/ martes 15 de junio de 2021

Joyas chiapanecas | Maruca Celorio, una dama de la Selva

Después de pasar casi todo el sexenio que duró la presidencia del general Lázaro Cárdenas en la Ciudad de México, relacionándose con las chicas de sociedad más renombradas de la oligarquía, María Teresa Celorio Parada, más conocida por sus amistades y parientes con el cariñoso apelativo de Maruca Celorio, regresó a Chiapas convertida en una gran dama joven. Vestía de acuerdo al nuevo look de la posguerra y usaba las fragancias más exquisitas para perfumarse, como Mitzouko, Guerlain o Chanel no. 5.

Caritina, su madre, estaba al frente de San Antonio, la finca de la familia, lo cual la convertía en una de las personalidades más renombradas de los Altos de Chiapas. El retorno de Maruca causó expectación en todo el estado, no sólo por su peculiar y vanguardista estilo para vestir y para peinarse, sino por su fuerte personalidad.

Era una mujer muy segura de sí misma y sabía imponerse a quien fuera. Muy pronto aprendió las labores propias de una hacienda ganadera, pero viajaba constantemente a Tuxtla pues no tardó en entablar amistad con las muchachas más decentes de la élite capitalina.

Guapa, fina, mundana, educada y rica, a Maruca le sobraban pretendientes. Si en México había sido buscada por galanes como Ramiro Gamboa o Rafael Baledón, en Chiapas había muchos que hubieran dado gustosos ambas manos a cambio de tocar una de las suyas. Fue en ese momento cuando apareció en escena quien sería el hombre de su vida: el comiteco Javier Rovelo Castellanos, un hombre dedicado a administrar la fortuna de su familia y a volar avionetas para desplazarse por toda la región, especialmente sobre la Selva Lacandona.

Podría decirse que fue amor a primera vista, pues Javier Rovelo era un hombre guapísimo y bien vestido, con el que Maruca formó la pareja de moda. Al contrario de lo que hubiera podido esperarse, se casaron en una íntima ceremonia, a la que solamente asistieron los familiares de ambos.

Pero si de solteros la relación de Maruca y Javier era la de la pareja perfecta, una vez casados sobrevinieron las tensiones. Javier tenía la costumbre de viajar por negocios y no la cambió con el matrimonio, por lo que su bella y joven esposa se quedaba sola, con su criada, esperándolo en su casa de Tuxtla. Eran frecuentes sus desacuerdos, y no terminaron ni con el nacimiento de Javier, su único hijo, a quienes todos empezaron a llamar "Chuchín", y que se volvió el centro de atención de todas sus tías, de sus tíos y, particularmente, de su madre.

Fue entonces que Maruca empezó a viajar a San Antonio con frecuencia para tomar las riendas de la tierra que le correspondía, una fracción llamada San Lorenzo, que contaba con un bonito casco que ella se encargó de embellecer todavía más, aunque prefería quedarse en la casa grande de San Antonio, acompañada de su madre.

La relación con Javier Rovelo tenía altas y bajas, y llegó a hablarse de un posible divorcio, lo cual nunca quedó claro, pues antes de que eso pudiera ocurrir, el esposo de Maruca falleció al estrellar su avión en el corazón de la Selva. Aquel accidente fue toda una tragedia, pues había muerto uno de los hombres más apuestos de Chiapas, primo hermano de Miguel Torruco Castellanos, el famoso galán de cine casado con la actriz María Elena Marqués. De hecho, cuando aquellas estrellas del cine mexicano recorrieron algunas de las fincas de la zona, estuvieron en San Antonio para poder salir de los valles de Ocosingo en avioneta, pues San Antonio era una de las pocas haciendas que contaba con una pista de aterrizaje.

Elegantísima, enlutada, triste, pero sin derramar una lágrima, Maruca recibió los pésames como la legítima viuda de Javier, y decenas de familias de la mejor sociedad chiapaneca se arremolinaron ante el féretro para manifestar sus condolencias. A partir de ese momento, la mujer repitió la conducta que había tenido su madre al quedar viuda, y se dedicó en cuerpo y alma al trabajo para asegurar el porvenir de su hijo Javier quien, con el tiempo, se convertiría en el criador de ganado bovino más importante de todo el Sureste.

