que no tuvo empacho en dejarlos fuera de la lista de invitados a su boda en el templo de San Roque, con Kevin, el hijo del dueño de la carnicería, quien le gustaba desde niña, pero al que antes no había osado acercarse porque, además de que él era más joven, ese matrimonio no hubiera sido del agrado de su papá.


Correo: santapiedra@gmail.com



Hija de un tendero español que se había vuelto millonario vendiendo telas en el mercado de Tuxtla, y de una india zoque de raza pura, Rosario vivió en la austeridad y en la rigidez de normas de conducta que le impuso su padre, hasta que éste, al morir, la dejó nadando en la opulencia, al nombrarla heredera universal de todos sus bienes, que incluían un enorme almacén e innumerables propiedades raíces, además de jugosas inversiones en México y en el extranjero, por no citar el dinero contante y sonante del que pudo disponer desde el momento mismo en el que lo supo.

Hasta entonces, Rosario había vivido aislada de la sociedad chiapaneca.Tenía muy pocas amigas, no conocía muchachos de su edad y solamente se comunicaba con su madre en lengua indígena. Sin embargo, no por ello ignoraba que había sido la hija de un español muy rico, que tenía parientes en Ultramar y que, sin ser una belleza de concurso, era mona, muy mona, sólo que le faltaba arreglarse bien.

Contrató los más caros servicios de la funeraria con mayor prestigio de la región, se compró un precioso pero muy discreto vestido negro, se cortó el cabello a la última moda; y así presidió el velorio y el entierro del comerciante, al cual asistieron muy pocas personas, sólo comerciantes del mercado y nada más.

Una vez terminada la Novena, Rosario adquirió una bellísima mansión en un suburbio elegante de la ciudad, a la que se cambió acompañada por su madre, que se negaba a hablar en castellano, y rodeada de sus criadas de toda la vida.

Contrató jardinero de planta y chofer, además de un servicio de vigilancia para que su casa estuviera cuidada las 24 horas.

Aunque había estudiado solamente en escuelas públicas, al saberse que era la nueva dueña de aquella fortuna, a la joven (bueno, en realidad acababa de cumplir los 40), le llovieron amigas e invitaciones de las mejores familias dela alta sociedad.

También hubo galanes con rimbombantes apellidos chiapanecos de tradición que, aunque les sobraba prosapia carecían de dinero y pensaban que Rosario les había caído del Cielo.

Ella no tardó en aprender modales y a codearse con toda la gente nueva que ahora la rodeaba. Le agradaba ese ambiente, pero sabía que todos sus nuevos amigos eran falsos y que solamente estaban interesados en ella por su dinero, por lo que no tuvo empacho en dejarlos fuera de la lista de invitados a su boda en el templo de San Roque, con Kevin, el hijo del dueño de la carnicería, quien le gustaba desde niña, pero al que antes no había osado acercarse porque, además de que él era más joven, ese matrimonio no hubiera sido del agrado de su papá.


Correo: santapiedra@gmail.com