/ martes 22 de diciembre de 2020

Joyas Chiapanecas | ¡Tragos para todos!


Hace algunos años, como editor de un periódico chiapaneco, dirigía una sesión fotográfica que se hacía a un joven modelo, quien además era un muchacho muy popular de la alta sociedad coleta, en los jardines aledaños a la alberca de una quinta muy cercana a Tuxtla Gutiérrez.

Temeroso de lo que la sociedad de San Cristóbal pudiera pensar, ya que el diario circulaba en todo el estado, el muchacho había advertido, que solamente se dejaría retratar en pantalón corto y camiseta, y que nos olvidáramos de que posara en traje de baño, o metido en la piscina.

Acostumbrado a tratar con “estrellitas”, antes de que iniciaran los disparos de la cámara, propuse al modelo y a los dos fotógrafos, así como al asistente, que bebiéramos unos tragos para conocernos, para relajarnos.

Todos estuvieron de acuerdo, y al poco tiempo, el chico ya estaba mostrando el cuerpo en diminutos trajes de baño, que se habían adquirido especialmente para él, por el director de aquella publicación, quien más que difundir los más recientes diseños de ropa para nadar, quería deleitarse la pupila. A pesar de ser casado y con hijos, se sentía atraído por los efebos pertenecientes a la oligarquía regional.

Después de las tomas en la alberca, se hicieron otras en los jardines, en las hamacas y hasta en el baño sauna, en donde el modelo, haciendo alarde de audacia, se mostró ante las cámaras, ataviado con una pequeña toalla, que le dejaba al descubierto media nalga.

“¿No que le daba pena que lo vieran así los coletos?”, me preguntó en voz baja uno de los fotógrafos, y yo simplemente alcé los hombros en señal de cínica indiferencia, para proceder a servir otro whisky al modelo.

Estábamos terminando la sesión cuando se apareció mi jefe en su camioneta blindada para ver cómo iban las cosas. Maravillado, contempló cada una de las tomas haciendo elogios exagerados. Además, me llamó aparte, y me felicitó por mi trabajo, para después invitarnos a comer y a seguir bebiendo en uno de los restaurantes más caros de la capital chiapaneca.

Con los cachetes colorados por el alcohol, como suele pasar a los muchachos de San Cristóbal, el joven coleto se había desinhibido por completo y cuando mi jefe fue al baño, el chico me propuso que lo convenciera de hacer otra sesión de semidesnudos en la playa, para entonces poder pedir champaña.




Hace algunos años, como editor de un periódico chiapaneco, dirigía una sesión fotográfica que se hacía a un joven modelo, quien además era un muchacho muy popular de la alta sociedad coleta, en los jardines aledaños a la alberca de una quinta muy cercana a Tuxtla Gutiérrez.

Temeroso de lo que la sociedad de San Cristóbal pudiera pensar, ya que el diario circulaba en todo el estado, el muchacho había advertido, que solamente se dejaría retratar en pantalón corto y camiseta, y que nos olvidáramos de que posara en traje de baño, o metido en la piscina.

Acostumbrado a tratar con “estrellitas”, antes de que iniciaran los disparos de la cámara, propuse al modelo y a los dos fotógrafos, así como al asistente, que bebiéramos unos tragos para conocernos, para relajarnos.

Todos estuvieron de acuerdo, y al poco tiempo, el chico ya estaba mostrando el cuerpo en diminutos trajes de baño, que se habían adquirido especialmente para él, por el director de aquella publicación, quien más que difundir los más recientes diseños de ropa para nadar, quería deleitarse la pupila. A pesar de ser casado y con hijos, se sentía atraído por los efebos pertenecientes a la oligarquía regional.

Después de las tomas en la alberca, se hicieron otras en los jardines, en las hamacas y hasta en el baño sauna, en donde el modelo, haciendo alarde de audacia, se mostró ante las cámaras, ataviado con una pequeña toalla, que le dejaba al descubierto media nalga.

“¿No que le daba pena que lo vieran así los coletos?”, me preguntó en voz baja uno de los fotógrafos, y yo simplemente alcé los hombros en señal de cínica indiferencia, para proceder a servir otro whisky al modelo.

Estábamos terminando la sesión cuando se apareció mi jefe en su camioneta blindada para ver cómo iban las cosas. Maravillado, contempló cada una de las tomas haciendo elogios exagerados. Además, me llamó aparte, y me felicitó por mi trabajo, para después invitarnos a comer y a seguir bebiendo en uno de los restaurantes más caros de la capital chiapaneca.

Con los cachetes colorados por el alcohol, como suele pasar a los muchachos de San Cristóbal, el joven coleto se había desinhibido por completo y cuando mi jefe fue al baño, el chico me propuso que lo convenciera de hacer otra sesión de semidesnudos en la playa, para entonces poder pedir champaña.