Después de pasar casi todo el sexenio que duró la presidencia del general Lázaro Cárdenas en la Ciudad de México, relacionándose con las chicas de sociedad más renombradas de la oligarquía, María Teresa Celorio Parada, más conocida por sus amistades y parientes con el cariñoso apelativo de Maruca Celorio, regresó a Chiapas convertida en una gran dama joven. Vestía de acuerdo al nuevo look de la posguerra y usaba las fragancias más exquisitas para perfumarse, como Mitzouko, Guerlain o Chanel no. 5.

Caritina, su madre, estaba al frente de San Antonio, la finca de la familia, lo cual la convertía en una de las personalidades más renombradas de los Altos de Chiapas. El retorno de Maruca causó expectación en todo el estado, no sólo por su peculiar y vanguardista estilo para vestir y para peinarse, sino por su fuerte personalidad.

Era una mujer muy segura de sí misma y sabía imponerse a quien fuera. Muy pronto aprendió las labores propias de una hacienda ganadera, pero viajaba constantemente a Tuxtla pues no tardó en entablar amistad con las muchachas más decentes de la élite capitalina.

Guapa, fina, mundana, educada y rica, a Maruca le sobraban pretendientes. Si en México había sido buscada por galanes como Ramiro Gamboa o Rafael Baledón, en Chiapas había muchos que hubieran dado gustosos ambas manos a cambio de tocar una de las suyas. Fue en ese momento cuando apareció en escena quien sería el hombre de su vida: el comiteco Javier Rovelo Castellanos, un hombre dedicado a administrar la fortuna de su familia y a volar avionetas para desplazarse por toda la región, especialmente sobre la Selva Lacandona.

Podría decirse que fue amor a primera vista, pues Javier Rovelo era un hombre guapísimo y bien vestido, con el que Maruca formó la pareja de moda. Al contrario de lo que hubiera podido esperarse, se casaron en una íntima ceremonia, a la que solamente asistieron los familiares de ambos.

Pero si de solteros la relación de Maruca y Javier era la de la pareja perfecta, una vez casados sobrevinieron las tensiones. Javier tenía la costumbre de viajar por negocios y no la cambió con el matrimonio, por lo que su bella y joven esposa se quedaba sola, con su criada, esperándolo en su casa de Tuxtla. Eran frecuentes sus desacuerdos, y no terminaron ni con el nacimiento de Javier, su único hijo, a quienes todos empezaron a llamar "Chuchín", y que se volvió el centro de atención de todas sus tías, de sus tíos y, particularmente, de su madre.

Fue entonces que Maruca empezó a viajar a San Antonio con frecuencia para tomar las riendas de la tierra que le correspondía, una fracción llamada San Lorenzo, que contaba con un bonito casco que ella se encargó de embellecer todavía más, aunque prefería quedarse en la casa grande de San Antonio, acompañada de su madre.

La relación con Javier Rovelo tenía altas y bajas, y llegó a hablarse de un posible divorcio, lo cual nunca quedó claro, pues antes de que eso pudiera ocurrir, el esposo de Maruca falleció al estrellar su avión en el corazón de la Selva. Aquel accidente fue toda una tragedia, pues había muerto uno de los hombres más apuestos de Chiapas, primo hermano de Miguel Torruco Castellanos, el famoso galán de cine casado con la actriz María Elena Marqués. De hecho, cuando aquellas estrellas del cine mexicano recorrieron algunas de las fincas de la zona, estuvieron en San Antonio para poder salir de los valles de Ocosingo en avioneta, pues San Antonio era una de las pocas haciendas que contaba con una pista de aterrizaje.

Elegantísima, enlutada, triste, pero sin derramar una lágrima, Maruca recibió los pésames como la legítima viuda de Javier, y decenas de familias de la mejor sociedad chiapaneca se arremolinaron ante el féretro para manifestar sus condolencias. A partir de ese momento, la mujer repitió la conducta que había tenido su madre al quedar viuda, y se dedicó en cuerpo y alma al trabajo para asegurar el porvenir de su hijo Javier quien, con el tiempo, se convertiría en el criador de ganado bovino más importante de todo el Sureste.